La historia dos almas especiales destinadas a amarse, de dos almas gemelas. El dolor y el esfuerzo para conseguirlo, la esperanza y el valor necesarios para salir adelante, la belleza de nuestro mundo y de los mundos paralelos... Y la magia del amor.



jueves, 25 de agosto de 2011

Capítulo XII: La Ciudad


Un día, Dan le anunció a su sobrina que se iba a la ciudad, y ella insistió en acompañarle. Mientras su tío se ocupaba de unas gestiones, ella haría recados y compras. Blanca le sugirió a Michael que les acompañase.
-         Así conocerás el mundo de los humanos.- le animó ella. Michael arrugó la nariz.
-         No sé si tengo muchas ganas de hacerlo…- confesó. Pero Blanca tiró de él. Iba vestida con un vestido color veis, unas sandalias marrones al estilo romano y un peinado que le apartaba algunos mechones dorados de pelo de la cara. Se había puesto adornos en las orejas y en las manos. Michael pensó que estaba muy guapa.
-         Vamos, será divertido.- le aseguró. Michael se vistió y se peinó, y él y Blanca fueron a reunirse con Dan, quien los esperaba junto a su todo terreno.
-         ¿Él viene?- preguntó rudamente Dan señalando a Michael, con desagrado.
-         Pues claro.- respondió Blanca fríamente. Dan miró al arpa-yinn con una mirada cortante.
-         Espero que no haya ningún accidente, porque entonces estarás perdido.- amenazó. Michael asintió y bajó la cabeza, para susurrarle a Blanca al oído:
-         Creo que es mejor que me quede…
-         Claro que no, Michael. Ven, sé que te gustará, y también sé que necesitas salir de aquí.- le dijo seriamente Blanca. Y era verdad. El jardín era enorme y precioso, sí; pero era una cárcel. Blanca sabía que Michael necesitaba sentirse libre, aunque sólo fuese un momento.


Llegaron a la ciudad casi a mediodía, después de un viaje en coche (esta vez, Michael no se había mareado). Dan dejó a la pareja en la calle principal, quedando con ellos allí unas horas después. Blanca sabía que su tío no se iba a sitios recomendables, pero verdaderamente le traía sin cuidado.
-         Tenemos que comprar algunas cosas, pero lo haremos al final para no tener que llevarlas todo el rato. Y ahora, ¿Qué quieres que hagamos?- le preguntó Blanca al arpa-yinn.
-         Eh…- murmuró él distraídamente. Estaba alucinado, demasiado ocupado mirando todo como para contestar. Había edificios altos, muy altos, todos de cristal o hierro, alargados y finos. Por las calles había muchos coches como el de Dan, pero más limpios. Una masa de gente iba de un lado para otro, bien vestidos, con malas caras y prisa. La mayoría de las mujeres llevaban la cara pintorrojeada, y unos zapatos con puntas en los talones. Y… olía fatal, a humo y a suciedad. Casi podía verse todo el humo flotando en el aire.
Michael arrugó la nariz y tosió; esto le sacó de su estado de shock, y se volvió hacia Blanca, con una sonrisa.
-         ¿Decías…?- ella rió.
-         ¿Te sorprende la cuidad?
-         Es increíble. Hay tanta gente, es todo tan artificial. Y todo está tan… sucio…
-         ¿Bromeas? Esta cuidad es una de las más limpias del mundo…
-         ¿Qué?- Michael no salía de su asombro. ¿Cómo podía la gente aguantar vivir en un sitio así? ¿No les resultaba insoportable?- Pero… si hay humo en el aire… ¡Y huele tan mal…!- Blanca se encogió de hombros.
-         No hay otro remedio, Michael.- dijo, con tristeza. Él asintió, comprendiendo. De pronto, Blanca sonrió, cambiando de tema.
-         ¿Has comido hoy?- le preguntó al arpa-yinn.
-         No… Desde hace tres días, no he comido nada.- murmuró él. Su amiga le guiñó un ojo.
-         Entonces, genial. Vamos a ir a un sitio donde podrás comer todo lo que quieras.- le dijo.
-         ¿En serio? ¡Vamos!- dijo Michael, ilusionado. Blanca le tomó de la mano y comenzaron a andar, calle arriba.

A Michael le impresionaban mucho las tiendas. Eran pequeñas casas, donde había un montón de cosas expuestas, y la gente entraba y podía llevárselas. Había tiendas de todo tipo, con muchísimas cosas; ropas, zapatos, comida, adornos, joyas, cosas para el hogar, gafas... ¿Para qué querían los humanos tantas cosas?
Según iban andando, la gente se quedaba mirando a Michael. Un joven muy hermoso, y de piel oscura. Sería un extranjero, pensaban todos. Pero no se imaginaban hasta qué punto.

