La historia dos almas especiales destinadas a amarse, de dos almas gemelas. El dolor y el esfuerzo para conseguirlo, la esperanza y el valor necesarios para salir adelante, la belleza de nuestro mundo y de los mundos paralelos... Y la magia del amor.



miércoles, 16 de noviembre de 2011

Epílogo: Felicidad



Hay veces que los momentos felices no se eclipsan nunca, que los sueños se convierten en realidad, que la alegría y el amor duran para siempre. Cuando se acaban los motivos para llorar, y la vida te obsequia. Cuando siempre tienes una sonrisa en los labios, cuando de repente todo es perfecto. Hay veces que tan sólo un pequeño detalle cambia tu vida, que todo se transforma con algo tan simple como el vuelo de un pájaro… O como el de un arpa-yinn.
Había una vez un niño muy pequeñito que vivía en un mundo muy grande, y trataba desesperadamente de encontrar la felicidad. Removió cielo y tierra de aquel mundo enorme, y casi dejó en ello su vida entera, pero nada consiguió. Nada, no podía encontrar la felicidad. Así que, desanimado, volvió a casa y se sentó a mirar por la ventana. Apenas se había acomodado cuando llamaron a la puerta; el pequeño fue a abrir y allí, sonriente, deseando entrar, estaba la felicidad.
Siempre he adorado esa historia. Mamá solía contármela cuando era pequeñito, y, de alguna manera, me encantaba y me sentía identificado. Ahora entiendo porqué. Pasé mis 21 años junto a mi familia, siendo feliz, pero, de alguna manera, me sentía incompleto. Buscaba mi cometido, mi misión, mi razón para vivir. Y, justo cuando creí que todo estaba perdido y que era el fin, lo encontré. Ella. Oh dios mío, la adoro con toda mi alma. Su linda carita está grabada en mi mente, con esos vivos y preciosos ojos verdes clavados en mis pupilas, que se derriten ante ella. ¡Pequeña niña, me hace enloquecer de amor!

La felicidad no es nada comparado con lo que yo siento en esta etapa de mi vida, que ojala dure para siempre. Tengo a mi lado a la mujer a la que amo, Blanca, que es simplemente perfecta. Por fin, tras cuatro horribles años, he recuperado todo lo que perdí; la fantástica capacidad de volar, la libertad, el poder estar con mi familia y disfrutar de su cariño, estar de nuevo en casa y que todo vuelva a ser como de costumbre… Pero esta vez he ganado. He encontrado la última pieza que faltaba en mi corazón para que mi felicidad fuese completa; ella. Ha transformado mi vida en un Cielo en la propia tierra. Nunca había sido tan feliz. Ella me enseñó a ver el lado positivo de las cosas, me enseñó a no perder nunca la esperanza, porque siempre queda algo positivo de lo que se puede hacer uso para salir adelante. Me enseñó a ser fuerte y a resistir, me enseñó muchas cosas sobre la vida… Y, sobre todo, me enseñó a amar. Han pasado siete años, siete felices años desde que vivimos juntos con mi familia. Y en todo ese tiempo, jamás he dejado de ser feliz ni de amarla con locura.

-         Michael.- su voz suave y femenina me sobresaltó. Estaba sentado junto al río, apoyado en un árbol, y ella apareció en la otra orilla, tan adictivamente hermosa como siempre, con una mueca divertida, agitando sus alas en torno a su perfecta figura.
-         Hola.- le dije, encantado de tan sólo verla.- ¿Qué tal?
-         Muy bien. ¿Qué haces aquí solo?
-         Estaba pensando, pero ya volvía con los demás…
-         ¿Podemos hablar un rato a solas?- inquirió con su voz como polvitos de estrellas, y creo que entonces puse cara de preocupación, porque ella se rió, con esa risa de campanas que mataba todo rastro de angustia en mi ser.
-         ¡No pasa nada!- dijo, cruzando volando la corriente de agua cristalina que nos separaba, alegre y dulce, para ir a estampar sus labios de fresas contra mi frente.- No es nada malo… Tengo que decirte algo maravilloso.
-         ¿Qué es?- le pregunté ansioso, rodeándola con una de mis alas al tiempo que la sentaba a mi lado, sintiendo el peso de aquel bendito cuerpo contra mí. Ella me miró con sus preciosos ojos frescos y vivos, intensamente. Olvidé todo entonces; sólo buceé en sus iris color esmeralda, y en sus pupilas, clavadas en mí. Pudieron pasar así años; yo nunca me habría cansado de contemplarla. Fue ella quien rompió el silencio, en un susurro angelical, con su vocecita de flores, musitando contra mi oído:
-         Estoy embarazada.


