La historia dos almas especiales destinadas a amarse, de dos almas gemelas. El dolor y el esfuerzo para conseguirlo, la esperanza y el valor necesarios para salir adelante, la belleza de nuestro mundo y de los mundos paralelos... Y la magia del amor.



sábado, 29 de octubre de 2011

Capítulo XVIII: El Regalo De Los Arcángeles

Hola, chicas! :)
De nuevo, siento muchísimo el retraso! He estado bastante ocupada con los exámenes, pero ahora que tenemos unos días de vacaciones, aquí tenéis otro capítulo! Sinceramente, espero que os guste :) Es el antepenúltimo de la historia, supongo que os llevaréis una sorpresa al leerlo...! 
Muchos besos y gracias por vuestro apoyo! :)

Capitana Amanecer







Michael se despertó súbitamente. ¿Qué era lo que le había sacado de sus dulces sueños, inundados del perfume de Blanca y de sus besos de fresas?
Estaba extrañamente nervioso, como esperando algún acontecimiento especial, aunque no sabía de qué se trataba; aunque a la vez, se sentía extrañamente bien, en paz, en armonía, relajado. El cielo estaba de un color azul pálido, pues las primeras luces del alba empezaban a verse, y las estrellas comenzaban a desaparecer. Amanecería en breve.
Pero aquel día había algo especial. Con su percepción de arpa-yinn y sus cinco sentidos muy desarrollados, Michael sentía algo extraño. No se oía nada, y olía tanto a lluvia como su acabase de llover, cuando en esa época del año era imposible. Un pequeño colibrí cruzó delante de él, revoloteando con alegría, y posándose en una rosa cercana.
De pronto, en el horizonte empezó a verse una extraña luz blanca, que iba cubriendo todo el paisaje, como un manto de niebla. Michael parpadeó, extrañado y alerta, y se aseguró de que no estaba soñando. No, era real; como una nube que avanzaba a pasos agigantados, llena de luz de sol. Parecía que ya hubiese amanecido, aunque  la claridad no se debía al sol.
Michael despertó a Blanca con la suavidad de sus labios, y ella se mostró tan sorprendida como él. La luz blanca hacía desaparecer las lejanas montañas verdes, y se acercaba rápidamente al bosque. Pronto hubo ocultado los primeros árboles… y sólo un rato más tarde, Michael y Blanca se veían rodeados de aquella extraña claridad; no era niebla, era solamente luz. Luz blanca.
-         ¿Qué pasa, Michael?- Blanca, algo asustada, se refugió en sus brazos desnudos.
-         Sssh, tranquila.- aunque Michael también estaba inquieto. El ambiente se llenó de aquel perfume a lluvia, junto con una brisa cálida y dulce.
Comenzaron a oírse cantos de voces musicales y agudas, como de niños, que formaban una hermosa y conmovedora melodía, que se confundía a veces con los susurros del viento y los sonidos del bosque.
Y, repentinamente, ocurrió. En la luz blanca empezaron a aparecer niños, niños con alas que se acercaban a la pareja volando muy despacito, sonriendo, llenos de luz. Blanca notó como Michael se estremecía de emoción.
- Arcángeles.- le susurró el arpa-yinn, conmovido. Eran niños que aparentaban cinco, seis o siete años, con los dientes de leche aún y una expresión tierna y dulce. A pesar de que mostraban la estatura de un niño, sus blancas alas de pluma eran del tamaño de las de Eimmelt, o mayores.
Iban completamente desnudos, algunos cogidos de las manos, y todos sonriendo con ternura. Había femeninos y masculinos, rubios y morenos, delgados y gorditos, con ojos claros y oscuros, orientales, de piel oscura y de piel blanca… Pero todos ellos tenían un aspecto adorable, y se acercaban cantando. Aquel escudo de luz se atenuó, pero la claridad y la brisa seguían a su alrededor.
Blanca se quedó sorprendidísima. Siempre se había imaginado a los ángeles como mujeres hermosísimas, altas y majestuosas, con ropas blancas vaporosas… Pero no era así, por lo visto. Se le pasó por la cabeza una escena, de Michael y ella sentados bajo un árbol conversando. El arpa-yinn le decía que los ángeles hermosos y perfectos la única emoción que despertaban en las personas era deseo hacia tal hermosura y hacia esa perfección; sin embargo, al tener ese aspecto, los angelitos lo que despertaban era cariño y ternura, la cual era su intención. Blanca se había olvidado completamente de esa conversación hasta entonces.

Un angelito con el pelito rubio pajizo y liso se adelantó revoloteando, sonriendo dulcemente. Tenía los ojos azules muy claros, la nariz respingona y las manos regordetas. ¡Qué lindo era!
-         Hola, Michael. Hola, Blanca.- saludó, haciendo también un gesto con la mano. Su voz era como la de un niño, aguda, suave e infantil, pero firme y con un matiz de autoridad escondido tras la dulzura.- Me alegro mucho de veros.
-         Saludos, mi señor.- respondió Michael con un hilo de voz, haciendo una reverencia. Blanca le imitó.- Es un placer.- el angelito se echó a reír, con una risa juguetona y cantarina. Los demás le corearon, y Michael se sonrojó.
-         Oh, no tenéis que inclinaros.- dijo entre risas un angelito femenino de ricitos ensortijados y negros, pecas en la nariz y ojos grises, de piel oscura. Michael y Blanca se levantaron, sin poder evitar sonreír. El primer arcángel rubio siguió hablando, con una sonrisa.
-         Os hemos estado observando.- informó.- Y nos ha parecido tan hermosa vuestra relación, la forma de la que os habéis protegido el uno al otro, vuestro apoyo en los momentos difíciles y vuestro coraje, que hemos decidido haceros un regalo.- dijo, radiante. La pareja se miró y ambos sonrieron. Michael estaba visiblemente emocionado, y Blanca también.
-         Gracias, Miguel.- respondió Michael. Blanca no cabía en sí de su asombro. ¿Miguel, el arcángel San Miguel, era un niño de seis años? No podía creerlo.- Os agradecemos a todos vuestros halagos… Pero no creo que sea necesaria ninguna recompensa…
-         No lo es, pero a nosotros nos apetece premiaros.- sonrió la niña de ricitos.
-         Uriel tiene razón.- agregó Miguel. Se había referido a la niña como Uriel, el arcángel Uriel. Aquello era imposible.- Es hermoso que seáis felices después del dolor… más de lo que sois ahora.