Blanca condujo a Michael hasta otra de esas extrañas tiendas. Había gente sentada en sillas, alrededor de mesas con comida, y un montón de comida expuesta en bandejas, en el centro de la sala. Parecía un sitio muy elegante.
Ambos entraron, y un señor vestido de una manera extraña pero elegante les recibió con una sonrisa y les asignó una mesa.
-         Es un placer verla por aquí, señorita, como siempre.
-         Gracias, Albert, lo mismo digo. Hoy no vengo sola.
-         Ya veo.- dijo el señor, con una sonrisa.- ¿Quién es su amigo? ¿Es extranjero?
-         Sí, es de muy lejos.- respondió Blanca con una sonrisa. Michael también sonrió, pero prefirió dejar que fuese Blanca quien hablase.
-         ¿Habla castellano?
-         Sí.- dijo la joven, y Michael sonrió.
-         Fantástico. Les dejo comer entonces, que aproveche.- deseó el muchacho, y se marchó a atender a otros.
-         Ese es el camarero, el que se encarga de servir a la gente y asignarles una mesa. Trabaja aquí, y por eso le dan dinero para que pueda vivir.- informó la chica al arpa-yinn.
-         Aaah… Entiendo.- dijo él, con una sonrisa. Miraba a todo y a todos, se fijaba en la ropa que llevaba la gente, escuchaba cada conversación, le sorprendía cada perfume o aroma.
-         Todo esto es tan… extraño…- comentó el arpa-yinn distraídamente, mirando el techo del restaurante. Blanca sonrió.
-         Pero, ¿te gusta?- él dudó y la miró a los ojos.
-         No sé, ¿debería gustarme?
-         No debería ser nada que tú no quieras.- agregó ella. Michael rió y sacudió la cabeza. Una vez más, se fijó en lo elegante y guapa que iba Blanca, como todos en aquel lugar. Él tan sólo se había puesto su mejor camisa, unos pantalones vaqueros, como decía Blanca que se llamaban (no le gustaban nada, le resultaban incomodísimos; no podía moverse y no eran flexibles, pero la joven decía que le quedaban muy bien) y sus mocasines. Blanca le había dicho que estaba bien, aunque él empezaba a dudarlo.
-         Sí, creo que me gusta.- añadió por fin.- Pero cambiaría muchas cosas…
-         Yo también.- sonrió Blanca. La mano de Michael descansaba sobre la mesa, y ella se la tomó y la acarició. Michael cerró los ojos y relajó la mano.
-         Eso… eso me encanta.- murmuró, con la voz algo quebrada. Era verdad. El tacto de la mano de Blanca era suave, y le encantaba que le acariciase la suya, le producía escalofríos de placer. Ella sonrió y rió suavemente. Michael hizo entonces un intercambio; soltó su mano de la de Blanca y tomó la de la joven, llevándosela a los labios y besándola con devoción y dulzura.
-         Eres tan…- Michael buscó la palabra apropiada entre todas las que conocía, pero no encontró ni una sola para describir a Blanca que a ella pudiese gustarle o sorprenderle.
-         ¿Tan?
-         Tan tú…- murmuró el arpa-yinn. Al instante, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No era justo, no. Blanca volvió a tomarle la mano y se la besó, y le acarició la mejilla.
-         Michael… Michael, ¿qué te ocurre?- le susurró con dulzura. Michael se mordió el labio inferior, frustrado.
-         No es justo… eres tan perfecta… pero yo tengo que elegir…
-         ¿De qué hablas, Michael?
-         Si me quedo contigo… Si hago caso a mi corazón y me quedo contigo, para amarte por siempre, para que ambos seamos felices juntos… Si hago caso al amor, entonces… entonces pierdo todo lo demás.
-         No, cielo, no tiene por qué ser así…
-         Sí, Blanca, sí… Si algún día, por la razón que sea, puedo marcharme… No puedo llevarte conmigo…
-         ¿Por qué no, Michael?
-         Porque… porque no eres una arpa-yinn…- murmuró él, en voz muy baja. Blanca retiró la mano, dolida.
-         Así que eso te importa. Si soy como tú o no. Ya sé que no soy tan perfecta, guapa, inteligente y habilidosa como tú. No tengo alas, no tengo magia, mi piel no es oscura, pero, ¿importa realmente eso?- le replicó al joven.
-         Influye… No sería bueno, Blanca, no perteneces a mi mundo, ¡somos distintos!- Michael la miró, esperando encontrar comprensión en sus iris claros. Pero no; la mirada de ella estaba dolida.
-         ¿Ah, si? Entonces, ¿qué hacemos juntos?
-         No que dicho que…
-         Michael, tienes toda la razón. Somos distintos. Tu madre te lo dijo, no confíes en humanos, no tengas tratos con humanos.- Blanca se levantó con firmeza, enfadada. Michael la miró, asombrado. No podía ir en serio.
-         No estarás hablando en serio…
-         Michael, necesitas a una arpa-yinn perfecta a tu lado, una con la que puedas compartirlo todo. Esa no soy yo, soy muy inferior a ti. Lo siento.- y se dio la vuelta, sin un titubeo, caminando hacia la salida. Albert y otros camareros miraban la escena, algo apenados.
-         ¡Blanca!- Michael también se levantó y corrió tras ella. La alcanzó y la cogió del brazo, pero ella se zafó, con brusquedad.
-         Estoy segura de que mi tío te dejará libre pronto; si no, escaparás, o te ayudaremos a escaparte…Qué más da.- la joven casi había llegado a la salida, con paso firme. Michael la seguía desde muy cerca, con el ceño fruncido y sorprendido, aunque quizás algo divertido.- Y entonces volverás a casa y podrás tenerlo todo, volverás a enamorarte, y esas cosas, y serás feliz… Ya sabes dónde hemos quedado con mi tío, en esta esquina, dentro de dos horas. Haz lo que quieras pero no te alejes, la cuidad es grande. Hasta luego, Michael.- pero no pudo salir del edificio. Un haz de luz se dirigió hacia la puerta más rápido que ella, cerrándola bruscamente, impidiéndole el paso. Blanca arqueó una ceja y, sin mirar a Michael, tiró para abrirla, pero parecía estar cerrada a cal y canto. Se volvió hacia el arpa-yinn, que la observaba con una media sonrisa.
-         ¡Michael! ¡Abre esta puerta ahora mismo! ¿Quién te crees que eres para usar tu magia para…?- no pudo seguir. Michael se acercó a ella a la velocidad del rayó y la silenció con un beso. Al principio Blanca, sorprendida, intentó apartarse, pero los brazos de Michael la retenían pegada a él, nunca habían parecido tan fuertes. Y no pudo evitarlo; se encontró respondiendo al beso de Michael.
-         Cretino.- jadeó entre beso y beso, tomando con los dientes el labio inferior del arpa-yinn. Él se rió.
-         Con tal de protestar…- dijo como pudo. Luego separó a la joven de sí, y tomándola por la barbilla, obligándola a mirarle a los ojos, susurró:
-         No vuelvas a creer algo así. Eres perfecta, única y especial, independientemente de la raza que seas. Y yo te quiero, Blanca, me da igual que no seas una arpa-yinn. Yo te quiero, ¿has entendido? - ella asintió, con una sonrisa, y besó brevemente los labios de él.
-         Ah, y por cierto… ¿Nunca te he dicho que estás adorable cuando te enfadas?- Michael rompió a reír, y Blanca también se rió, aunque intentó disimularlo.
-         Ja, ja, que gracioso.
-         Por supuesto.
-         Anda, déjalo ya y comamos algo.- dijo, a pocos centímetros de los labios de Michael.- Estarás hambriento.- él asintió, con una sonrisa. Blanca se dirigió a las mesas con comida, sonriendo, y Michael supuso que debía seguirla. Ella tomó un plato de un mueble, y le tendió otro al arpa-yinn, junto con instrumentos para comer que Michael ya había visto en la cocina de Dan.
- Sírvete.- le invitó Blanca, señalando las grandes mesas repletas de comida que había en el centro de la sala.
- ¿Puedo coger fruta?- preguntó él, tímidamente.
- Puedes coger todo lo que quieras, amor.- dijo la chica con una sonrisa. Michael la imitó, y fue a servirse. Escogió de todos los tipos de frutas que había; tropicales, de invierno y de verano, de todos los tipos. A Michael se le hacía la boca agua.