Me quedé en silencio y estático algunos minutos, asimilando lo que me acababa de decir, sin apartar la vista de sus preciosos ojos, que me observaban anhelantes, esperando una reacción. Estaba embarazada. Recordé que Lun, mi querido amigo elfo fallecido hacía algunos años, me había explicado en qué consistía el embarazo humano.
Blanca estaba esperando un bebé, un hijo. Nuestro hijo. Un niño de carne y hueso, que sería nuestro, sólo nuestro. Mis ojos de dirigieron entonces automáticamente a su vientre, algo más abultado de lo normal. ¿Cómo no lo había notado antes? Tal vez lo había notado, pero lo había atribuido a un cambio de peso totalmente normal. Coloqué una mano a la altura de su ombligo, despertando mi energía. Y pude sentirlo. Una nueva vida latiendo en el interior de mi pequeña Blanca, un nuevo ser que vendría al mundo, a nuestro mundo. El latido de tres corazones contra aquel silencio sepulcral cargado de emoción.
Un hijo.
Seguía sin poder creerlo. No había contemplado esa posibilidad, no había imaginado un nuevo ser en nuestra familia, pero lo cierto es que tampoco había deseado aquello con tanta fuerza nunca antes, nunca había estado tan impaciente por contemplar ya a nuestro hijito. Miré a Blanca, a mi querida Blanca, con incredulidad y sorpresa, incapaz de decir ni hacer nada. Entonces su hermosa sonrisa se borró, quedando ella seria.
-         ¿Qué ocurre? ¿No quieres?
-         ¿Qué si no quiero?- repetí. Sus palabras, asustadas, resonaron varias veces en mi mente, pero las callé en seguida. Claro que quería. Oh Dios, me moría de ganas de tener a ese fascinante niño en mis brazos, de jugar con él, de alimentarle, de lavarle, de hablarle, de cuidarle, de enseñarle, de dormirle, y todo eso junto a Blanca. No podía decir nada, no se me ocurría que decir. Estaba demasiado sorprendido… ¿Cómo podría expresar todo lo que estaba sintiendo con palabras? Era demasiado pronto para que mi mente lo aceptase. Totalmente una sorpresa, una grata sorpresa, que nunca jamás habría esperado.
Pero entonces algo se hizo paso entre mis emociones, algo más fuerte que la sorpresa; la ilusión y la alegría. Sonreí como hacía tiempo que no sonreía, con la mayor de mis sonrisas inundando el cielo, dándole gracias a Dios por todo aquello, iluminando mis ojos con la ilusión y el amor.
-         ¿Qué si no quiero?- repetí. La sonrisa de ella volvió entonces, iluminando mi día.- Claro que quiero. Es más, lo deseo. Esto es… ¡No puede ser verdad! ¡Oh, Dios mío, es fantástico! ¡Un hijo! ¡Un hijo tú y yo, Blanca! ¡Qué maravilla, es un milagro!- me levanté y comencé a revolotear, feliz. Era una noticia maravillosa. Ambos habíamos dudado si podíamos cruzar nuestras razas y que ella se quedase embarazada, o, por el contrario, tendíamos que hacerlo de la manera arpa-yinn si queríamos tener un hijo. Mamá solía decir que los arpa-yinn no estábamos creados para mantener relaciones sexuales ni para concebir hijos de la manera humana, pero, al parecer, se equivocaba. La risa de ella, como pequeños cascabeles, inundó el bosque, siendo el sonido más grato que he podido escuchar nunca. Y me reí yo también. ¡Qué deliciosa felicidad! Como la fruta más jugosa y dulce… Sí, en ese momento, ya no podía ser más feliz.
-         Entonces, ¿te alegras?- me preguntó ella, abriendo los brazos y las alas, reclamándome entre ellos.
-         Claro que me alegro.- volví a posarme en el suelo y la rodeé con los brazos.- Es lo mejor que podía pasar.
-         Lo es. Es nuestro sueño hecho realidad, ¿recuerdas?
-         Lo recuerdo.- ambos sonreímos y entonces la besé. Acaricié sus labios suaves con los míos, y la abracé con todo mi amor. Me sentía realmente muy feliz. Mis manos bajaron entonces hacia el bultito de su vientre, y lo acaricié con ternura. En algunos meses habría una personita más en nuestra familia.