Entonces, Uriel, Miguel, una niña de trenzas castañas y ojos almendrados con piel color aceituna, un niño de ojos verdes rasgados con nariz recta, y una niña muy pequeña (tal vez tendría cuatro años) con unos preciosos ojos azules con pestañas largas, y rizos dorados, se cogieron de la mano y se acercaron a Michael, formando en círculo con él en medio. El arpa-yinn, nervioso, cerró los ojos y se dejó hacer, sabiendo que estaba en buenas manos. Sintió como cada uno de los arcángeles apoyaba con delicadeza sus pequeñas y cálidas manitas en las heridas de su espalda, y se estremeció. La luz blanca de los arcángeles comenzó a envolverle, en silencio, mientras un estado de éxtasis y de profunda relajación se adueñaba de la mente de Michael... Y, de la manera más dulce, los recuerdos comenzaron a inundar su mente, haciendo al joven olvidarse de todo lo demás.

-         Cuenta tres, arpa-yinn…
-         ¡Se lo ruego!
-         Una…
-         ¡¡Deténgase, por favor!! ¡¡Pare!!
-         Dos…
-         ¡¡No!! No lo haga, se lo ruego… ¡No, por favor!
Y tres.- el arpa-yinn sintió el frío, duro y afilado filo de la sierra en sus tiernas alas.

                                             ***
Y así pasó el tiempo. Michael no supo cuánto, ya que lo único que recordaba y que existía en esos momentos era dolor y tristeza. La garganta le escocía; tenía sed y hambre. Los días avanzaban, y la vida se iba escapando rápidamente de Michael. Su sangre estaba esparcida por todo el suelo rocoso, y empapaba todo su cuerpo, cosa que le hacía tener más frío. La espalda del arpa-yinn estaba inflamada, herida e irritada, además de agarrotada y encogida. Y el contacto con las rocas rugosas y húmedas del suelo sólo lo empeoraba. Los muñones que habían sido alas, envueltos en sangre, estaban algo infectados. La cabeza le estallaba, y temblaba de arriba a abajo.

                                         ***

-         Tranquilo.- le susurró ella, sonriendo, intentando animarle un poco.- No voy a hacerte daño.- pero él no cambió de posición. Tenía las manos cruzadas sobre sus hombros, en gesto protector, aunque lo cierto era que temblaba de miedo. Desconfiaba.
-         No quiero hacerte daño.- repitió la joven. -Me llamo Blanca.- se presentó, amigablemente.- ¿Y tú?- él dudó si responder, pero finalmente dijo:
      -    M… Michael.- tímidamente, algo más tranquilo.
                                                         
                                                         ***

Blanca le meció con suavidad, sonriendo, como quien acuna a un bebé. El arpa-yinn dejó de llorar, y miró con timidez a la joven, algo sorprendido, sollozando. Con una mirada profunda y dulce, pero infinitamente triste. Ella sonrió, en un intento de subirle la moral.
-         Voy a cuidarte. No te preocupes. No va a pasarte nada más malo mientras estés aquí.
-         ¿Tú… tú también eres… una cautiva?- preguntó él, con timidez, secándose una lágrima y apartándose ligeramente del regazo de Blanca, avergonzado por el contacto.

                                                      ***

-         ¡¡Michael!!- llamó el niño, con voz suplicante. Estaba muy asustado.
-         ¡Randy!- gritó él, exaltado. Se incorporó deprisa y corrió hacia él. Dan se quitó del medio.
-         Randy, Randy…- murmuró Michael. Ambos arpa-yinn se fundieron en un cálido abrazo.- Oh, Randy, tú no, por favor, tú no…- el joven apretó los dientes. La sangre le hervía. No recordaba haber estado tan furioso nunca. Su punto más débil era, sin duda, su familia. Y dentro de este sector, su hermanito Randy. Cómo le quería… Al nacer el pequeño, Michael se había prometido protegerle, aunque esto le costase su vida. Sentía un cariño especial hacia él. Era tan tierno, tan lindo, tan dulce… Michael lo daría todo por él.
¿Cómo se atrevía Dan a capturarle? ¿Acaso no le bastaba con él mismo? ¿Tenía que tomar a un niño indefenso y pequeño? Qué cobarde, pensó Michael.

                                                    ***


-         ¿Mejor?- preguntó Blanca con una sonrisa. Estaba leyendo, tumbada en la cama, vestida con un camisón blanco.
-         Muchísimo.- él le devolvió la sonrisa. -¿Qué lees?
-         Son poemas. Me encantan, y estos son preciosos.
-         ¿Puedo leerlos yo también?
-         Por supuesto. Túmbate, si quieres, y te leeré hasta que te duermas.- ofreció Blanca. Michael sonrió, entusiasmado y asombrado.
-         ¿De verdad harías eso?- Blanca rió.
-         Claro.- y abrió la gran cama. Invitó al arpa-yinn a tumbarse, y él lo hizo, sonriendo. Se relajó en un lado de la cama. La almohada era muy suave y blandita, igual que el colchón. El joven sintió como Blanca lo arropaba con dulzura, con las sábanas ligeras pero cálidas, y le acariciaba la mejilla. Michael cerró los ojos, completamente relajado, y feliz. Aquella sensación era incluso más placentera que la del baño; una sensación de descanso, de paz, de seguridad… de amor. Nunca había estado tumbado en una cama, y era algo nuevo y maravilloso para él. Y Blanca…