Ambos comieron hasta quedarse satisfechos. Michael se dio un atracón, haciéndose a la idea de que no tendría una oportunidad así en mucho tiempo.
Cuando acabaron de comer, Michael estaba de un humor inmejorable. Blanca le dio al camarero varios extraños trozos de papel, y luego le explicó que eran para compensar todo lo que habían comido. Al arpa-yinn aquello no le hizo mucha gracias, pues comprobó que la joven había tenido que dar algo a cambio de aquel banquete, pero en seguida se le olvidó.
-¿Dónde quieres que vayamos ahora?- le preguntó Blanca con una sonrisa.- Aún nos quedan unas horas…
- Lo que tú quieras. Yo no sé qué hay por aquí, sorpréndeme.- le respondió Michael, con tono retador. Blanca enarcó una ceja.
- Déjate sorprender.- incitó entonces, besándole suavemente en los labios.

Blanca decidió que a Michael le encantaría el cine. Así que guió al arpa-yinn a través de un laberinto de calles, en el que a veces hasta ella misma se perdía, hasta unos edificios enormes. En las fachadas tenía dibujos de escenas con títulos y nombres de personas. Algo muy extraño, pensó Michael. Entraron al gran edificio, y Blanca compró dos papelitos y un paquete de cosas blancas, que, según le dijo, se comían. Michael probó una y no le gustó; demasiado salada y seca para su gusto, pero a Blanca parecían encantarle. Palomitas, le dijo que se llamaban.
Michael la siguió hasta una sala en la que había una gran pantalla, que ocupaba toda la pared, y filas de butacas en frente. Tomaron asiento en dos de ellas, y las luces se apagaron. Después, empezaron a proyectarse imágenes en la pantalla. Era como una historia interpretada por personajes, ¿sería real? Lo parecía. Blanca le explicó a Michael que no lo era, que todo aquello estaba preparado. La historia trataba de una chica de clase alta y un chico pobre; ambos viajaban en el mismo barco, se conocían y se enamoraban. Pero ella ya estaba comprometida, y tenían que esconder su relación. Finalmente, había un accidente y el barco se hundía; él moría por salvarla a ella. ¡Qué triste!, pensó Michael. La película se llamaba “Titanic”. La mayoría de la gente que estaba en la sala lloraba, y a Michael también le dieron ganas de llorar, pero se contuvo, le daba vergüenza llorar delante de toda aquella gente. Blanca no lloraba, pero cogió la mano de Michael y apoyó la cabeza sobre su hombro. Michael la envolvió en sus brazos y le besó su melena rubia, con dulzura.
Cuando la película acabó, ambos fueron a comprar algunas cosas, y después a reunirse con Dan donde habían quedado. Este llegó bastante tarde. “Era una profesional, tuve que pagarle bien.” Se excusó con una sonrisa perversa a Blanca. Ella esbozó una mueca de asco, pero Michael no entendió lo que aquello quería decir.

jueves, 18 de agosto de 2011

Capítulo XI: Carta de Michael a su madre

Te echo de menos, mamá.
A los demás también, pero sobre todo a ti.
Recuerdo cuando era más pequeño, tenía malos sueños y tú te acostabas a mi lado, me abrazadas y me cantabas hasta que me dormía. Recuerdo cuando jugabas conmigo y más tarde descubrí que siempre dejabas que yo te ganase, ¡no es justo!
Eres perfecta. Eres hermosísima, preciosa, como una figurita perfecta de porcelana de esas que tiene Blanca en su casa. Eres dulce como los mangos, tus caricias son suaves como las plumas de los pájaros, tu risa suena aún más cristalina que las aguas que bajan de las montañas, y tus ojos hacen que parezca que las estrellas no brillan apenas. Tu recuerdo en mi corazón y en mi mente es una de las pocas cosas que me hace seguir adelante. Cuánto te debo, mamá… Mucho más que mi vida, mucho más que mis habilidades, mucho más que mis poderes mágicos. Te debo mis sonrisas, te debo todo el amor que tengo y que soy capaz de dar, te debo cada una de las cosas que sé hacer… Te lo debo todo.
Mamá. Tengo muchas preguntas. Tengo miedo, te echo de menos. Te necesito. Sé que te he desobedecido; lo siento…pero te aseguro que no pude resistirme. Ella es la más adictiva de las drogas, la fruta venenosa más deseable y letal, la flor carnívora más bella de todo el jardín. Me da mucho miedo amarla de esta manera, mamá, y sobretodo temo que ella no sienta lo que yo con tanta intensidad. Me da miedo el amor humano, no estaré seguro nunca de que sea un amor limpio de mentiras, traiciones, dolor y engaños. Y ahora, ¡ahora estoy completamente enamorado de una humana! Tal vez no te parecería del todo bien, mamá, pero lo entenderías. Aunque estoy seguro de que cambiarías de opinión al conocerla. Mi felicidad tiene nombre:
Blanca.
Preciosa, inteligente, dulce, pícara, misteriosa, cariñosa, sencilla, sensible, sensitiva… Podría llenar estas hojas describiéndola, y todos los adjetivos serían positivos. Ella es fantástica, mamá, ¡es simplemente perfecta!
Uno de los primeros recuerdos que tengo de este jardín es de ella. Me acuerdo perfectamente, cuando levanté la mirada para observar a mis captores y la vi allí de pie, mirándome horrorizada y con amor, con sus ojos color claro de monte. Y después, cuando caí al suelo, de pronto ella estaba ahí, no sé como, a mi lado; la cercanía de su rostro me produjo escalofríos, su contacto fue como aleteos de mariposas sobre mi piel seca, y su voz como el susurro del viento. Me tranquilizó y me prometió que me cuidaría, me demostró que podía confiar en ella, fue dulce y compasiva. Y desde entonces me cuidó y me mantuvo vivo, mamá.
Pero tengo que admitir que tengo miedo. Como ya te he dicho, no sé nada del amor humano. Nunca había dado un beso a nadie antes que a ella, nunca había tenido una relación con nadie ni nada así, ¡pero ella parece tan segura! Pero yo la amo, la amo con toda mi alma, y eso no puede ser malo de ninguna manera, ¿verdad?