Y, como era de esperar, el tiempo pasó muy deprisa. Horas, días, semanas, meses. Nueve escasos meses que volaron en seguida. La lluvia y el viento, pero la agradable temperatura permanente; las flores de las diferentes estaciones del año, mis hermanitos creciendo, el hijo de Edel y Nárem uniéndose a nosotros cuando sólo faltaban 2 meses para que nuestro pequeño naciese, la perfecta rutina arpa-yinn, los malos recuerdos desapareciendo poco a poco de mi mente, mi felicidad mayor cada día. Y, ante todo eso, el vientre de mi amada iba creciendo sin parar. Yo opinaba que era demasiado grande para ser un niño del tamaño normal, y eso me preocupaba. Blanca apenas podía moverse, parecía que tenía en su interior a un niño de dos años. No era normal que un bebé tuviese semejante tamaño, no. Mamá solía utilizar su energía para percibir al niño e intentar contactar con su alma; estaba sano, fuerte y alegre, y nos entendía todo lo que decíamos, según ella. Mi familia había recibido la noticia con mucha alegría, pero yo percibía un ligero recelo en mamá y en papá, pero podía entenderlo; después de todo, hasta a mí me desconcertaba la idea de concebir un hijo de manera humana, pero Blanca siempre me tranquilizaba, asegurando que todo saldría bien. Desconocíamos los posibles resultados de nuestra unión, y no sabríamos qué características tendría nuestro hijo mestizo; pero ambos estábamos seguros de que sería maravilloso. Pero oh Dios, ¡me moría de ganas de abrazar ya a esa criaturita nuestra, a ese niño perfecto!