                                                ***

La joven acercó sus labios a los del joven, y, suave y tiernamente, le besó con brevedad. Los labios del arpa-yinn sabían a dulce jugo de frutas, y eran tiernos y suaves. Michael tembló de arriba a abajo, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Su piel se erizó, pero se dejó llevar. Todo aquel profundo agradecimiento a Blanca, aquel cariño que sentía hacia ella, aquella confianza y sentido de protección, aquella necesidad de hacerla feliz, aquellas ganas de estar con ella… Todo, de pronto, se transformó en amor.
Michael nunca había estado enamorado, ni siquiera había sentido algo más allá del cariño por nadie; era el primer beso que daba y que le daban, y Blanca era la primera chica que tenía una relación tan estrecha y especial… Pero todo aquello le gustó.  Amó a Blanca, y le devolvió el beso, con inseguridad y timidez. No debería estar haciendo eso; su madre le había advertido muchas veces que no debía amar a seres de otras razas; era peligroso, no debían mezclarse. Pero, por primera vez en su vida, Michael no hizo caso a su madre.

Blanca se separó de él, suavemente, con los ojos cerrados. Michael jadeaba, y la abrazó, sin querer que el momento acabase. Mantuvieron sus cuerpos juntos, dándose calor, y continuaron acariciándose. Ninguno abrió los ojos, pero Michael murmuró, casi inconscientemente:
-         Te quiero…- ambos abrieron lentamente los ojos, y compartieron una mirada profunda. La joven sonrío, y él también.
-         Yo sí que te quiero.- respondió Blanca, con ternura, despeinando los rizos de él. Y se quedaron así, abrazados, perdiendo la noción del tiempo.


                                                    ***

-         Les odio.- Michael apretó los puños, y Lun tomó sus manos y le obligó a abrirlas.- Son malvados, crueles… Juro que…- el arpa-yinn apretó los dientes.
-         Michael, tranquilízate, por favor, me estás abrasando las manos.- pidió Lun con total tranquilidad. Él, horrorizado, retiró rápidamente sus manos de las del elfo, enrojecidas.
-         Oh, lo siento.- murmuró. Lun sacudió la cabeza con despreocupación y se llevó las palmas de las manos a los labios, aliviando un poco el dolor. El elfo le limpió las lágrimas suavemente, con sus dedos finos y delicados.
-         Sé que es duro para ti, Michael. Sé que es difícil, lo es para todos…
-         Él me hizo una promesa… Me prometió…- Michael gimió, desesperado. Si alguien hacía daño a su familia… Pero, ¿cómo podía impedirlo él? ¿Qué podía hacer? Nada.
-         Todos los humanos son mentirosos y traidores, deberías saberlo.- le reprendió Lun. Michael negó con la cabeza.
-         No. Todos no. Ella no lo es.

                                                          ***

-         Michael.- susurró Blanca, de pronto.- Quiero algo.
-         Lo que sea.- murmuró él, sonriendo.
-         Vamos a hacer el amor.- pidió ella. Michael la miró interrogante; no parecía saber lo que era aquello. Se sonrojó un tanto al no saberlo, pero Blanca le sonrió, tranquilizándole.
-         Enséñame.- susurró él, y Blanca sonrió.


                                           ***
- Tu historia es triste, Lun.- comentó Michael en un susurro. El arpa-yinn parecía sobrecogido.
- Lo es.- admitió el elfo. Luego miró a Michael a los ojos, culpable, desolado.- Pero siento que desperdicié tu vida, Michael.
- ¿Mi vida? ¿Por qué?
- Tú te sacrificaste para que yo pudiese vivir, ¡moriste por mí! Y mira cómo lo he aprovechado… Llevo 70 años aquí prisionero, en vez de vivir la vida que tú me cediste…- los ojos grises de Lun mostraban tristeza y culpabilidad. Michael le dirigió una sonrisa tranquilizadora.

                                                     ***

-         Estás en la frontera entre la vida y la muerte; van a llevarte con tu familia, eso te salvará; pero puedes morir en el viaje. La decisión es tuya, Michael… Elige tu destino.
-         ¿Morir o vivir? Creo que ya lo he decidido…
      -      Piénsatelo muy bien, Michael…


                                                      ***

Yo te amo, Blanca…


El torrente de recuerdos que le invadía con fuerza, de manera abrumadora, se detuvo, y Michael salió de su ensueño, estremeciéndose. Estaba en un estado de relajación extremo; apenas podía ver, oír, oler o sentir… Su mente estaba en paz. Miguel y Uriel tomaron sus manos, una cada uno, y los otros tres arcángeles colocaron sus manitas uno en su espalda herida, otro a la altura de su corazón y otro en su frente.
Blanca observaba la escena en silencio, con curiosidad y conmoción. A su lado, los angelitos que no participaban en la ceremonia sonreían y miraban la escena.

