Un día, Dan le anunció a su sobrina que se iba a la ciudad, y ella insistió en acompañarle. Mientras su tío se ocupaba de unas gestiones, ella haría recados y compras. Blanca le sugirió a Michael que les acompañase.
- Así conocerás el mundo de los humanos.- le animó ella. Michael arrugó la nariz.
- No sé si tengo muchas ganas de hacerlo…- confesó. Pero Blanca tiró de él. Iba vestida con un vestido color veis, unas sandalias marrones al estilo romano y un peinado que le apartaba algunos mechones dorados de pelo de la cara. Se había puesto adornos en las orejas y en las manos. Michael pensó que estaba muy guapa.
- Vamos, será divertido.- le aseguró. Michael se vistió y se peinó, y él y Blanca fueron a reunirse con Dan, quien los esperaba junto a su todo terreno.
- ¿Él viene?- preguntó rudamente Dan señalando a Michael, con desagrado.
- Pues claro.- respondió Blanca fríamente. Dan miró al arpa-yinn con una mirada cortante.
- Espero que no haya ningún accidente, porque entonces estarás perdido.- amenazó. Michael asintió y bajó la cabeza, para susurrarle a Blanca al oído:
- Creo que es mejor que me quede…
- Claro que no, Michael. Ven, sé que te gustará, y también sé que necesitas salir de aquí.- le dijo seriamente Blanca. Y era verdad. El jardín era enorme y precioso, sí; pero era una cárcel. Blanca sabía que Michael necesitaba sentirse libre, aunque sólo fuese un momento.
Llegaron a la ciudad casi a mediodía, después de un viaje en coche (esta vez, Michael no se había mareado). Dan dejó a la pareja en la calle principal, quedando con ellos allí unas horas después. Blanca sabía que su tío no se iba a sitios recomendables, pero verdaderamente le traía sin cuidado.
- Tenemos que comprar algunas cosas, pero lo haremos al final para no tener que llevarlas todo el rato. Y ahora, ¿Qué quieres que hagamos?- le preguntó Blanca al arpa-yinn.
- Eh…- murmuró él distraídamente. Estaba alucinado, demasiado ocupado mirando todo como para contestar. Había edificios altos, muy altos, todos de cristal o hierro, alargados y finos. Por las calles había muchos coches como el de Dan, pero más limpios. Una masa de gente iba de un lado para otro, bien vestidos, con malas caras y prisa. La mayoría de las mujeres llevaban la cara pintorrojeada, y unos zapatos con puntas en los talones. Y… olía fatal, a humo y a suciedad. Casi podía verse todo el humo flotando en el aire.
Michael arrugó la nariz y tosió; esto le sacó de su estado de shock, y se volvió hacia Blanca, con una sonrisa.
- ¿Decías…?- ella rió.
- ¿Te sorprende la cuidad?
- Es increíble. Hay tanta gente, es todo tan artificial. Y todo está tan… sucio…
- ¿Bromeas? Esta cuidad es una de las más limpias del mundo…
- ¿Qué?- Michael no salía de su asombro. ¿Cómo podía la gente aguantar vivir en un sitio así? ¿No les resultaba insoportable?- Pero… si hay humo en el aire… ¡Y huele tan mal…!- Blanca se encogió de hombros.
- No hay otro remedio, Michael.- dijo, con tristeza. Él asintió, comprendiendo. De pronto, Blanca sonrió, cambiando de tema.
- ¿Has comido hoy?- le preguntó al arpa-yinn.
- No… Desde hace tres días, no he comido nada.- murmuró él. Su amiga le guiñó un ojo.
- Entonces, genial. Vamos a ir a un sitio donde podrás comer todo lo que quieras.- le dijo.
- ¿En serio? ¡Vamos!- dijo Michael, ilusionado. Blanca le tomó de la mano y comenzaron a andar, calle arriba.