El tiempo corrió hasta una dulce y luminosa tarde de mayo, cuando el sol caía  ya y la luz anaranjada bañaba todo el hermoso bosque. Yo estaba hablando con mi hermano Jackie bajo un árbol, de temas sin especial importancia. Debo reconocer que estaba muy tranquilo y relajado, y para nada me esperaba lo que iba a pasar. De repente, Blanca chilló en un sitio no muy lejano. Al instante, ambos nos levantamos corriendo, asustados. Lo primero que pensé es que le había ocurrido algo malo, y sólo la idea me hizo estremecerme. Temblando de emoción y de nervios, volamos hasta donde habíamos oído el grito, y vimos cómo Blanca descendía torpemente hacia la tierra. Últimamente le costaba mucho alzar el vuelo, debido al tamaño de su vientre, pero al menos podía elevarse unos metros.
Rápidamente corrí a ayudarla, mientras ella aterrizaba y se doblaba de dolor en el suelo, con algunas manchas de sangre en su ropa. Yo estaba más que preocupado. ¿Por qué le dolía, qué era lo que iba mal? En seguida recordé que Lun me había explicado lo doloroso que era el parto humano, y entonces comprendí: ¡nuestro hijo estaba a punto de nacer!  y que incluso algunas mujeres morían al dar a luz. Sólo este pensamiento me hizo estremecerme de horror, así que lo descarté rápidamente.
Mi madre, Edel y Elya llegaron rápidamente y se llevaron a Blanca cerca del río, para que diese a luz más a gusto. Nos convencieron a todos, incluso a mí, para que nos quedásemos algo apartados, ya que así el parto sería más tranquilo para Blanca, que gritaba de dolor. Al principió me negué, pero luego mi madre logró convencerme, y me senté en la hierba, intentando no escuchar a Blanca gritar. Sus chillidos me consternaban de una manera horrible, se quedaron grabados en mi alma para siempre, y lo peor era que yo no podía hacer nada para evitarlo. No podía evitar preocuparme, ¿y si algo estaba saliendo mal…? Empecé a caminar en círculos y de revolotear de aquí para allá, nerviosismo y sintiéndome inútil e impotente, incapaz de estar quieto, y seguro de que no sería capaz de escuchar a mi amada sufrir mucho tiempo más. Mis hermanos y mis hermanas también estaban allí cerca, curiosos; nunca nadie, excepto mamá, había presenciado un parto humano. Pero parecía ser bastante horrible. Jackie y Nárem me palmeaban el hombro para calmarme, pero yo no conseguía serenarme. ¿Es que aquella tortura no iba a terminar nunca?
Pero, finalmente, no sabría decir después de cuanto tiempo, Blanca se fue calmando y dejó de gritar, dando paso al silencio. Lo siguiente que escuché fue el dulce llanto de un bebé. Y ya no hubo nadie capaz de pararme; eché a volar lo más rápido que podía hacia el río, sin pensar en nada, sólo en que nuestro lindo pequeño y mi amada estaban allí, aguardándome. Crucé la pradera como un rayo, llegando al río. Y nunca olvidaré la imagen que vi cuando llegué.
Blanca estaba totalmente desnuda y agotada, recostada en la hierba. El agua estaba manchada de sangre, y mi madre, mi hermana y Elya formaban un círculo en torno a ella, y se apartaron un tanto al verme llegar para dejarnos más intimidad. Blanca se veía realmente hermosa, cansada pero muy sonriente, con sus cabellos dorados adorablemente revueltos y su respiración agitada. Se vio encantada por verme, y sonrió aún más, clavando sus ojos esmeralda en los míos, y luego dirigiendo la mirada hacia su regazo. Yo la imité entonces… Oh Dios mío, creí que me iba a desmayar de la felicidad.
Un lindo bebé descansaba en sus brazos, mirándome con sus grandes ojos verdes, expresivos y muy inteligentes, idénticos a los de Blanca. Su piel era del color de la mía, achocolatada, y dos ricitos oscuros adornaban ya su pequeña cabecita. Su nariz era más bien parecida a la mía, algo chata, y sus labios eran parecidos a los de Blanca, bonitos, sensuales y rosados. Pude notar que era un niño. Pero lo que más me sorprendió fueron las pequeñas e inmaculadas alitas de plumas que crecían entre sus omóplatos, jóvenes, puras, tiernas. Las lágrimas de felicidad y emoción acudieron a mis ojos, y yo no hice nada para impedirlo. Estaba demasiado ocupado contemplando a mi hijo y a mi amada, las personas más maravillosas de este mundo. Me acerqué a ellos y me tendí al lado de Blanca, tomando su chal, que descansaba sobre unas rocas, y, envolviéndola en él. La abracé en silencio y la acuné en mi regazo. Ella, agotada, me miró con cansancio y amor. Su rostro había cambiado bastante desde el primer día en que la conocí, cuando tenía 16 años. Ahora era más mayor, más madura, más mujer. Yo también había cambiado, por supuesto… Mi rostro seguía algo aniñado y dulce, pero mis rasgos ya eran adultos. Habían pasado cerca de 10 años, y seguíamos juntos, más unidos que nunca. Ahora… ahora teníamos un hijo. ¿Qué más podía pedir?
-         ¿No es un milagro, Michael?- la voz suave y dulce de Blanca me sobresaltó. Me había quedado embelesado mirando a nuestro hijo, que clavaba sus ojos verdes en mí, silenciosamente. Su mirada era tan inteligente y profunda…
-         Lo es, cielo. Lo es. Tiene alas, es como tú y también como yo…- murmuré, conmovido. Me expliqué entonces el tamaño del vientre de Blanca; las alas hacían al niño más grande. Y entonces, sólo quise cogerlo en brazos. Extendí mis manos hacia él, que no era mucho más grande que mi antebrazo, y Blanca me lo pasó, sonriente. Luego lo soltó, y mi hijo quedó únicamente en mis brazos. Pesaba muy, muy poquito, y era tan pequeño… El niño me miró, y pareció sonreír. Ya no lloraba, es más casi podría decirse que estaba contento. Nos miramos un largo rato y él volvió a sonreír. Lo abracé con delicadeza, y él cerró sus bonitos ojos. Parecía que tenía sueño.
-         Estoy cansada, Michael… Muy cansada.- suspiró entonces Blanca, acomodándose aún más en mi regazo.
-         Es normal. Descansa, Blanquita, duérmete.- me las apañé para que los dos estuviesen lo más cómodos posible, y contemplé la escena; aquellos dos seres contra mis brazos, tan hermosos los dos, a punto de dormirse. Me sentí entonces la persona más feliz del mundo.
-         Comenzará a hablar cuando cumpla un año, más o menos.- me informó entonces mamá, que contemplaba la escena desde lejos. Yo sonreí y miré con cariño a todos los presentes. Mi madre, mi padre, Jackie, Edel, Randy y Elya, que habían acudido a ver al niño se marcharon, dejándonos a solas. Ya habría tiempo para charlas y presentaciones después. Ahora, estábamos sólo nosotros tres. Blanca cerró los ojos, sonriendo, después de besar a nuestro hijo en la frente.
-         Aún no hemos decidido como vamos a llamarle.- observé. Ella pareció reflexionar unos instantes, y entonces sugirió, con los ojos cerrados y un gesto adorable:
-         Lun. Podemos llamarle Lun. ¿Qué te parece?- asentí, emocionado. La idea no podía ser mejor.
-         Lun. Nuestro pequeño Lun.- murmuré, con cariño. Nuestra vida en familia comenzaba de la mejor manera posible, y yo iba a hacer todo lo que estuviese en mis manos para que eso no cambiase jamás.