Michael comenzó a sentir la energía fluyendo por todo su cuerpo, provocándole hormigueos en las yemas de los dedos. Percibió que algo crecía en él, una nueva fuerza, y tuvo ganas de moverse y saltar… tuvo ganas de volar. Se removió, rebosante de energía, pero los arcángeles le sujetaron por los hombros, inmovilizándole suave y dulcemente. Algo avergonzado, intentó relajarse e ignorar los cosquilleos.
Y entonces, sintió que las heridas de su espalda se abrían, dolorosamente. El arpa-yinn soltó un gemido dolorido, y el niño que tenía las manos en su espalda le rozó con sus deditos las heridas, suavemente. Dejaron de dolerle inmediatamente. Notó su espalda algo más pesada… Y experimentó esa sensación tan amada que hacía tanto que no podía sentir y que pensó que no volvería jamás; tener seis extremidades y no cuatro, poder volar hasta las nubes, sentirse completo, más ágil, más ligero…
Libertad.
Todos los arcángeles se retiraron de su lado, y la luz blanca se extinguió. Michael se atrevió a abrir los ojos, confuso, y vio que Blanca le miraba asombrada, pero radiante. Todos los angelitos sonreían.
Se atrevió entonces a mirar para atrás, a su espalda… Y no pudo reprimir un grito de euforia el ver dos preciosas alas blancas, de plumas suaves, que le crecían de la espalda, donde estaban las suyas antiguas.
Riendo a carcajadas y llorando de felicidad, alzó el vuelo. Oh, qué maravilloso era. Había olvidado aquella sensación; ver todo desde arriba, sentir los rayos del sol más cerca, juguetear con las nubes, ir al lado de los pájaros, sentir el viento en su rostro, ser libre… Era perfecto. Perfecto.
Agitando sus alas a más no poder, llegó hasta las nubes más altas en cuestión de segundos, y las deshizo, riendo sin parar. Luego bajó en picado, como un rayo, plegando las alas, y dio vueltas alrededor del claro donde estaban Blanca y los ángeles. Luego se adentró en el bosque, dirigiéndose hacia donde estaba su familia, durmiendo en las copas de los árboles.
-¡¡Mamá!! ¡Mamá, mira!! ¡¡Puedo volar!!- gritó, revoloteando alrededor del pino donde su madre y su padre dormían. Ambos abrieron los ojos y se incorporaron, sobresaltados.- ¡¡Papá, tengo alas!! ¡¡Mira, papá!!- el joven estaba eufórico. Toda su familia se había despertado, y le observaba revolotear de aquí para allá, riendo.
Algunos de sus hermanos se le unieron por unos instantes, pero luego le dejaron disfrutar del vuelo solo. Michael iba de aquí para allá, riendo alegremente.
Pero de pronto su alegría se vio eclipsada. Dejando de sonreír, descendió rápidamente hacia el claro donde los ángeles y Blanca estaban, y le observaban maravillados. La joven sonreía ampliamente, pero Michael estaba angustiado.
-         ¿Y ella?- preguntó suavemente a los arcángeles, señalando a Blanca y jadeando.- ¿Qué pasará con Blanca? No puede quedarse sin alas cuando todos los demás volamos…
-         Claro que sí, Michael.- se apresuró a intervenir ella.- Toda mi vida he estado yendo a pie…
-         No, Blanca, no es lo mismo. Sé que si tengo alas nos distanciaremos, aunque sea involuntariamente… Ya no seremos iguales, no será lo mismo…
-         Si prefieres estar con Blanca, tu regalo puede ser retirado.- dijo la niña arcángel más pequeña, con una sonrisa adorable.- No pasa nada.
-         ¡Sí pasa!- exclamó Blanca.- Michael ha estado desde que le cortaron las alas queriendo volver a volar, deseándolo con toda su alma. Y ahora que tiene la oportunidad de ver su sueño cumplido…
-         Tú eres mi sueño cumplido.- interrumpió Michael, con una sonrisa.- Y si para que todo siga como ahora debo renunciar a mis alas… Lo haré.- dijo, con firmeza.- Estos instantes de gloria han sido suficientes.- afirmó, pero esta vez la duda ocupó su voz.

Blanca estaba horrorizada, Michael se mostraba serio y firme, pero a la vez rebosante de amor, y todos los angelitos sonreían. Uriel soltó entonces una breve carcajada.
-         Qué hermoso.- dijo.- Cada vez estoy más convencida de que merecéis una recompensa.- se volvió hacia Michael.- Michael, eres generoso y flexible.- y luego a Blanca.- Y tú, Blanca, no menos que Michael. Así que…- la niña se volvió hacia Miguel, y él asintió con la cabeza, aprobando algo.
-         Así que puedes quedarte con tus alas, arpa-yinn. Mientras que tú, Blanca… ¿Te gustaría tener unas también?- preguntó. El rostro de la joven se iluminó, y sonrió ampliamente, ilusionada.
-         Me encantaría.- confesó con una sonrisa. Michael se mostró sorprendido pero muy feliz.
-         Eso sería maravilloso.- murmuró, emocionado.

Entonces, los cinco arcángeles se acercaron a ella, creando un círculo a su alrededor. Comenzaron a entonar una suave y melodiosa canción que, cantada por sus voces infantiles, quedaba perfecta. Blanca cerró los ojos y se dejó hacer.
La chica sintió que Miguel le tomaba con delicadeza ambas manos, se acercaba aún más a ella y le susurraba al oído:
-         Imagínate a ti misma con unas alas, las que más te gusten. Imagínate volando por las nubes al lado de Michael.- su voz era como el viento. La joven le obedeció, y se imaginó con unas alas similares a las de Michael, volando de la mano de él entre las nubes de algodón. Retuvo esa imagen alentadora en su mente, mientras sentía las suaves manitas de los arcángeles niños retirando su camiseta y dejando su torso desnudo.
Todos los arcángeles soplaron en su espalda, a la altura de los omóplatos…
Y entonces Blanca lo sintió: su piel se abrió, sin ningún dolor, y dos enormes alas comenzaron a crecer en su espalda. La joven se había imaginado que pesarían bastante, pero no era así; sólo se sentían allí, pero eran livianas. La sensación de tener seis extremidades le resultó muy extraña, pero agradable; se sentía más fuerte, más segura. Era fantástico.
Los cinco niños se apartaron de ella, sonriendo, y Blanca abrió los ojos. Como había hecho Michael unos minutos antes, la joven, algo dudosa, miró hacia atrás… Unas alas blancas y enormes, de plumas suaves, crecían en su espalda, majestuosas.
Radiante, Blanca se volvió hacia Michael. El arpa-yinn lloraba de emoción y sonreía. Varios miembros de su familia se habían acercado, y contemplaban la escena, fascinados.
-Yo…-balbuceó la joven, dirigiéndose a los arcángeles.- Muchas gracias… Gracias, gracias, gracias…- todos, incluidos los angelitos que no habían participado, sonrieron.
- No hay de que.- respondieron todos a coro.- Disfrútalas.- y dicho esto, todos alzaron el vuelo. Gabriel se volvió y les dirigió una sonrisa a todos los arpa-yinn allí presentes. Luego, aquella cálida luz blanca que envolvió por completo el paisaje… y los ángeles y arcángeles desaparecieron, con su brisa y sus aromas, con sus cantos y su magia, tan rápido como habían llegado.