Este sitio me está cambiando, mamá. Lo sé, lo noto, pero no sé si es para bien… Creo que no. Estar trabajando día y noche me agota, me pone nervioso y me estresa, me hace olvidar todo, y apenas tengo tiempo para nada. Estoy de mal humor muchas veces, muchas veces me siento triste y lloro, hay días que os añoro demasiado… A veces me parece que apenas hay cosas buenas en mi vida actual. Me gustaría hablar con los árboles, conocer a las demás criaturas prisioneras, disfrutar de la naturaleza, pasar mi tiempo libre con Blanca… Pero no puedo, él no me deja. Aún no te he hablado de mi amo. Se llama Dan y es el tío de Blanca; pero no se parece en nada a ella. Él es un monstruo, mamá, me intimida tan sólo mirarle a los ojos. ¡No tiene reparos, mamá! Me tortura de mil maneras (no dándome de comer, no dejándome descansar, prohibiéndome ver a su sobrina, haciendo que cocine para él, azotándome…) sin pudores, pero a la vez asegura que me ha cogido cariño… ¿Quién entiende a los humanos? Es un hombre cruel, duro y frío… pero puedo ver lo que hay en su interior. Recuerdo lo que me dijiste, que siempre hay que mirar en el interior de las personas antes de juzgarlas, y yo lo he hecho… Mi amo está asustado y, a veces, odia lo que hace, muy en el fondo. Alguna vez, mientras hacía alguno de sus encargos, le he visto en uno de sus ataques, cuando odia a todos, y a sí mismo por encima de nadie. Me abraza y llora, me pide perdón y reconoce que es un monstruo, pero al poco tiempo vuelve a tratarme fatal… No sé, es como… como una piedra geoda, ¿sabes? Tiene espinas por fuera, pero en el fondo es dulce… Creo que alguien tendría que ayudarle a ser más feliz y a ver su vida de un modo diferente; entonces cambiaría, no necesitaría cazar y tener criaturas a su servicio para sentirse bien, y todo iría mejor… No sé, tal vez estoy siendo demasiado ingenuo, y además nunca me atrevería a plantearle esta alternativa, ¡no sabes cómo se enfadaría, mamá!

Ya te he hablado de Blanca y de Dan… Ah, también quiero contarte sobre Lun. Es un elfo, un elfo de los bosques profundos, de la estirpe real… Siento mucha compasión por él, lleva prisionero aquí más de 70 años… Aunque por eso, nuestro amo le tiene mucho respeto… Pero pienso que ha pagado un precio demasiado alto por ser respetado y temido por Dan.
El primer recuerdo que tengo de él es en mi primera noche aquí, cuando estaba llorando, ¡no podía creerme lo que estaba pasando, las cosas habían salido demasiado mal! Lun estaba de pie, justo en frente mío, serio, altivo e inexpresivo, pero pude ver tristeza y compasión hacia mí en sus ojos. Luego, un poco después, muchas de las criaturas allí presenten comenzaron a curar mis heridas con su energía sanadora. Me quedé dormido, o me desmayé, no sé muy bien… Lo siguiente que recuerdo es la luna muy alta en el cielo estrellado (por lo tanto, varias horas después de mi llegada), y el majestuoso elfo Lun tomándome con delicadeza en sus brazos y acomodándome en mi árbol. Se sentó a mi lado y esperó.
A la mañana siguiente, cuando desperté al amanecer, él seguía allí, en la misma postura que la noche anterior. Probablemente ni habría dormido… En cuanto me moví apenas un poco y abrí los ojos, Lun me miró… Sus ojos me intimidaron entonces, profundos, sabios y algo rasgados, del color de las nubes cuando va a llover.
- Tranquilo, Michael.- me dijo cuando intenté incorporarme violentamente, asustado.
- ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
- Estás a salvo.- me tranquilizó. Pero entonces recordé con angustia el día pasado, y volvieron a entrarme ganas de llorar. Lun pareció darse cuenta y me obligó a tumbarme de nuevo, apartando algunos rizos de mi frente, con cariño.
- No ha sido una pesadilla, ¿verdad?- murmuré, desalentado. Él no me respondió, tan sólo me miró fijamente.
- Me llamo Lun. Cuidaré de ti.- fue lo único que me dijo. Y hablamos poco más. Un rato después, él se marchó y llegó Blanca.

Casi me he acostumbrado a andar a pie. Es aburrido, doloroso y cansado, además de muy incómodo. ¡Apenas puedes ver nada por encima de tu cabeza! Me he visto obligado a llevar zapatos, porque sino me hago heridas en los pies. Al principio me costaba mucho mantener el equilibrio, utilizar las piernas para moverme y hacerme a la idea de que ya no tengo alas, pero bueno, me he acostumbrado.

Es completamente imposible que te llegue esta carta, ya que no tengo medios para enviarla y prácticamente no sé dónde está este jardín, por lo tanto estoy completamente incomunicado. Ojala pudiese volver a escuchar tu voz, a sentir tus caricias, a envolverme en tus abrazos. Pero volveré, lo prometo, y mientras tanto estaré bien. Blanca y Lun cuidarán de mi.
No te olvido, mamá. Te necesito. No dejes nunca de esperarme, te prometo que volveré. Espero que algún día puedas perdonarme por haberte abandonado. Te quiero.


Aquí la segunda parte de nuestro trato... Disfrutadla! :)

Capítulo X: Advertencia


Dan pasó cuatro días presumiendo ante sus amigos de lo maravilloso que era Michael. Les mostraba su increíble inteligencia y su habilidad respondiendo, sus dotes culinarias y en todo lo que fuese trabajar, su docilidad y obediencia, sus poderes curativos, su dulzura… y su preciosa voz. Michael cantaba dócilmente todos los días, sin expresar cansancio alguno; a los tres comerciantes les encantaba escuchar su voz en cualquier momento, como una música de fondo. El arpa-yinn se mostraba dócil y obedecía con una sonrisa, a pesar de que sólo quería gritar y escapar.