Y pasaron, de nuevo casi sin que me diese cuenta, cuatro años. Nuestro hijo Lun ya había crecido; los ricitos poblaban su cráneo, los primeros dientes ya le habían salido y hablaba bastante, con una vocecita aguda y encantadora. Era omnívoro, como su madre. Blanca le amamantaba, y también le daba frutas, y verduras. Era muy amigo de Annia, la hija de Edel y Nárem; se pasaban el día jugando justos, bajo la miraba feliz de sus padres. Lun empezaba a volar, o al menos se elevaba unos metros del suelo, pero no podía sostenerse demasiado bien, al contrario que Annia, que, con tan sólo unos meses más, se pasaba el día revoloteando de un lado a otro. Blanca insistía en enseñarle a Lun a andar a la vez que a volar, y, aunque yo pensaba que andar no era tan imprescindible en sus primeros años de vida, así lo hicimos. Le ayudábamos a volar por aquí y por allá, dejábamos que nos mojase en el río, le dábamos florecillas que intercambiaba con Annia, y le enseñábamos a hablar con los pajarillos. Nuestra vida era muy, muy feliz, tranquila y llena de amor. Era imposible recordar otra cosa que no fuese felicidad y, por supuesto, los ojos de Blanca.

“    -   Mírales, querida. Su hijito ha crecido bastante, ¡es adorable! Oh, y como ha cambiado Blanca… Está guapísima. Y Michael también, ¡se ve perfecto de nuevo con sus alas!
-         Se ven muy felices. Por fin, tienen cuanto se merecen. ¿Recuerdas cuando conociste a Michael…?
-         ¿En el jardín de Dan?
-         Sí.
-         Claro que lo recuerdo.
-         Cuéntame como fue, cariño.
-         Le habían capturado y mutilado, llegó allí al borde de la muerte. Blanca era una chica solitaria y que vivía en su propio mundo. Pero ambos están muy cambiados, para mejor, por supuesto. Michael antes no era feliz, sólo tenías que mirarle para darte cuenta. Ahora sí que lo e, y muchos. Eso me alegra.
-         ¿Y Blanca?
-         Aunque no lo parezca, Blanca también estaba prisionera. Ni ella misma lo sabe, pero así es. Su tío la tenía allí retenida y ella se había construido su propio mundo medio inventado para escapar de aquel horror.
-         Ahora parece una arpa-yinn más.
-         Lo es, querida, lo es.
-         Me alegro muchísimo por ellos.
-         Y yo también. ¿Sabes…? Me encantaría verles de nuevo…
-         Pues hagámosles una visita sorpresa, cariño.
-         ¿Crees que es hora de regresar, de nuevo?
-         ¿Y por qué no? La vida nos aguarda…