El silencio reinó durante varios instantes en el claro del bosque. Nadie sabía que decir ni qué hacer. Michael observaba maravillado las alas de Blanca, y ella estaba intentando asimilar lo que acababa de pasar. Eimmelt y Ahlia y los demás arpa-yinn contemplaban las alas de ambos, embelesados. Todos sonreían.
En otros tiempos, Blanca habría roto el silencio diciendo algo. Pero ahora había aprendido que en algunos casos las palabras sobraban y el silencio era hermoso.
Michael fue el primero en reaccionar; sin decir nada pero sonriendo, alzó el vuelo. Blanca no necesitó las palabras de él para saber que le estaba pidiendo que le acompañase.

La joven agitó sus alas. Era algo maravilloso, como andar; casi se movían solas, y volar era muy fácil. Se elevó rápidamente (más de lo que hubiera querido, siendo su primera vez) y sintió esa fantástica sensación de libertad, el cosquilleo en el estómago debido a la altura, el viento en su rostro…
Rió de euforia, y fue coreada por Michael, que le tendía la mano. Blanca se la dio; y juntos y completamente felices, ambos volaron hasta las nubes del horizonte, donde amanecía silenciosamente.

domingo, 9 de octubre de 2011

Capítulo XVII: Un Final Feliz (Parte 2)

LA NUEVA VIDA DE BLANCA:

Ahora siempre me levanto al amanecer. Cuando vivía en el jardín de mi tío nunca lo hacía, y no sabía lo que me estaba perdiendo. El amanecer en el bosque de los arpa-yinn es, como todo, precioso. Cuando los primeros rayos cobrizos de sol caen sobre los árboles, tiñéndolos de dorado, y el cielo estrellado, con sus tres lunas, se va aclarando, todos nos levantamos.
Las palabras se ven simples y pequeñas al lado de los arpa-yinn, incluso “maravillosos” no acaba de admirar cuán divinos son. Suaves, dulces, tiernos, hermosos, humildes, silenciosos, alegres, inocentes, muy inteligentes. No hablan demasiado alto, pero ríen mucho, con sus risas musicales como polvitos de estrellas. Se pasan el día revoloteando de aquí para allá, livianos, gráciles (aunque ahora, por respeto a Michael y a mí, tratan de pasar más tiempo en el suelo). Son, simplemente, perfectos, y yo me siento muy afortunada al poder estar con ellos. Me he integrado y adaptado totalmente, y me tratan como a una más.
Edel es mi mejor amiga ahora. Soy un poco mayor que ella, aunque admito que la diferencia casi no se nota, debido a que ella es más madura y más inteligente que yo. Y es guapísima. Es muy amable conmigo y gracias a ella estoy aprendiendo a ser una más, desde el punto de vista de una chica de mi edad. Su sueño es tener hijos con su pareja, Nárem. Cuando me lo comentó, el otro día, me puse a pensar en Michael y en mí. ¿Podremos tener hijos alguna vez? ¿Querrá Michael? ¿Al método humano o al método arpa-yinn? ¿Qué aspecto tendrían? No he hablado del tema con Michael, ni siquiera con su hermana. Algún día lo sacaré, pero, de momento, prefiero esperar para preocuparnos por eso. AL fin y al cabo, ¡casi acabo de llegar!
Destaco bastante entre todos los arpa-yinn, con mi cabello rubio y mi piel blanquita, pero no les incomoda. Ahora visto siempre de blanco, como ellos. Hay unos gusanos tejedores de seda mágicos, casi tan grandes como gatos, que se encargan de confeccionar la ropa para los arpa-yinn, con ayuda de Elya. ¡Es fantástico! Aunque las demás mujeres arpa-yinn no lo hacen, yo me cubro el torso; aún soy demasiado tímida para eso, y, como no tengo alas, no hay problema. Y algo bastante extraño también es que no tengo la necesidad de usar zapatos. El suelo es sorprendentemente suave y mullido, y, aunque parezca algo fuera de lo normal, nunca me he hecho daño ni me he pinchado desde que llegué. A Vinn le fascina mi aspecto, dicen que soy como “luz”. Aunque la verdad es que mi imagen a cambiado bastante desde que Michael y yo nos fuimos del jardín de mi tío. Sin ser vanidosa, juraría que mis facciones se han vuelto más angelicales. El bosque de los arpa-yinn rebosa de magia, puede palparse en el ambiente. Siempre estoy de buen humor, mi imagen se ve perfecta, no hay motivos para enfadarse, todos nos llevamos bien con todos, apenas tenemos pertenencias, compartimos todo… Mis necesidades básicas se han visto reducidas; comemos tres veces al día, y, aunque los arpa-yinn toman solo frutas, yo también como algunas hortalizas que encuentro a los pies de los árboles, o huevos de pájaro (Michael se muestra en desacuerdo con esto último). Pero mi cuerpo cada vez me pide menos y, misteriosamente, se va adaptando a esta nueva alimentación. Las frutas que toman los arpa-yinn crecen en una parte específica al norte del bosque, casi a las afueras, donde sólo hay árboles frutales, cientos, con frutas distintas. Y, como ellos son moderados en sus comidas, nunca les falta. Y bendita temperatura, ¡siempre hace calor! Nos bañamos en un lago que hay al sur del bosque; el agua es totalmente cristalina y está templada. Me peino con las manos sin dificultades, ¡es todo tan fácil…!
Por la mañana, solemos meditar para dar gracias por un nuevo día y cantar un poco. Me he acostumbrado a esto; me gusta cantar y Michael dice que lo hago muy bien. Los arpa-yinn están cantando siempre, a todas horas, canciones melódicas y suaves. Cuando amanece, hay una canción específica en élfico, de origen antiguo, dedicada al Sol, dándole las gracias.
Luego desayunamos; entre todos recogemos frutas (Michael y yo tardamos el doble que los demás, a parte de que porque tenemos que ir a pie a la zona de los frutales, porque vamos jugueteando todo el camino) y las tomamos en un claro que hay en el centro del bosque, charlando (como siempre, en voz baja y tenue; aún no he acabado de acostumbrarme y se me oye a mí por encima de todos).
Y después, no hay obligaciones. Los niños suelen irse a jugar cerca del río, bajo la mirada de alguno de los hermanos o tíos de Michael, que conversan entre ellos mismos o con los árboles allí, mientras vigilan a los pequeños. También van a aprender magia y cosas sobre la vida, a estudiar a los distintos seres mágicos o a perfeccionar sus técnicas de vuelo, o a practicar al caminar por el suelo. Otros van a volar alto, a hablar con los animales, o inventar juegos… Yo, por mi parte, me dedico a aprender. Aprendo a comunicarme con los animales y con los árboles, a interpretar las señales de la naturaleza y a escuchar su voz, aprendo a vivir sin preocupaciones ni dolor, disfrutando el día a día. Aprendo a canalizar la energía necesaria para curar con mis manos, y, aunque no consigo los mismos efectos que los arpa-yinn, voy progresando y mi energía puede hacer desaparecer dolores pasajeros. Aprendo sus costumbres y a hacer lo que ellos hacen, ¡todo parece tan simplemente sencillo!
Luego, Michael y yo hemos ido al lago a bañarnos. Tardamos un rato yendo a pie, y llegamos allí un poco cansados. Nos bañamos (Michael siempre me mete en el agua a la fuerza o me salpica, yo opino que no está demasiado caliente) y nos aseamos, y luego nos secamos tomando en sol en la hierba, totalmente desnudos. Me he dado cuenta de que la desnudez es algo que incomoda un tanto a los arpa-yinn (no entiendo porqué no tienen vergüenza de mostrar el torso y sí de ir completamente desnudos), pero entre Michael y yo es diferente.