Entraban los tres en la casa cierta ocasión, después de refrescarse en la piscina. Cada uno fue a su habitación a ponerse ropa seca, y acordaron encontrarse de nuevo media hora después, en la cena.
Dan entró a su dormitorio, lleno de cuadros, estatuillas de seres mágicos y alfombras. Su cama era grande, pero la habitación era lúgubre y oscura. El comerciante, silbando, abrió la puerta, despreocupado, entró y la cerró tras de sí. Fue cuando ya estaba dentro cuando reparó en el par de ojos afilados color ceniza que lo observaban desde la penumbra de un rincón. Dan chilló, asustado, pero entonces Lun se dejó ver, con sus ojos enfurecidos y brillantes en la oscuridad, alto, elegante, serio, imponente. Lun, aparte de Michael, era la única criatura del jardín que tenía acceso a la casa, porque era, de algún modo, el consejero de Dan, la criatura en la que más confiaba y la que más le intimidaba. Lun llevaba prisionero en aquel jardín más de 70 años, desde que el abuelo de Dan era el propietario… Y sobre todo, tenía mucho poder.
-         Lun.- jadeó el humano, sorprendido.- ¿Qué haces aquí?
-         Quiero hablar contigo.- Lun era la única criatura del jardín que tuteaba a su amo.
-         Claro…- Dan empezó a sentirse incómodo.- Por supuesto, siéntate, ponte cómodo y hablemos…
-         No finjas, humano. Sabes muy bien sobre qué quiero hablar, sabes qué es lo que pasa.- el elfo estaba enfadado, muy enfadado. Se acercó peligrosamente a Dan, de modo que sus rostros quedaron a pocos centímetros.- No creas que se me escapan tus crueldades, Dan…- escupió, enfadado. Se tomaba la libertad de hablarle a Dan tal y como él hablaba a sus presas. Los ojos del comerciante quedaban a la altura de la barbilla de Lun. Dan esbozó una sonrisa tonta, intimidado y asustado.
-         Mi-Michael… Claro, te refieres a Michael, ¿verdad?
-         Le hiciste una promesa.
-         Sí, sí, la promesa… La recuerdo. Dejar en paz a su familia si él permanecía aquí…- Dan se separó de Lun y comenzó a caminar en círculos por la habitación, pensando alguna buena excusa.
-         Por lo que parece, no piensas cumplirla.-acusó el elfo secamente.
-         Verás, Michael se está portando muy bien, pero Lun… Los arpa-yinn son una raza en peligro de extinción, todos los comerciantes del mundo se están dejando la piel por cazar los últimos que quedan, ¡y nosotros sabemos donde encontrar una familia numerosa! Es una suerte, no podemos desaprovechar la ocasión… Mañana mismo mandaré gente a buscarles.
-         ¡No lo hagas! ¡Ellos son libres!- Lun pegó un puñetazo a la pared, furioso. Clavó sus intimidantes ojos en un asustado Dan.
-         Pero… Pero Lun, hemos estado toda la vida cazándolos… Si no lo hacemos nosotros lo harán otros…
-         Sois repugnantes.- siseó Lun.- Todos. Dejadnos en paz de una vez.
-         Escucha, Lun, eres un elfo, una raza distinta, no creo que comprendas como funciona el mundo de los humanos…- y Lun siseó.
-         No soy estúpido, Dan. Sé como son las cosas, llevo 70 horribles años conviviendo y sirviendo a humanos, y puedo asegurar que sois unos seres mezquinos y egoístas.
Dan iba a contestar… De pronto, cuando se giró hacia Lun, el elfo estaba a escasos centímetros de él, mirándole muy fija y seriamente.
-         Escucha bien porque no voy a repetirte esto nunca más.- le susurró, con frialdad.- Si me entero de que a la familia de Michael, o a él mismo, les pasa algo malo… Vas a desear no haber nacido.- amenazó, hablando muy despacio y muy claro, con firmeza.
-         De acuerdo… Espero que estés bien seguro de lo que dices, Lun… P-pero dime, ¿qué tiene ese arpa-yinn al que tanto proteges?- balbuceó el humano. Lun bajó entonces la mirada y en sus delicadas facciones apareció el cariño.
-         Le debo mucho a Michael, muchísimo. Él no lo sabe, pero me ha salvado varias veces la vida… Y la de seres muy queridos. Además.- el elfo volvió a mostrarse firme entonces, y clavó sus pupilas en las de su asustado amo.- También lo hago por la raza de los arpa-yinn. Son fascinantes, adorables, perfectos, pero los habéis cazado hasta casi extinguirlos, y, de algún modo, ya que ellos apenas se defienden, quiero hacerlo yo. Así que más te vale no molestarles, Dan.
-         Claro, Lun… Lo que digas.- Dan tenía miedo, estaba acobardado y humillado. Pero de pronto, algo poderoso despertó en él; el orgullo. ¿Aquel elfo, su prisionero desde hacía años, su esclavo, totalmente vulnerable le estaba dando órdenes a él? ¿Quién era ninguno de sus prisioneros para decirle a Dan lo que tenía que hacer, y mucho menos, para amenazarle? Cuando Lun se dio la vuelta, Dan le cogió del brazo, reteniéndole.
-         Eh, espera, elfo… ¿Quién te crees que eres para hablarme así? ¡Eres mi prisionero! ¡Quiero verte de rodillas pidiendo excusas! Pero bueno, ¿crees que puedes…?- y a la velocidad de la luz, Lun soltó un siseo furioso, sacó una daga de su cinto y se la puso a Dan en el cuello.
-         Cuidado, humano. No me trates como a un inferior. No te temo, no puedes impresionarme ni intimidarme. No te pertenezco, no te debo nada. No me toques.- se zafó de la mano del humano casi con repugnancia. Dan, asustado de nuevo y respirando agitadamente, vio como se marchaba por la puerta sin mirar atrás, orgulloso, enfadado y majestuoso.