Una noche como cualquier otra, Blanca y yo jugueteábamos con Lun, ya casi dispuestos a acostarnos. Los demás ya estaban dormidos desde hacía un rato, y el silencio reinaba en el bosque; tan sólo los grillos y los susurros de la brisa fresca, que templaba el ambiente, se oían. Las dos lunas estaban llenas, y los pedacitos de Nira brillaban en el cielo, lleno de luces y colores. Lun comenzó a bostezar, mostrando sus escasos y pequeños dientecitos.
-         A dormir.- dijo nuestro pequeño con su vocecita infantil, dando a entender que ya tenía sueño. Los ojos de Blanca resplandecieron más que la luna llena.
-         Claro, cariño.- y yo asentí, conforme. Tomé a Lun en brazos y abracé la cintura de Blanca con la otra mano, mirando al hermoso cielo y alzando el vuelo, seguido por ella. Fue cuando íbamos a nuestros lechos, en las ramas de un olmo, cuando advertimos extraños en nuestro bosque. Vimos una luz, propia de cuando un portal mágico que abre, y luego notamos un olor distinto, un olor más salvaje y fresco que el aroma de los arpa-yinn, y algunos ruidos perturbando la noche. Blanca y yo nos alarmamos mucho; escondí a nuestro hijo contra mi pecho y descendimos un poco, cautelosos. Decidimos ir a ver quienes eran los recién llegados, ya que podían necesitar ayuda. Sentíamos su presencia en un determinado punto del bosque, y las luces del portal iluminaban la noche, dándole un aire irreal. Dejé a Lun en los bazos de Blanca, y nos dirigimos volando hacia allí.
Notamos ya desde lejos que los desconocidos no eran humanos, además de por su olor, cosa que nos alivió bastante. Vimos sus figuras desde lo alto; ambas no demasiado altas, pero esbeltas y ágiles, moviéndose con facilidad en la oscuridad. Decidimos mentalmente que no podían ser peligrosos, y descendimos hasta el suelo, dejándonos ver y viéndoles a ellos.
Sin duda, los recién llegados eran elfos. Elfos niños. No debían tener más de diez años, y eran un niño y una niña. Él tenía el cabello de color cobrizo, recogido tras sus orejas de punta. Sus ojos eran algo rasgados, grises y arrogantes, muy vivos, y sus labios eran finos, curvados en una extraña sonrisa. Tomaba de la mano a la niña elfa, con gesto protector y autosuficiente; ella parecía una muñequita. Su piel era como la porcelana, blanca y perfecta, y sus ojos parecían zafiros, grandes y azules, un tanto asustados. Llevaba el cabello rubio y rizado ondeando salvajemente por su esbelta espalda, con algunas trenzas que le apartaban el flequillo de la cara. Ambos eran muy guapos, pese a ser tan sólo unos niños.
-         Hola.- dijo repentinamente nuestro pequeño Lun con su tono inocente e infantil, alzando sus manitas color chocolate. Le miramos sorprendidos, alarmados y rebosantes de amor, sin saber si aquello había sido acertado. Pero sí lo había sido. La niña elfa sonrió entonces, y el niño dijo:
-         Hola.- su voz era también infantil, pero algo arrogante y muy segura, musical y más grave que la de Lun.- Perdonad la intrusión. Necesitamos un refugio.
-         No hay ningún problema.- Blanca sonrió, cálidamente, y ambos parecieron aliviados.
-          Bienvenidos a nuestra comunidad arpa-yinn.- dije, adelantándome un poco.- Me llamo Michael, y ella es mi pareja, Blanca. Nuestro hijo se llama Lun.- presenté. El elfo esbozó entonces una sonrisa orgullosa y divertida, y no pude acertar bien el porqué.
-         Sois fascinantes. Siempre me hablaron de los arpa-yinn, pero nunca pensé que fueseis tan…
-         Perfectos.- la niña elfa habló por primera vez, en un murmullo tímido. Su voz era delicada y muy femenina, con un fuerte acento élfico. De pronto, reparó en el colgante que Blanca llevaba en torno a su delicado cuello; una cadenita de oro blanco con una piedra amatista. Lo miró con los ojos muy abiertos:
-         Es precioso.- dijo, señalando la joya.
-         Gracias.- Blanca sonrió.
-         ¿Es arpa-yinn?- preguntó la elfa.
-         No, es una joya humana muy antigua.- explicó ella. La niña hizo un mohín de desprecio y bajó la cabeza.
-         ¿No te agradan los humanos?- le preguntó Blanca, con dulzura.
-         Me dan miedo.- confesó la elfa en un susurró. Michael y Blanca intercambiaron una mirada significativa.
-         No sabía que pudiese haber arpa-yinn albinos.- continuó el elfo, mirando a Blanca con curiosidad y fascinación.
-         Bueno… Blanca es muy especial.- Michael sonrió y le quiñó un ojo a la pareja. La niña también sonrió, encantada, y el elfo los miró a los tres con curiosidad, de nuevo.
-         ¿Te conozco?- le preguntó entonces a Michael, observándole con detenimiento. El arpa-yinn hizo lo mismo. El rostro de aquel pequeño elfo le resultaba muy familiar… No el rostro, tal vez eran sus ojos inteligentes y vivos, profundos. Juraría haberlos visto antes. Pero, sin embargo, no conocía a ningún niño elfo, y menos tan joven, era imposible.
-         No lo sé.- confesó.- Yo también juraría haberte visto antes, pero es imposible… ¿Cuántos años tienes?
-         Tengo casi 10 años. Sé que no es nada para nuestra raza, pero acabamos de hacer una proeza digna de un elfo grande. Por eso necesitamos un refugio para descansar un poco, por favor.
-         Claro.- aseguró Michael, pero luego inquirió:- ¿Qué habéis hecho?
-         Hemos liberado a todas las criaturas prisioneras en un jardín que pertenecía a un humano llamado Dan.- informó la niña, de carrerilla, orgullosa.- Fue fácil; tenemos esto.- les mostró a ambos una extraña daga con la hoja curvada y una piedra preciosa en la empuñadura.- Es una daga mágica, nos la dio una de las hijas de nuestro gobernador. Nos dijo que su madre había muerto y que su padre estaba prisionero allí dentro, en aquel jardín, sin embargo los prisioneros nos dijeron que aquel elfo se fue y nunca regresó.- Michael y Blanca volvieron a mirarse. ¿No era aquello demasiada casualidad…?- Pero, por si acaso, hicimos una fisura con la daga mágica en la cúpula de magia que convertía en jardín en una prisión y todas las criaturas escaparon. Luego, usamos los poderes de la daga para venir aquí.
-         Sí. Lo conseguimos. Si nuestros padres siguiesen vivos, estarían orgullosos.- dijo el niño, con un destello triste en la mirada.
-         Lo siento.- Blanca bajó la cabeza, apenada, y Michael la imitó.
-         ¿Sois hermanos?- preguntó él. El elfo asintió.
-         Sí. Arwina es mi hermanita, tiene dos años menos que yo.- la miró con cariño. Pero Michael frunció el ceño; aquel nombre le resultaba familiar. ¿No se llamaba Arwina la pareja de su difunto amigo Lun…?
-         ¿Arwina? ¿Te llamas Arwina?- le preguntó a la elfa, y ella asintió con timidez, bajando la mirada.
-         Y es extraño.- siguió el elfo, sentándose bajo un árbol con tranquilidad, dispuesto a descansar un poco.- Porque yo me llamo Lun, igual que vuestro hijo.- Nadie pudo decir nada. Tan sñolo Lun, el niño arpa-yinn, soltó un gorgojeo, encantado. Blanca y Michael intercambiaron una mirada de asombro, comprendiendo de pronto. Lun, el elfo, sonrió misteriosamente, y Michael se preguntó cuánto sabría, y si se acordaría… de todo el pasado. Arwina, su hermana, la que un día fue su compañera, se tumbó junto a él, y se abrazaron y acomodaron. Estaban cansados. Antes de cerrar aquellos increíbles ojos grises, Lun miró a Michael, divertido, y le preguntó con voz musical:
-         ¿Estás seguro de que no nos conocemos, Michael?