Por las tardes, después de comer y de descansar un rato, Michael siempre me lleva a excursiones. Me ha enseñado cada rincón del bosque y sus sitios secretos preferidos, y también me ha llevado más allá de las tierras arpa-yinn (para que conozca el mundo, dice él). Juntos hemos hecho excursiones de más de un día, hasta llegar a las tierras de los volcanes, en el oeste del bosque; vastas y áridas extensiones de rocas y arena, donde lo único que hay son picudas montañas y volcanes erupcionando todo el rato. Los dragones, señores del fuego y del cielo, habitan en esas tierras, viviendo en cavernas bajo los volcanes y sobrevolando estos. A veces, cuando algún dragón no encuentra agua cerca de su territorio, se acerca al bosque arpa-yinn a beber, ya que aquí hay muchos ríos. Reprimen sus llamaradas entonces e intentan volar con más delicadeza, mostrando el máximo respeto y su admiración por esta raza. Los arpa-yinn les dejan beber, pero no permiten que se alimenten de las criaturas que viven en su bosque. La convivencia es fácil y amistosa; la primera vez que yo vi un dragón fue hace algunos días, cuando, justo antes del amanecer, un fuerte batir de alas me despertó. Me asusté al principio, pero Michael me tranquilizó, y juntos fuimos a ver a la dorada y gigantesca criatura que descendía con la mayor delicadeza posible a un claro del bosque. Eimmelt, que también se había despertado, se acercó a él, y el dragón le miró profundamente, con sus afilados ojos color fuego. Parecía una petición, y el padre de Michael asintió con la cabeza. El dragón se acercó a beber a un riachuelo y luego se marchó tan respetuoso como había llegado.
Al sur están las grandes playas, de arena blanca y suave, aguas cristalinas y cálidas y palmeras con cocos, donde viven todo tipo de sirenas, ninfas acuáticas y haditas de las aguas. Al norte, después de la parte del bosque donde están los árboles frutales, hay algunas montañas, y mucho más al norte, una gran cordillera, fría y picuda, cuyas altas y afiladas montañas siempre están nevadas. Todo tipo de yetis, criaturas de las nieves y haditas del invierno habitan allí; Michael me dijo que son las criaturas más hurañas y difíciles de ver que existen. Y el este, muy al este, después de praderas, más bosques, algún desierto que otro, montañas, valles y un lago casi tan grande como un mar, está el reino de los humanos, del que nosotros venimos.
No quiero volver jamás. Mis 20 pasados años de existencia allí parecen un sueño, un sueño que no quiero recordar. Mi futuro se pinta aquí de una manera muy clara; junto a Michael. Y no quiero que eso cambie jamás.