A Michael le impresionaban mucho las tiendas. Eran pequeñas casas, donde había un montón de cosas expuestas, y la gente entraba y podía llevárselas. Había tiendas de todo tipo, con muchísimas cosas; ropas, zapatos, comida, adornos, joyas, cosas para el hogar, gafas... ¿Para qué querían los humanos tantas cosas?
Según iban andando, la gente se quedaba mirando a Michael. Un joven muy hermoso, y de piel oscura. Sería un extranjero, pensaban todos. Pero no se imaginaban hasta qué punto.
Blanca condujo a Michael hasta otra de esas extrañas tiendas. Había gente sentada en sillas, alrededor de mesas con comida, y un montón de comida expuesta en bandejas, en el centro de la sala. Parecía un sitio muy elegante.
Ambos entraron, y un señor vestido de una manera extraña pero elegante les recibió con una sonrisa y les asignó una mesa.
- Es un placer verla por aquí, señorita, como siempre.
- Gracias, Albert, lo mismo digo. Hoy no vengo sola.
- Ya veo.- dijo el señor, con una sonrisa.- ¿Quién es su amigo? ¿Es extranjero?
- Sí, es de muy lejos.- respondió Blanca con una sonrisa. Michael también sonrió, pero prefirió dejar que fuese Blanca quien hablase.
- ¿Habla castellano?
- Sí.- dijo la joven, y Michael sonrió.
- Fantástico. Les dejo comer entonces, que aproveche.- deseó el muchacho, y se marchó a atender a otros.
- Ese es el camarero, el que se encarga de servir a la gente y asignarles una mesa. Trabaja aquí, y por eso le dan dinero para que pueda vivir.- informó la chica al arpa-yinn.
- Aaah… Entiendo.- dijo él, con una sonrisa. Miraba a todo y a todos, se fijaba en la ropa que llevaba la gente, escuchaba cada conversación, le sorprendía cada perfume o aroma.
- Todo esto es tan… extraño…- comentó el arpa-yinn distraídamente, mirando el techo del restaurante. Blanca sonrió.
- Pero, ¿te gusta?- él dudó y la miró a los ojos.
- No sé, ¿debería gustarme?
- No debería ser nada que tú no quieras.- agregó ella. Michael rió y sacudió la cabeza. Una vez más, se fijó en lo elegante y guapa que iba Blanca, como todos en aquel lugar. Él tan sólo se había puesto su mejor camisa, unos pantalones vaqueros, como decía Blanca que se llamaban (no le gustaban nada, le resultaban incomodísimos; no podía moverse y no eran flexibles, pero la joven decía que le quedaban muy bien) y sus mocasines. Blanca le había dicho que estaba bien, aunque él empezaba a dudarlo.
- Sí, creo que me gusta.- añadió por fin.- Pero cambiaría muchas cosas…
- Yo también.- sonrió Blanca. La mano de Michael descansaba sobre la mesa, y ella se la tomó y la acarició. Michael cerró los ojos y relajó la mano.
- Eso… eso me encanta.- murmuró, con la voz algo quebrada. Era verdad. El tacto de la mano de Blanca era suave, y le encantaba que le acariciase la suya, le producía escalofríos de placer. Ella sonrió y rió suavemente. Michael hizo entonces un intercambio; soltó su mano de la de Blanca y tomó la de la joven, llevándosela a los labios y besándola con devoción y dulzura.
- Eres tan…- Michael buscó la palabra apropiada entre todas las que conocía, pero no encontró ni una sola para describir a Blanca que a ella pudiese gustarle o sorprenderle.
- ¿Tan?
- Tan tú…- murmuró el arpa-yinn. Al instante, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No era justo, no. Blanca volvió a tomarle la mano y se la besó, y le acarició la mejilla.
- Michael… Michael, ¿qué te ocurre?- le susurró con dulzura. Michael se mordió el labio inferior, frustrado.
- No es justo… eres tan perfecta… pero yo tengo que elegir…
- ¿De qué hablas, Michael?