Almas Gemelas, novela escrita por la Capitana Amanecer


~FIN~

martes, 15 de noviembre de 2011

Nota =)

Hola, chicas! Qué tal estáis todas?
Por fin, el último capítulo está listo!=) Me ha costado bastante terminarlo; no me gustaba cómo lo tenía escrito, y he hecho mil cambios hasta llegar a algo que me convenza =) Espero sinceramente que os guste y que lo saboreéis bien, ya que es el epílogo y nuestra historia termina aquí! =P
Aprovecho para decirnos una buena noticia: una nueva novela en la que empecé a trabajar hace un tiempo está casi terminada. Aún no he decidido el título, pero publicaré el primer capítulo lo antes posible, estad atentas! Gracias por leer, y, por última vez, ruego vuestros comentarios! Muchas gracias a todas, muchos besos! :)

Capitana Amanecer

sábado, 29 de octubre de 2011

Capítulo XVIII: El Regalo De Los Arcángeles

Hola, chicas! :)
De nuevo, siento muchísimo el retraso! He estado bastante ocupada con los exámenes, pero ahora que tenemos unos días de vacaciones, aquí tenéis otro capítulo! Sinceramente, espero que os guste :) Es el antepenúltimo de la historia, supongo que os llevaréis una sorpresa al leerlo...! 
Muchos besos y gracias por vuestro apoyo! :)