Por la noche, después de cantar una melódica canción para despedir al sol y de cenar un poco (los arpa-yinn tienen la costumbre de no cenar demasiado), solemos sentarnos en un círculo, entorno a una bola mágica (una bola de energía que nos da luz y calor; es decir, como el fuego, que los arpa-yinn parecen no conocer o no querer usar), y contamos historias, cuentos para los más pequeños, leyendas y anécdotas. Es uno de mis momentos preferidos del día; aprendo, escucho, me divierto, comparto experiencias y momentos. Los niños suelen quedarse dormidos al final de estas reuniones, y luego todos nos retiramos a dormir.
El momento más íntimo del día es la hora de acostarse. Michael y yo dormimos en un cómodo lecho bajo un árbol, ligeramente escondidos por el follaje y las ramas de este, y separados (aunque no demasiado) de la familia de Michael, que duerme en las ramas y copas de los árboles. Así que él y yo tenemos mucha intimidad. La mayoría de las noches todo se limita a abrazos, caricias y besos, pero hay veces que llegamos más lejos o hacemos el amor. Michael es, ante todo, increíblemente dulce y tierno, pero, cuando quiere, puede ser muy apasionado. Le amo tanto, tanto, tanto…
Oh, cuánto ha cambiado Michael. Se ve mejor que nunca. Si era más que fantástico cuando lo conocí, en el jardín de mi tío, ¡ahora es mucho más que perfecto! Tengo la sensación de haber conocido a su sombra; ya no hay ni rastro del Michael cansado y triste, solo y desamparado, lleno de heridas siempre, agotado por trabajar a todas horas, hambriento y con lágrimas en los ojos. No. El Michael de ahora es fresco y dulce como la miel, muy generoso, siempre alegre, con una sonrisa en su precioso rostro. Parece aparecer de pronto cuando alguien le necesita y resolver todos los problemas que puedan existir con su sonrisa inocente, haciendo siempre las cosas adecuadas con su ternura y su despreocupación. Trata a cada uno de manera especial, como si fuese la única persona del mundo, pero a la vez se muestra justo y amable con todos por igual… Y, ante todo, yo soy su prioridad. Michael vive para adorarme, para velar y admirar cada uno de mis movimientos, para amarme las 24 horas del día, para estar a mi lado cuando le necesite (es decir, siempre), para entenderme y consolarme… Tiene en su mirada esa luz que creía distinguir antes, cuando sonreía, y los demás arpa-yinn también la tienen. Y es, dios mío, indefiniblemente hermoso. Totalmente irresistible y adorable, ¡podría pasarme la vida entre sus brazos, apoyada en su torso desnudo!
Al principio, debo reconocer que tuve miedo de que Michael dejase de fijarse en mí, además de porque yo no encajase en su nueva vida, porque encontrase a una arpa-yinn mejor que yo. Pero no, no ha sido así. Al contrario; Michael suele decirme que su felicidad ya es imposible si yo no estoy.
Y, ¿qué más puedo decir? Ah, ¡soy feliz!

Capítulo XVII: Un Final Feliz (Parte 1)

Hola, chicas! Qué tal estáis?
Ante todo, perdonad el retraso, pero he tenido problemas con mi ordenador y no podía subir los capítulos. Hoy subiré dos; un capítulo corto, y luego uno muy especial, narrado por Blanca. Lo he cambiado bastante muchas veces, ha sido difícil escribir el punto de vista de Blanca ante la nueva vida arpa-yinn. Espero no defraudaros.
Y ahora, lo siento pero tengo que daros una mala noticia; solo 4 capítulos más y la historia habrá terminado, así que disfrutadlos bien!
Muchas gracias por leer y por vuestros comentarios, en verdad los necesito! Besos,

Capitana Amanecer







La noche en el reino de los arpa-yinn era más que preciosa. En cuanto el sol se puso y la oscuridad fue adueñándose del bosque, Michael, ya más descansado pero aún algo triste por la pérdida de Lun, tomó a Blanca de la mano.
-         Ven.- le pidió, conduciéndola hacia un claro del bosque.- Quiero que veas el cielo  que hay en el bosque.
-         ¿No es el mismo que el que se veía en el jardín?- preguntó Blanca, dejándose guiar. El arpa-yinn negó con la cabeza.
-         Desde aquí, se ve el universo tal y como es.- explicó él. A la joven le extrañó aquello, y miró a Michael, confundida.
-         En este bosque no hay contaminación, y la inclinación que tiene la Tierra en su órbita en esta zona del planeta es perfecta para observar el universo.
-         Los humanos usan telescopios y naves para ver el universo…- comentó la chica, pensativa, mientras Michael la guiaba entre los árboles. Él hizo una ligera mueca de burla o desprecio.
-         Además de estropear la Tierra, estropean el universo. Es indignante. Desde aquí no vas a necesitar ningún telescopio, ya lo verás…- Michael le sonrió a Blanca, y entonces llegaron al claro. Michael se sentó en la hierba, e invitó a la joven a hacer lo mismo…

Blanca se quedó maravillada. El cielo, negro, se veía salpicado de puntitos luminosos, de diferentes colores, grandes y pequeños; estrellas, planetas, satélites, nebulosas… Parecía un cine en 3D. Era, sencillamente, maravilloso. Muy cerca de ellos, Blanca divisó una luna llena, grande y blanca, hermosa, con su clara luz, totalmente lisa y redonda. Luego, una luna creciente, casi llena, más amarillenta que la primera, con formas de cráteres en su superficie. Y por último unos fragmentos blancos de una tercera luna (que al parecer se había roto) esparcidos por el firmamento, como polvitos de hadas. El conjunto hacía que la noche en el bosque de los arpa-yinn fuese muy luminosa, con un toque mágico.
-         ¡Hay tres lunas!- se admiró la joven. Michael asintió, y señaló la luna creciente.
-         Esa es la que se ve desde el reino de los humanos.
-         ¿Por qué los científicos nunca han podido verlas? ¡Si están muy cerca las tres! ¿Cómo la luna llena y la rota se les han pasado inadvertidas?
-         Tal vez… Porque no han mirado bien.- Michael se encogió de hombros, pero Blanca no quedó satisfecha.
-         ¿Cómo que no han mirado bien? ¡Es imposible no verlas!
-         Me refiero a que han mirado desde un punto de vista demasiado estricto, excéntrico y científico. Nira, la luna rota, y Ahane, la luna llena, están en otra dimensión.
-         ¿Y por qué yo puedo verlas si me las enseñas tú y no si estoy en casa de mi tío?
-         Simplemente porque aquí crees perfectamente que puedes verlas, y estás dispuesta a hacerlo… Y porque aquí es mucho más fácil que en el reino de los humanos.
-         Suena razonable.- Blanca besó a Michael en la mejilla, y le preguntó:- ¿Por qué está Nira rota?
-         Nira y Ahane colisionaron una vez, hace muchísimo tiempo. Nira tenía una composición más frágil, y se rompió en pedazos. Parte de su masa se unió a la de Ahane, haciéndola más grande, como puedes ver. Siempre está llena.
-         ¿Siempre?
-         Sí. Por eso, las noches aquí son muy luminosas.
-         Es precioso, Michael.
-         Lo es. Y tú también.- el arpa-yinn la miró con dulzura, y Blanca, haciéndole una caricia en la mejilla, se acomodó en las rodillas de él, sintiendo su calor y mirando al cielo. Pudo ver nebulosas de distintos colores y formas, el planeta Marte, grande y rojizo, y muy a lo lejos, Júpiter y Saturno, con sus anillos girando alrededor. Miles y millones de distintas galaxias multicolores, y de puntitos (que debían de ser estrellas) titilantes adornaban el oscuro firmamento. Blanca tenía la sensación de estar en el interior de una nave espacial, o en un cine en 3D.

