La historia dos almas especiales destinadas a amarse, de dos almas gemelas. El dolor y el esfuerzo para conseguirlo, la esperanza y el valor necesarios para salir adelante, la belleza de nuestro mundo y de los mundos paralelos... Y la magia del amor.



domingo, 15 de mayo de 2011

Capitulo I: Arpa-Yinn

Blanca acompañó trotando a su tío, atravesando el césped y espantando sin querer al andar a las hadas que jugueteaban en la hierba, teñida por la luz anaranjada. La furgoneta de Ronald había llegado, como siempre, con nuevas mercancías. Blanca estaba ansiosa por verlas, pero enfurecida por su suerte. ¿Qué traería aquel cruel hombre esta vez? ¿Un unicornio? ¿Más duendecillos? ¿Un fauno?...

El tío Dan, encogido por sus problemas de espalda, se aproximó con paso firme y autoritario a la camioneta de camuflaje. Un hombre rechoncho y pelirrojo se apeó de ella, sonriendo satisfecho. Ambos hombres se estrecharon la mano, con complicidad.
-         ¡Dan! ¡Qué alegría verte, macho! No cambias, joder. En cambio yo…- saludó Ronald. El tío Dan rió.
-         Creí que era al revés, viejo. ¿Qué tal?- y miró al interior de la camioneta, con curiosidad, aunque no vio nada.- ¿Qué me traes hoy, eh?- Ronald se relamió los labios y se frotó las manos.
-         Algo que va a gustarte de verdad, viejo. Espera un poco.- y luego reparó en Blanca, y la observó de arriba abajo.
-         Vaya, vaya. Qué jovencita más guapa tienes aquí, Dan. Cómo ha crecido. ¿Cuántos veranos tienes, preciosa?
-         Dieciséis.- respondió ella con voz dulce, aunque malhumorada. Ronald le caía incluso peor que el tío Dan. Había visto lo que era capaz de hacerle a sus ventas, y no sabía cómo alguien podía ser tan horriblemente cruel. Estaba, simplemente, molesta con él. La joven tenía un brillante cabello rubio, a media melena, y ojos claros, nariz recta y mejillas rosadas.
-         Con que dieciséis… La última vez que vine no te vi.
-         Estaba con mi abuela, que murió unos días después.
-         ¿Cuántos años tenías la última vez que te vi, mocosa?
-         Doce.- contestó ella, ignorando el insulto. Ronald era así.
-         Algún día te la venderé.- comento el tío Dan, un ambos rieron. Blanca hizo una mueca de fastidio. Su tío siempre intentaba humillarla, pero un día ella se iba a marchar.- Pero no hoy. Deprisa, viejo, enséñame lo que has traído.- exigió. Ronald asintió, y se dirigió al interior de la camioneta. Volvió al rato con una jaula en la que tres hadas orientales, que no medían más que un dedo, pero hermosas, gritaban que les liberasen.
-         Mira. Tres preciosidades orientales, del desierto Delendrazm, totalmente dóciles.- mostró. Dan torció el gesto, visiblemente decepcionado.
-         ¿Eso es todo? Qué porquería, Ron. Hace tanto que no vienes, y ahora vas a decepcionarme…
-         Oh, por supuesto que no, viejo. Aguarda.- dijo Ronald sonriendo, mostrando su destrozada dentadura. Depositó la jaula de las haditas en el suelo, sin ningún cuidado (ellas gimieron, asustadas y doloridas), y se dirigió al interior de la camioneta, al compartimento de atrás. El tío Dan aguardó, impacientemente.
Ronald volvió a apearse del vehículo, y sonrió de nuevo.
-         Mira.- y, entonces, tiró con brusquedad de alguien que había dentro de la camioneta. Un joven que aparentaba unos veinte años, con ojos dulces y soñadores, grandes y almendrados, pero anegados en lágrimas, bajó al suelo. Era delgado y más alto que Blanca, con cabellos oscuros, rizados y ensortijados, y labios gruesos. Su piel era del color del chocolate. Marrón. Blanca se maravilló. ¡Qué extraño! Ella sólo conocía a gente con la piel rosada. El joven (¿qué raza sería?) era increíblemente hermoso, e iba vestido con una camisa y unos pantalones blancos, machados y deteriorados, sin ningún calzado. Temblaba, y se tambaleó cuando Ronald lo soltó. Parecía infinitamente exhausto y muy asustado, pero aún así dulce y tierno. Alzó la cabeza para observar la situación, y a Blanca no se le escapó los ojos con los que la miró. ¿Fascinación, reconocimiento, cariño? ¿Era eso lo que la joven había creído percibir? Le había parecido que el joven se alegraba de verla, ignoraba porqué. Blanca terminó por creer que lo había imaginado.