Chicas! Qué tal? Sé que este capítulo es muy corto y que además no aparece Michael, así que, para compensar, subiré hoy otro también cortito, que os parece? Un saludo a todas, gracias por comentar! :)

jueves, 11 de agosto de 2011

Capítulo IX: Furia y Amor

Cuando Dan volvió de Polinesia, con sus dos amigos comerciantes, encontró a su sobrina leyendo (como no… No sabía hacer otra cosa que leer y perder el tiempo con el arpa-yinn...), en el porche, que estaba completamente arreglado. Rápidamente, revisó toda la casa, concentrándose en los detalles, pendiente de cualquier error que pudiese haber, pero todo estaba perfecto. Sus compras habían hecho un buen trabajo, especialmente el arpa-yinn. Dan nunca sabría que todos, incluida Blanca, habían trabajado juntos, hasta dejar todo impecable.
-         Hola.- saludó su sobrina, sin mucho interés, dirigiéndose a los tres.
-         Hola.- respondió Dan. Los otros la ignoraron o no la oyeron.
-         ¿Qué tal tu viaje?
-         Bien… Éstos son Tom y Paul.- presentó a sus amigos, que charlaban entre sí.
-         Un placer.- dijo Blanca, casi sin mirarles.
-         Lo mismo.- respondieron los comerciantes a coro. Le dirigieron una breve mirada, y luego siguieron hablando, sin el menor interés por Blanca.
-         Las cinturas han hecho un buen trabajo. Todo está en orden.- se admiró Dan para su sobrina. Ella asintió.
-         Les vi trabaja duro cada día.- mintió.- Deberías recompensarlos.
-         Ya veré.- respondió secamente su tío.- Tráeme al arpa-yinn.- ordenó. Blanca asintió y se levantó de mala gana, en busca de Michael.
Lo encontró subido a un árbol, hablando en élfico con Lun. Parecían alegres.
-         ¡Michael!- llamó ella, con una sonrisa. Él la miró, sonriendo. Lun la saludó con su firmeza habitual, pero con cariño. Ella sonrió y le devolvió el saludo.
-         Hola. ¿Subes?- invitó Michael. El amor se desbordaba de sus ojos.
-         Ahora no. Tienes que bajar, mi tío te busca.- anunció ella. La sonrisa de Michael desapareció, y suspiró, con cierto fastidio.
-         Ya voy.- y bajó del árbol de un salto, con algo de desgana. Ambos se despidieron de Lun, y se dirigieron al porche, donde los tres hombres los esperaban impacientemente. El elfo contemplaba la escena desde el árbol, cauteloso, preparado para defender a Michael si era necesario.
-         ¡Ah! Aquí estás, Michael.- se alegró Dan. El arpa-yinn caminó hacia él, obediente.- Tienes mucho mejor aspecto que cuando me fui. ¿Has descansado?
-         Sí, señor.
-         Me alegro. Veo que también has trabajado duro.
-         Sí, señor.- Blanca le había advertido que, por mucho que no fuese justo, jamás debía decir que ella les había ayudado.
-         Te felicito, arpa-yinn. No esperaba menos de ti.
-         Gracias, señor.
-         Bien. Éstos son mis invitados, Paul y Tom.- presentó. Los otros comerciantes cesaron de hablar, y miraron al arpa-yinn, con intriga. Michael también les miró, dócilmente. Observó a Paul, pelirrojo y de piel blanca, e hizo una ligera reverencia con la cabeza. Luego, sus ojos de chocolate se dirigieron a Tom… Michael palideció notablemente, y dio unos pasos para atrás, con la mirada llena de terror. Tom, un tipo duro, arqueó una ceja y sonrió, con maldad.
-         Vaya… Hola, Michael. Volvemos a vernos.- dijo, con ironía. Él, aún paralizado, no respondió.
-         ¿Qué ocurre?- preguntó Dan, mosqueado. Tom no respondió. Se recostó en el asiento, con una sonrisa divertida. El tío Dan miró a Michael, interrogante.
-         Él… Él fue… Él… Me cortó las alas…- balbuceó el arpa-yinn. Dan subió una ceja, muy sorprendido. Tom amplió su sonrisa, y Michael retrocedió aún más, hasta colocarse al lado de Blanca, que observaba la escena con rabia. Ella le tomó la mano, y él la aferró con fuerza, asustado. Subido al árbol, Lun siseó al escuchar aquello.
-         Vaya, vaya… De modo que fuiste tú…- sonrió Dan casi forzadamente. Tom asintió, orgulloso.- Me preguntaba quién tendría cojones para pillar a un arpa-yinn y quedarse con sus alas…
-         Ya ves, viejo. Las he traído… ¿Os gustaría verlas?- les preguntó con suficiencia a los dos adultos.
-         Pues claro.- asintió Dan, tratando de que su impaciencia no se notase. Paul afirmó con la cabeza, sin poder apartar la mirada del arpa-yinn. Inconscientemente, Michael despertaba una cautivación profunda en todo aquel que lo veía.
Tom, andando con orgullo y suficiencia, fue al maletero de la camioneta, cogió una gran maleta y la abrió.
-         Creo que me voy.- murmuró Michael, mareado, dándose la vuelta.
-         No te muevas de donde estás, Michael.- ordenó el tío Dan con frialdad. El joven suspiró, resignado, y bajó la cabeza, volviendo a colocarse de frente a los comerciantes. Los brazos de Blanca rodearon su cintura, y Michael la atrajo hacia sí.
Después de un tiempo, Tom apareció con una maleta larga y grande, de cuero negro y con candados. La colocó con cuidado en la verde hierba, y puso varias combinaciones en los candados. Los cierres crujieron y la tapa quedó suelta. Tom la levantó y mostró en contenido…
El interior de la maleta era de terciopelo negro y suave, que protegía de los golpes. El color oscuro hacía resaltar más el contenido…
Sobre el terciopelo descansaban dos grandes alas muy blancas, que parecían brazos en forma de alas. Estaban algo contraídas y retorcidas, pero aún así eran totalmente elegantes y bonitas. Las recubría un suave plumón en los extremos inferiores, algo manchados de sangre e irregulares, y en el resto eran inmaculadas plumas blancas y grandes, perfectas. Eran como Blanca se imaginaba las alas de un ángel.