- Si me quedo contigo… Si hago caso a mi corazón y me quedo contigo, para amarte por siempre, para que ambos seamos felices juntos… Si hago caso al amor, entonces… entonces pierdo todo lo demás.
- No, cielo, no tiene por qué ser así…
- Sí, Blanca, sí… Si algún día, por la razón que sea, puedo marcharme… No puedo llevarte conmigo…
- ¿Por qué no, Michael?
- Porque… porque no eres una arpa-yinn…- murmuró él, en voz muy baja. Blanca retiró la mano, dolida.
- Así que eso te importa. Si soy como tú o no. Ya sé que no soy tan perfecta, guapa, inteligente y habilidosa como tú. No tengo alas, no tengo magia, mi piel no es oscura, pero, ¿importa realmente eso?- le replicó al joven.
- Influye… No sería bueno, Blanca, no perteneces a mi mundo, ¡somos distintos!- Michael la miró, esperando encontrar comprensión en sus iris claros. Pero no; la mirada de ella estaba dolida.
- ¿Ah, si? Entonces, ¿qué hacemos juntos?
- No que dicho que…
- Michael, tienes toda la razón. Somos distintos. Tu madre te lo dijo, no confíes en humanos, no tengas tratos con humanos.- Blanca se levantó con firmeza, enfadada. Michael la miró, asombrado. No podía ir en serio.
- No estarás hablando en serio…
- Michael, necesitas a una arpa-yinn perfecta a tu lado, una con la que puedas compartirlo todo. Esa no soy yo, soy muy inferior a ti. Lo siento.- y se dio la vuelta, sin un titubeo, caminando hacia la salida. Albert y otros camareros miraban la escena, algo apenados.
- ¡Blanca!- Michael también se levantó y corrió tras ella. La alcanzó y la cogió del brazo, pero ella se zafó, con brusquedad.
- Estoy segura de que mi tío te dejará libre pronto; si no, escaparás, o te ayudaremos a escaparte…Qué más da.- la joven casi había llegado a la salida, con paso firme. Michael la seguía desde muy cerca, con el ceño fruncido y sorprendido, aunque quizás algo divertido.- Y entonces volverás a casa y podrás tenerlo todo, volverás a enamorarte, y esas cosas, y serás feliz… Ya sabes dónde hemos quedado con mi tío, en esta esquina, dentro de dos horas. Haz lo que quieras pero no te alejes, la cuidad es grande. Hasta luego, Michael.- pero no pudo salir del edificio. Un haz de luz se dirigió hacia la puerta más rápido que ella, cerrándola bruscamente, impidiéndole el paso. Blanca arqueó una ceja y, sin mirar a Michael, tiró para abrirla, pero parecía estar cerrada a cal y canto. Se volvió hacia el arpa-yinn, que la observaba con una media sonrisa.
- ¡Michael! ¡Abre esta puerta ahora mismo! ¿Quién te crees que eres para usar tu magia para…?- no pudo seguir. Michael se acercó a ella a la velocidad del rayó y la silenció con un beso. Al principio Blanca, sorprendida, intentó apartarse, pero los brazos de Michael la retenían pegada a él, nunca habían parecido tan fuertes. Y no pudo evitarlo; se encontró respondiendo al beso de Michael.
- Cretino.- jadeó entre beso y beso, tomando con los dientes el labio inferior del arpa-yinn. Él se rió.
- Con tal de protestar…- dijo como pudo. Luego separó a la joven de sí, y tomándola por la barbilla, obligándola a mirarle a los ojos, susurró:
- No vuelvas a creer algo así. Eres perfecta, única y especial, independientemente de la raza que seas. Y yo te quiero, Blanca, me da igual que no seas una arpa-yinn. Yo te quiero, ¿has entendido? - ella asintió, con una sonrisa, y besó brevemente los labios de él.
- Ah, y por cierto… ¿Nunca te he dicho que estás adorable cuando te enfadas?- Michael rompió a reír, y Blanca también se rió, aunque intentó disimularlo.