Los ojos del tío Dan se abrieron de par en par.
-         Un… un… ¡Un arpa-yinn! ¡Ronald, viejo, eres un genio!- exclamó, eufórico. El joven color chocolate bajó aún más la cabeza, y e hizo una mueca que conducía al llanto.
-         Lo sé, lo sé.- dijo él, con una sonrisa de suficiencia. Pero entonces, Dan frunció el ceño.
-         Oye, los arpa-yinn tienen alas… Y éste no. ¿Me estás timando, viejo?
-         Por supuesto que no.- respondió el comerciante. Se dirigió a la criatura.- Date la vuelta y quítate la camisa.- le ordenó, con sequedad. El arpa-yinn, con mirada triste, bajó aún más la cabeza, pero le obedeció. Quitándose la prenda, se dio la vuelta y mostró su espalda, erguida y delgada. Blanca reprimió un grito, y el tío Dan hizo una mueca de asco.
En la espalda del arpa-yinn la camisa presentaba dos agujeros, que dejaban ver dos profundas heridas, aún algo enrojecidas, y unos pequeños muñones. Éstos estaban a la misma altura, en los omóplatos. Habían sido antaño unas hermosas alas blancas, probablemente de plumas suaves.
-         Algún cabrón con suerte le cortó las alitas.- explicó Ronald. Blanca percibió un ligero estremecimiento en la criatura.- Y no hace mucho, nos dicen las zonas enrojecidas. Cuando lo encontré, estaba en una cueva, y parecía que había sido recientemente cuando se las habían cortado. Estaba muy débil, y veo que casi no sabe andar…- y zarandeó a la criatura, que se dejó hacer, resignado. Se tambaleó y finalmente, tras un fuerte empujón de Ronald, cayó al suelo. Ambos hombres rieron. El recién llegado le cogió de un brazo sin reparos y tiró de él para levantarlo.
-         Algún coleccionista, seguro. Qué hay mejor que las alas de un arpa-yinn… Pero bueno, qué se le va a hacer.- se lamentó Dan, sin apartar los ojos de él. El arpa-yinn tenía la cabeza gacha, y esquivaba todas las miradas. Blanca pensó que era muy humilde y no tenía orgullo; y si tenía, se lo tragaba.
-         ¿Qué es un arpa-yinn, tío?- se atrevió a preguntar Blanca, también sin poder dejar de mirar a la criatura. Su tío y ella no simpatizaban mucho, él la ignoraba, pero Dan tenía que cuidar de Blanca hasta que tuviese 18 años, y qué se le iba a hacer. Aunque lo único que hiciese Dan, aparte de hacerle trabajar y pegarla, fuese darle una casa y cubrirle las necesidades básicas, ambos aún se dirigían la palabra.
-         Dicen que son los seres más cercanos a los ángeles que existen en nuestro mundo. Son puros, alegres, dulces, amigables y muy inteligentes, pero sensibles, tímidos y muy emocionales. No son nada peligrosos, y puedes confiarles tu vida incluso. No puedes imaginarte cuánto vale uno de ellos… Su voz es preciosa, y se dice que cantan las más bellas canciones… Y además son muy difíciles de encontrar y de capturar. Y vuelan, no andan. Tienen alas como las de los ángeles.
-         Y yo le acabo de regalar uno a tu tío.- se mofó Ronald, completando la frase. Ambos rieron.
-         ¿Es para mí de verdad?- inquirió Dan alegremente, como si aquella criatura fuese una posesión. Blanca casi pudo leer el enfado en la mente del arpa-yinn, protestando: “No soy una posesión. Soy un ser vivo.”, pero la criatura no dijo nada. Se abrochó la camisa, con suavidad. Tenía frío.
-         ¡Claro, viejo!- rió el comerciante.- Te recuerdo que te debo varias…
-         Bien, pues.- y el tío Dan se acercó al arpa-yinn. El hombre tenía en el dedo corazón un anillo con un sello extraño, formado por cuchillas pequeñas, que se clavaban en la piel y dejaban una marca que no desaparecía con la figura del sello. Ésta mostraba un árbol con un colibrí volando.