Michael gimió y sollozó, y se dio la vuelta para no mirar, cubriéndose el rostro con las manos. Los tres comerciantes rieron con maldad y burla. Blanca apretó los dientes, con rabia, y abrazó a Michael.
-         ¿No son preciosas?- dijo Tom, orgulloso. Los otros dos asintieron, embelesados. Paul alargó un dedo y rozó con mucha suavidad las inmaculadas plumas, como temiendo que fuesen a romperse.
-         Sí lo son. ¿Quieres saber algo, arpa-yinn? Las conservo para exponerlas en el salón de mi casa, grandes, majestuosas…
-         No es ahí donde deberían estar.- masculló Blanca, y su tío la silenció con una bofetada. Michael siseó y clavó en Dan una mirada furiosa. Comenzaba a enfadarse, como hacía años que no se enfadaba.
-         Recuerdo a tu hermanito, ese niño pequeño y lindo. Fue fácil capturarlo, querido, y estuve a punto de cortarle las alas… Pero luego decidí que ya tenía las tuyas, era mejor usar su energía mágica para algunos fines privados. Admito que el niño se quedó agotado, y luego se lo di a Ronald, que al parecer lo trajo aquí…
-         No vuelvan a tocar a nadie de mi familia, déjenlos en paz.- pidió Michael, enojado. Blanca notó cómo la ira crecía en el interior del joven, y supo que no podría tranquilizarle fácilmente si él se descontrolaba.
-         Somos libres de hacer lo que queramos, Michael, antes y ahora también.- dijo Dan, arqueando una ceja.
-         Pero… ¡Usted me lo prometió! ¡Me dijo que no volvería a molestar a mi familia si yo me quedaba…!
-         Te engañé.- sentenció  el comerciante.- No puedo tocarlos porque hicimos un juramento, pero mandaré a algún amigo a capturarlos a algo así…
-         Si algo malo le pasa a alguien de mi familia…- el arpa-yinn entornó los ojos, casi ciego de la ira. Sintió el calor de la energía en las palmas de sus manos, ardiente, listo.
-         Pequeño Michael, eres inofensivo e inocente.- comenzó a decir Tom.- También eres vulnerable, como el resto de tu familia. Son nuestros, sois nuestros. Habéis sido creados en el mundo de los humanos, un sitio que no es para vosotros… Pero aquí estáis. Por lo tanto, uno por uno, los arpa-yinn, al igual que las demás criaturas mágicas, seréis sometidos….
-          ¡¡¡ASESINOS!!!- les interrumpió de pronto Michael, gritando y explotando, cargado de rabia y de dolor. Blanca se apartó rápidamente de su lado, algo asustada.- ¡¡Sois unos asesinos!!- chilló el joven, rebosante de adrenalina. La energía comenzó a brotar de sus manos, envolviendo todo su cuerpo en un halo de luz blanca y ardiente.- ¡¡Un días pagaréis por esto!! ¡Un día desearéis no haber hecho daño A NADIE! Un día… ¡Os prometo que un día no podréis hacernos daño! ¡MONSTRUOS!- y, dicho esto, se dio la vuelta, furioso, y se marchó llorando de rabia, a paso ligero. Todos dejaron de sonreír.
-         ¡Michael! ¿Dónde crees que vas? ¡¡Vuelve aquí ahora mismo!!- ordenó Dan, enfadado, corriendo tras él, intentando parecer firme. Y, justo cuando iba a alcanzarle y a sujetarle, el arpa-yinn se volvió, y, apuntando a Dan con una mano, le lanzó un haz de luz blanca que lo alejó de él, haciendo que saliese disparado hacia atrás y cayese.
-         ¡¡Apártate de mí!! ¡¡Déjame en paz de una vez!!- chilló, lanzando haces de luz blanca a diestro y siniestro por todo el jardín, que mantenían a los comerciantes alejados de él, muy asustados. Luego, se perdió en el frondoso y gran jardín. Blanca, acurrucada en un rincón como siempre, observando, le llamó por su nombre, sin éxito.
Dan, medio en estado de shock, se levantó como pudo. Tanto él como Paul y Tom estaban muy serios, incluso preocupados.
-         Vaya… parece que se ha enfadado…- murmuró Tom.
-         Nos ha echado una maldición. Nos ha dicho que pagaremos por esto.- se temió Paul, con los ojos muy abiertos. No había dicho ni una palabra en toda la conversación, sabía que aquello terminaría mal. Blanca no perdió tiempo y echó a correr hacia el interior del bosque.


Rabia. Dolor. Miedo. Desolación. Sentimientos poderosos que se adueñan de uno en un momento preciso, y que hacen que actuemos sin pensar. Aquello era lo que le había pasado a Michael. Caminó con rabia, sin saber a donde, internándose en el bosque, llorando de dolor interior y de rabia. Las otras criaturas que le veían pasar no decían nada y le observaban, curiosas y extrañadas, deseando saber lo que había ocurrido. Nadie se interponía en su camino.
Al final, el arpa-yinn se detuvo bajo un bonito nogal, en un claro lleno de hierba y preciosas florecillas. Sabría que podía haber caminado hasta el fin del jardín, pero necesitaba calmarse, parar, tranquilizarse. Se acomodó en el nogal. El duende que vivía allí no se atrevió a decirle nada… Le dejó estar, intentando pasar desapercibido.

-         Michael.- esa voz firme y grave. El arpa-yinn no necesitó despegar la cabeza de sus rodillas para saber que Lun estaba allí, de pie junto a él, observándole con sus ojos profundos y sabios.
-         No… no te acerques. Puedo hacerte daño sin querer…- sollozó Michael.
-         Sé que no vas a hacerlo.- Lun se sentó a su lado y con cuidado, le hizo levantar la cabeza. Ojos color ceniza, rasgados, profundos, sabios, serios, duros; ojos almendrados, expresivos, grandes y redondos, llenos de amor, profundos, anegados en lágrimas.
-         Les odio.- Michael apretó los puños, y Lun tomó sus manos y le obligó a abrirlas.- Son malvados, crueles… Juro que…- el arpa-yinn apretó los dientes.
-         Michael, tranquilízate, por favor, me estás abrasando las manos.- pidió Lun con total tranquilidad. Él, horrorizado, retiró rápidamente sus manos de las del elfo, enrojecidas.
-         Oh, lo siento.- murmuró. Lun sacudió la cabeza con despreocupación y se llevó las palmas de las manos a los labios, aliviando un poco el dolor. El elfo le limpió las lágrimas suavemente, con sus dedos finos y delicados.
-         Sé que es duro para ti, Michael. Sé que es difícil, lo es para todos…
-         Él me hizo una promesa… Me prometió…- Michael gimió, desesperado. Si alguien hacía daño a su familia… Pero, ¿cómo podía impedirlo él? ¿Qué podía hacer? Nada.
-         Todos los humanos son mentirosos y traidores, deberías saberlo.- le reprendió Lun. Michael negó con la cabeza.
-         No. Todos no. Ella no lo es.
-         Casi todos, entonces. Confía, Michael, confía en el destino. Si allí arriba- Lun señaló al cielo con la cabeza- no lo quieren, tu familia estará a salvo.
-         Allí arriba me odian.- concluyó el arpa-yinn, desolado.-Mira lo que me han hecho.
-         Lo dudo mucho. Tal vez quieren ponerte a prueba, tal vez quieren que aprendas, tal vez quieren que seas un ejemplo para los demás… Allí arriba no odian a nadie, Michael, deberías saberlo.- Michael asintió y suspiró. Guardó silencio unos momentos, ya dejando de llorar, y luego confesó en un susurro:
-         Tengo miedo.
-         Debes tenerlo.- fue la respuesta de Lun, y el arpa-yinn le miró incrédulo.- Los verdaderos valientes no son los que no tienen miedo, sino los que tienen miedo y lo afrontan.- explicó el elfo entonces.
-         ¿Crees que algún día podré ser libre y volver a ver a mi familia, Lun?
-         Sí.- respondió él inmediatamente. Y volvió a hacerse el silencio. Luego Michael volvió a preguntar:
-         ¿Crees que Blanca me ama tanto como yo a ella?
-         No lo dudo, Michael. Sé que no te fías de los humanos pero, como bien has dicho antes, Blanca es una excepción. Estoy seguro de que ella puede sentir lo mismo que tú con la misma intensidad que tú, y que está dispuesta a todo junto a ti.
-         No lo dudes.- murmuró entonces la vez de ella en el oído del arpa-yinn. Michael se volvió, sobresaltado, y encontró a Blanca detrás suyo, sonriéndole. Había llegado sigilosamente y probablemente había escuchado toda la conversación.
-         Te quiero, Michael.- dijo ella con una voz tan dulce como la miel. Michael sonrió, ya olvidados su miedo y su enfado.
-         Yo también.- y se abrazaron. Lun esbozó una media sonrisa y decidió que era mejor dejarlos solos… Él tenía algo muy importante que hacer.