- Ja, ja, que gracioso.
- Por supuesto.
- Anda, déjalo ya y comamos algo.- dijo, a pocos centímetros de los labios de Michael.- Estarás hambriento.- él asintió, con una sonrisa. Blanca se dirigió a las mesas con comida, sonriendo, y Michael supuso que debía seguirla. Ella tomó un plato de un mueble, y le tendió otro al arpa-yinn, junto con instrumentos para comer que Michael ya había visto en la cocina de Dan.
- Sírvete.- le invitó Blanca, señalando las grandes mesas repletas de comida que había en el centro de la sala.
- ¿Puedo coger fruta?- preguntó él, tímidamente.
- Puedes coger todo lo que quieras, amor.- dijo la chica con una sonrisa. Michael la imitó, y fue a servirse. Escogió de todos los tipos de frutas que había; tropicales, de invierno y de verano, de todos los tipos. A Michael se le hacía la boca agua.
Ambos comieron hasta quedarse satisfechos. Michael se dio un atracón, haciéndose a la idea de que no tendría una oportunidad así en mucho tiempo.
Cuando acabaron de comer, Michael estaba de un humor inmejorable. Blanca le dio al camarero varios extraños trozos de papel, y luego le explicó que eran para compensar todo lo que habían comido. Al arpa-yinn aquello no le hizo mucha gracias, pues comprobó que la joven había tenido que dar algo a cambio de aquel banquete, pero en seguida se le olvidó.
-¿Dónde quieres que vayamos ahora?- le preguntó Blanca con una sonrisa.- Aún nos quedan unas horas…
- Lo que tú quieras. Yo no sé qué hay por aquí, sorpréndeme.- le respondió Michael, con tono retador. Blanca enarcó una ceja.
- Déjate sorprender.- incitó entonces, besándole suavemente en los labios.
Blanca decidió que a Michael le encantaría el cine. Así que guió al arpa-yinn a través de un laberinto de calles, en el que a veces hasta ella misma se perdía, hasta unos edificios enormes. En las fachadas tenía dibujos de escenas con títulos y nombres de personas. Algo muy extraño, pensó Michael. Entraron al gran edificio, y Blanca compró dos papelitos y un paquete de cosas blancas, que, según le dijo, se comían. Michael probó una y no le gustó; demasiado salada y seca para su gusto, pero a Blanca parecían encantarle. Palomitas, le dijo que se llamaban.
Michael la siguió hasta una sala en la que había una gran pantalla, que ocupaba toda la pared, y filas de butacas en frente. Tomaron asiento en dos de ellas, y las luces se apagaron. Después, empezaron a proyectarse imágenes en la pantalla. Era como una historia interpretada por personajes, ¿sería real? Lo parecía. Blanca le explicó a Michael que no lo era, que todo aquello estaba preparado. La historia trataba de una chica de clase alta y un chico pobre; ambos viajaban en el mismo barco, se conocían y se enamoraban. Pero ella ya estaba comprometida, y tenían que esconder su relación. Finalmente, había un accidente y el barco se hundía; él moría por salvarla a ella. ¡Qué triste!, pensó Michael. La película se llamaba “Titanic”. La mayoría de la gente que estaba en la sala lloraba, y a Michael también le dieron ganas de llorar, pero se contuvo, le daba vergüenza llorar delante de toda aquella gente. Blanca no lloraba, pero cogió la mano de Michael y apoyó la cabeza sobre su hombro. Michael la envolvió en sus brazos y le besó su melena rubia, con dulzura.
Cuando la película acabó, ambos fueron a comprar algunas cosas, y después a reunirse con Dan donde habían quedado. Este llegó bastante tarde. “Era una profesional, tuve que pagarle bien.” Se excusó con una sonrisa perversa a Blanca. Ella esbozó una mueca de asco, pero Michael no entendió lo que aquello quería decir.