Dan cogió el brazo del arpa-yinn sin ningún cuidado y le remangó la camisa. Presionó el anillo contra su piel. El joven contrajo el gesto y dejó escapar un gemido de dolor. Dan retiró la mano unos instantes después, y observó la marca, complacido. El arpa-yinn contempló su brazo, con una mueca de asco y desolación.
-         Ya está. Ya es tuyo para siempre.- rió Ronald.
      -    Ven dentro, y lo celebraremos con una copita…- invitó Dan, y se marcharon al interior de la casa sin decir nada, riendo ruidosamente. Blanca se quedó allí parada, sin saber qué hacer, enojada.
-         ¡Niña! ¡Niña! ¡Por favor, sácanos de aquí!- rogó entonces un hadita que estaba en la jaula, aún en el suelo. Blanca sonrió, tomó la jaula y abrió la puerta, sin titubear. Las tres haditas orientales salieron volando rápidamente, pero la joven pudo oír sus agradecimientos. Ella supo que su tío ni se daría cuenta de que tenía unas hadas menos.
Blanca se volvió entonces al arpa-yinn, y quiso acercarse. Él jadeó y retrocedió, visiblemente asustado. Pero chocó contra la camioneta,  y, al no poder escapar, miró a Blanca, casi suplicante. Era una mirada triste, llena de temor y miedo. La joven se preguntó qué le habrían hecho, cómo le habrían capturado, cuántas cosas le habían arrebatado. Sintió mucha lástima por él.
-         Tranquilo.- le susurró ella, sonriendo, intentando animarle un poco.- No voy a hacerte daño.- pero él no cambió de posición. Tenía las manos cruzadas sobre sus hombros, en gesto protector, aunque lo cierto era que temblaba de miedo. Desconfiaba.
-         No quiero hacerte daño.- repitió la joven. -Me llamo Blanca.- se presentó, amigablemente.- ¿Y tú?- él dudó si responder, pero finalmente dijo:
-         M… Michael.- tímidamente, algo más tranquilo. Su voz era dulce y musical, con un tono agudo que la hacía más suave. Bajando la guardia, se colocó las manos sobre el sitio del brazo donde tenía la marca de Dan, y de sus palmas emanó una luz blanca. Pero la marca no desaparecía. El arpa-yinn retiró las manos, desilusionado y extrañado, con gesto preocupado. Entonces, de pronto, la criatura rompió a llorar.
-         Quiero… volver a casa…- sollozó, suavemente. Se dejó caer en el suelo, y se cubrió el rostro mulato con las manos.- Quiero volver a casa…- Blanca se arrodilló junto a él, y le tomó una mano. Era suave y grande, pero fina. Michael se revolvió un tanto al contacto de ella, pero pasados unos instantes se dejó hacer, resignado. Se convulsionaba con el llanto.
-         Eh, eh… No llores…- le susurró la joven. Pero Michael continuó repitiendo la misma frase: “Quiero volver a casa”. Blanca le meció con suavidad, sonriendo, como quien acuna a un bebé. El arpa-yinn dejó de llorar, y miró con timidez a la joven, algo sorprendido, sollozando. Con una mirada profunda y dulce, pero infinitamente triste. Ella sonrió, en un intento de subirle la moral.
-         Voy a cuidarte. No te preocupes. No va a pasarte nada más malo mientras estés aquí.
-         ¿Tú… tú también eres… una cautiva?- preguntó él, con timidez, secándose una lágrima y apartándose ligeramente del regazo de Blanca, avergonzado por el contacto.
-         No.- sonrió la joven.- Pero créeme, soy tratada como tal.- Michael no respondió. Se sentía solo, desconcertado, angustiado, dolorido y profundamente triste. Apartó la mirada, enfurruñado.
Entonces, Ronald llegó, con paso decidido, seguido por el tío Dan. Ambos conversaban ruidosamente. Ronald tenía intención de marcharse ya. Blanca levantó la cabeza, alerta, pero Michael se encogió aún más sobre sí mismo.
-         ¿Qué pasa aquí?- preguntó. Pero luego adivinó casi la situación, y sonrió maliciosamente.- Oh, vamos. Qué conmovedor. Pobre Michael.- se mofó.
-         Blanca, levántate y ven aquí.- ordenó Dan con sequedad. Ella le obedeció, de mala gana.
-         Déjale, Ronald. Llorar no es nada malo.- dijo la joven, advirtiendo las intenciones del comerciante. Luego, fue a colocarse junto a su tío. Pero Ronald la ignoró. Luego, sacó un látigo del cinturón de cuero que llevaba y lo sacudió contra Michael. El chilló del susto y se protegió como pudo con los brazos, revolviéndose.