Michael se quitó la camisa, dispuesto a no ponérsela nunca más, y, doblándola con cuidado, la usó de almohada al tumbarse también junto a Blanca, mirando al cielo, hipnotizado por el hechizo de las tres lunas. Cerró los ojos, agotado, y Blanca se acurrucó contra él.
-         Es como un sueño estar aquí.- murmuró la joven. Michael sonrió, mostrando sus perfectos dientes, y abriendo sus grandes ojos achocolatados.
-         Es un sueño… mi sueño hecho realidad.


Más tarde, ya entrada la noche, toda la familia arpa-yinn (46 contado a Michael) y Blanca, se reunió en un claro, sentados en un amplio círculo. Todos querían abrazar a Michael de nuevo y conocer a Blanca, la humana que había pasado a formar parte de la familia arpa-yinn y que había conquistado el corazón de Michael.
El joven relataba su estancia en la cruel casa de Dan, el viaje hasta allí, la mutilación de sus alas, sus trabajos y su enfermedad… Pero a Blanca le sorprendió que él contara todo a la ligera, como si no hubiese sido nada, como si apenas hubiese sufrido, y que se centrase en las cosas buenas. Admiró su capacidad para ver el lado positivo de todo y de no querer preocupar a los demás. El arpa-yinn sostenía en una rodilla a Randy, y en la otra a una niña pequeña muy linda, con dos trencitas y los ojos almendrados, los labios grandes y carnosos y las manitas pequeñas. Blanca averiguó que era Vinn, la hermana de Michael por la que el joven se había cambiado cuando la habían capturado.
El joven contó también, con mucha naturalidad, que se habían abrazado, besado y habían hecho el amor. Ninguno de los arpa-yinn comprendió el significado de esta última expresión (ya que nunca habían oído sobre aquello), excepto Ahlia y Eimmelt, que intercambiaron una mirada de preocupación, emoción y reproche, todo a la vez. Blanca sonreía y esquivaba miradas, tímidamente. Se sentía a gusto, pero como una extraña, sabía que no acababa de encajar allí, aunque la familia de Michael se esforzaba porque se sintiese cómoda e integrada.

Cuando el relato de Michael acabó, todos los arpa-yinn alzaron el vuelo hacia sus nidos, en las copas de los árboles. Era hora de descansar; hacía tiempo que había anochecido, y por todos lados se oían fuertes aleteos, dirigidos a lo alto. Michael, con lágrimas en los ojos, les observaba marcharse.
-         Oh, Michael…- suspiró Edel con tristeza, abrazando por detrás a su hermano mayor. Ella tenía dieciocho años y era bella, amable y dulce. Blanca ya la había conocido y ambas habían simpatizado mucho. Le parecía valiente y decidida, y la admiraba en silencio. Se parecía tanto a su hermano…
Los dos arpa-yinn se fundieron en un abrazo cálido. Michael lloraba en silencio.
-         Nunca más… Es duro, pero es así… Nunca, nunca más…- sollozó el joven. Blanca adivinó que hablaba de sus alas, y se apartó un tanto de ambos, incómoda. Ella no pintaba nada en ese tema.
-         No te preocupes, por favor. Encontraremos una solución…- le susurró su hermana. Pero él negó con la cabeza. Entonces, Edel se separó de su hermano y sonrió.
-         Bueno, mira el lado bueno. Tú y Blanca estaréis completamente solos y tendréis intimidad…- Blanca sonrió, y Michael también.- Papá os ha preparado un lecho doble… Creo que a Eimmelt empieza a gustarle que estés aquí.- afirmó, dirigiéndose a Blanca y guiñándole un ojo. Ella sonrió, y Edel le siguió diciendo a Michael:
-         Bueno, cielo, al menos no compartes tu soledad de caminante. Piénsalo: si tuvieses alas y Blanca no, ¡sí que sería un problema! Es mejor así, ¿no crees?- Desde luego, Edel era perfecta para subir la moral. Michael sonrió y asintió con la cabeza, secándose una lágrima, y rodeó los hombros de Blanca con un brazo, atrayéndola hacia sí e integrándola en la escena.
-         Tienes razón.- admitió el joven.
-         No lo pienses más, cielo. Yo… creo que será mejor que me marche a dormir; sino, mañana estaré cansada, ¡y hay que aprovechar al máximo el primer día de vuestra estancia!
-         Buenas noches, pequeña. Me alegro de volver a estar aquí.- se despidió Michael, con cariño.
-         Adiós, Edel. Gracias por todo.- sonrió Blanca. Ella les dijo adiós con la mano.
-         Buenas noches, pareja.- y se alejó volando. Su melena ondulada y negra, que le quedaba a la altura de los omóplatos ondeó con elegancia, como la propia joven. Michael la observó marchar, perdido en sus pensamientos. Blanca le masajeó los hombros, intentando infundirle ánimos.
     - Anda, vámonos a dormir… Hoy ha sido un día tan confuso…
     - Es verdad… Estoy agotado.- confesó él.
     - Descansar te vendrá bien… Vamos.- y ambos se dirigieron cogidos de la mano al lecho que Eimmelt les había preparado; curiosamente, bajo un sauce llorón.
Se tumbaron en la mullida hierba, con lo puesto. Blanca se sorprendió de que no hubiese mantas, pero Michael le dijo que allí nunca hacía frío. Y, a pesar de que aquello no era una cama, la hierba resultó ser muy cómoda, más de lo que había imaginado.
Se abrazaron con ternura, y se durmieron así en seguida, dándose calor y bajo la mirada de las tres lunas.