Dan, Paul y Tom conversaban sentados en el porche, con una bandeja de aceitunas y embutidos, y fumando. Sus principales temas de conversación eran las mercancías; todo tipo de criaturas que se podían comprar y vender.
De pronto, los tres vieron aparecer a Michael y a Blanca, que salían del bosque cogidos de la mano. Michael iba más tranquilo, con gesto dulce (como siempre), andando con cierta torpeza aún, y con sus ropas blancas, que resaltaban en la luz naranja del crepúsculo. Caminaba con la cabeza gacha.
Paul se inquietó, pero Dan le tranquilizó.
-         No te preocupes.- dijo.- Los arpa-yinn son tranquilos e inofensivos. No viene a hacernos daño.
En efecto, cuando Michael se detuvo, cerca de donde ellos estaban, dejando a Blanca atrás, hizo una leve inclinación con la cabeza, y con la mirada baja, tomó aire y dijo:
-         Señor… me… querría disculparme ante usted… Me he portado mal, lo siento… Pero me puse nervioso… Por favor, acepte mis disculpas…- rogó, casi en un susurro, con timidez. Dan lo miró de arriba a abajo, evaluándolo, haciéndose de rogar.
-         Así que quieres que te perdone…
-         Sí, señor. Se lo ruego.
-         Ya. Me hiciste daño cuando me lanzaste hacia atrás, ¿sabes?- mintió, con falsa pena.- Te traje para que te portases bien, Michael. No para que me agredieses. Te he cuidado y mantenido, y debes tenerme un respeto. Soy tu amo.- le recordó. Michael asintió.
-         Lo sé, señor. Lo siento de veras. Pero le repito que me enfurecí tanto que no sabía lo que hacía… Yo… Si quiere… si quiere puedo intentar… curarle… donde le haya hecho daño, me refiero…- sugirió el arpa-yinn, intimidado. No sabía donde meterse. El tío Dan arqueó una ceja, con interés.
-         Oh, bueno. Adelante.- y Dan se dio la vuelta, mostrándole su espalda al arpa-yinn, indicándole que le dolía. Mentía, ya que desde que era niño había tenido escoliosis, y dolores continuos. Sentía su espalda agarrotada y dolorida desde siempre.

Michael colocó sus suaves y oscuras manos sobre la espalda de Dan, con delicadeza.
-         ¿Le… le duele aquí?- preguntó.
-         Me duele toda la espalda.- afirmó Dan. Michael palideció.
-         Oh… vale.- y, dicho esto, cerró los ojos y respiró hondo, mordiéndose el labio inferior, intentando concentrase. Luego, exhaló, y de cada una de sus palmas salió un haz de luz blanca y cálida, que pareció “penetrar” en la espalda de Dan. Michael se esforzó en enviar amor y deseos de dicha hacia Dan, a pesar de que era la persona que más odiaba y una de las que más daño le había hecho. Pero se olvidó de aquello, y se centró en intentar quererle. Más o menos, le salió bien. El arpa-yinn estuvo varios segundos enviando su energía, y la espalda de su amo acabó envuelta en luz.
Dan sentía una sensación que nunca antes había experimentado. Parecía como si un chorro de agua cálida estuviese mojando su espalda, y a la vez el viento chocase contra ella. Aquella sensación le relajó y le calmó, haciéndole sentir muy bien.

Luego, la luz blanca dejó de emanar de las manos de Michael, quien retiró las manos, casi con dulzura, abrió los ojos tímidamente y esperó alguna reacción de Dan. Él se volvió hacia el arpa-yinn, con los ojos muy abiertos, y muy sorprendido.
-         ¿Cómo lo has hecho?- balbuceó. Ya no sentía ninguna molestia en la espalda… La sentía libre, “fresca”. Se irguió. La escoliosis le había desaparecido completamente.
-         ¿Mejor?- dijo Michael, con timidez y dubitativo, esbozando una ligera sonrisa. El tío Dan asintió, maravillado, pero luego volvió a recordar la compostura.
-         Más o menos. Pero, a lo que íbamos… Quieres que te perdone, ¿no es así?
-         Sí, señor.
-         Bien. Pero tendrás que prometerme que no volverás a perder el control, te portarás bien, serás obediente y no dirás cosas malas. Hicimos un trato, con lo de tu familia…
-         Lo recuerdo, señor. Se lo prometo.
-         Bien. Acepto tus disculpas, entonces. Márchate.
-         Sí, señor. Gracias.- murmuró Michael, con docilidad, y se dio la vuelta y se marchó hacia donde Blanca estaba sentada, en un banco, cerca de allí. La joven le sonrió, y el arpa-yinn hizo un gesto de apuro.
-         Perfecto.- felicitó ella. Michael se encogió de hombros, aún algo pálido.
-         Dios mío.- murmuró, recordando el mal rato. Blanca le acarició la mejilla, y ambos comenzaron a charlar animadamente, olvidando el mal rato.