-         No- te- lamentes.- ordenó Ronald, con calma, y volvió a golpearle.
-         ¡¿Qué haces?!- exclamó Blanca, alterada. Dan la retuvo, completamente tranquilo. Ella no intentó zafarse; sólo serviría para que le pegasen a ella también. Sintió que le hervía la sangre, pero tuvo que tragarse su rabia.
-         Es la manera más rápida de que aprendan más cosas.- dijo con indiferencia Ronald, y volvió a sacudir el látigo. Michael gimió, cubriéndose la cabeza con las manos.
-         Pare… me hace daño… deténgase…- rogó, con voz tímida y suplicante. Pero Ronald le azotó con el látigo tres veces más, ignorando sus ruegos y los de Blanca. Seguía defendiendo su actitud, y, como orgulloso y egocéntrico que era, le gustaba salirse con la suya.
-         No me extraña que le cortasen las alas.- comentó Dan, y el comerciante rió.
-         Ya. A mí tampoco.- y, dicho esto, guardó el látigo en el cinturón, satisfecho, y se dirigió a la camioneta. Apartó al arpa-yinn de una patada de su trayectoria (él estaba arrodillado junto a una rueda). Michael rodó por el suelo y gimió débilmente, y dejó caer varias lágrimas de tristeza, dolor y rabia. Gateó  lejos del auto y se quedó agazapado en un rincón. Luego, Ronald arrancó el vehículo y se marchó. Así, sin decir nada. Blanca sintió que le hervía la sangre. Su tío se apartó de ella, y se fue a la villa, también en silencio, como si nada hubiese ocurrido, sin atender al arpa-yinn. Mañana lo haría… hoy estaba cansado.
La joven no perdió el tiempo, y corrió hasta Michael. Él se había incorporado con cierta dificultad, pero agradeció el brazo de la chica, tímidamente.
-         ¿Estás bien?- preguntó Blanca. Él asintió, pero no parecía muy convencido. Se sacudió un poco las manos, manchadas de tierra, y se llevó las manos a una herida que se le había abierto en el pecho, cerrando los ojos. Una luz blanca emanó de las palmas del arpa-yinn, y el corte desapareció por completo; pero en el rostro del joven seguía habiendo dolor.
-          Escucha.- dijo la joven, apresuradamente.- No pruebes las frutas de los árboles… son venenosas y mortales. Ah, y no nades en el agua, que hay náyades; tratarán de ahogarte. No establezcas ninguna relación con nadie que trabaje para mi tío, no son muy amables y son traicioneros. Excepto Tina, la mujer pelirroja y grande que comprobará que estás cada mañana. Para cuando venga, has de estar por aquí e ir a su encuentro. Ella es la única en la que puedes confiar. Todo esto… lo digo por tu bien, en serio…- resumió la chica, con prisa.
-         … Gracias…- respondió Michael, extrañado por la amabilidad de Blanca, que sonrió dulcemente.
-         De nada. Tengo que irme… Va a ser hora de cenar. Y, por mi propio bien, debo estar a la hora. Hasta mañana.- se despidió, y se marchó con paso ligero. El arpa-yinn, aturdido por todo, no logró responder.







Introducción

Cierra los ojos. Olvídate del mundo que hay ahora mismo a tu alrededor. No hagas caso a las preocupaciones y a los pensamientos que, como nubes pasajeras, intenten acudir a tu mente. Deja a tu espíritu volar, permítete creer en lo imposible. ¿Estás listo?
Mi incontrolable imaginación me hizo crear esta historia una lluviosa tarde de Enero, hace algunos años. Está inspirada en Michael Jackson, pero no el Michael que todos conocemos, y no en nuestro mundo; sino un Michael en forma de arpa-yinn (dulces criaturas semi-divinas) que es capturado para ser llevado a un jardín donde hay seres tan sobrenaturales como él, y una hermosa muchachita humana. Dan, el propietario del jardín y, por lo tanto, actual dueño de Michael, lo maltrata aprovechándose de sus dones divinos. El joven arpa-yinn cree encontrar el triste final de sus días en esa tortura... Pero no se espera la bonita sorpresa que le depara el destino.

Ahora... Permítete el lujo de venir hasta donde quiero llevarte. No pongas límites... Sólo imagina y vive.




Capitana Amanecer