Capitana Amanecer







Michael se despertó súbitamente. ¿Qué era lo que le había sacado de sus dulces sueños, inundados del perfume de Blanca y de sus besos de fresas?
Estaba extrañamente nervioso, como esperando algún acontecimiento especial, aunque no sabía de qué se trataba; aunque a la vez, se sentía extrañamente bien, en paz, en armonía, relajado. El cielo estaba de un color azul pálido, pues las primeras luces del alba empezaban a verse, y las estrellas comenzaban a desaparecer. Amanecería en breve.
Pero aquel día había algo especial. Con su percepción de arpa-yinn y sus cinco sentidos muy desarrollados, Michael sentía algo extraño. No se oía nada, y olía tanto a lluvia como su acabase de llover, cuando en esa época del año era imposible. Un pequeño colibrí cruzó delante de él, revoloteando con alegría, y posándose en una rosa cercana.
De pronto, en el horizonte empezó a verse una extraña luz blanca, que iba cubriendo todo el paisaje, como un manto de niebla. Michael parpadeó, extrañado y alerta, y se aseguró de que no estaba soñando. No, era real; como una nube que avanzaba a pasos agigantados, llena de luz de sol. Parecía que ya hubiese amanecido, aunque  la claridad no se debía al sol.
Michael despertó a Blanca con la suavidad de sus labios, y ella se mostró tan sorprendida como él. La luz blanca hacía desaparecer las lejanas montañas verdes, y se acercaba rápidamente al bosque. Pronto hubo ocultado los primeros árboles… y sólo un rato más tarde, Michael y Blanca se veían rodeados de aquella extraña claridad; no era niebla, era solamente luz. Luz blanca.
-         ¿Qué pasa, Michael?- Blanca, algo asustada, se refugió en sus brazos desnudos.
-         Sssh, tranquila.- aunque Michael también estaba inquieto. El ambiente se llenó de aquel perfume a lluvia, junto con una brisa cálida y dulce.
Comenzaron a oírse cantos de voces musicales y agudas, como de niños, que formaban una hermosa y conmovedora melodía, que se confundía a veces con los susurros del viento y los sonidos del bosque.
Y, repentinamente, ocurrió. En la luz blanca empezaron a aparecer niños, niños con alas que se acercaban a la pareja volando muy despacito, sonriendo, llenos de luz. Blanca notó como Michael se estremecía de emoción.
- Arcángeles.- le susurró el arpa-yinn, conmovido. Eran niños que aparentaban cinco, seis o siete años, con los dientes de leche aún y una expresión tierna y dulce. A pesar de que mostraban la estatura de un niño, sus blancas alas de pluma eran del tamaño de las de Eimmelt, o mayores.
Iban completamente desnudos, algunos cogidos de las manos, y todos sonriendo con ternura. Había femeninos y masculinos, rubios y morenos, delgados y gorditos, con ojos claros y oscuros, orientales, de piel oscura y de piel blanca… Pero todos ellos tenían un aspecto adorable, y se acercaban cantando. Aquel escudo de luz se atenuó, pero la claridad y la brisa seguían a su alrededor.
Blanca se quedó sorprendidísima. Siempre se había imaginado a los ángeles como mujeres hermosísimas, altas y majestuosas, con ropas blancas vaporosas… Pero no era así, por lo visto. Se le pasó por la cabeza una escena, de Michael y ella sentados bajo un árbol conversando. El arpa-yinn le decía que los ángeles hermosos y perfectos la única emoción que despertaban en las personas era deseo hacia tal hermosura y hacia esa perfección; sin embargo, al tener ese aspecto, los angelitos lo que despertaban era cariño y ternura, la cual era su intención. Blanca se había olvidado completamente de esa conversación hasta entonces.

Un angelito con el pelito rubio pajizo y liso se adelantó revoloteando, sonriendo dulcemente. Tenía los ojos azules muy claros, la nariz respingona y las manos regordetas. ¡Qué lindo era!
-         Hola, Michael. Hola, Blanca.- saludó, haciendo también un gesto con la mano. Su voz era como la de un niño, aguda, suave e infantil, pero firme y con un matiz de autoridad escondido tras la dulzura.- Me alegro mucho de veros.
-         Saludos, mi señor.- respondió Michael con un hilo de voz, haciendo una reverencia. Blanca le imitó.- Es un placer.- el angelito se echó a reír, con una risa juguetona y cantarina. Los demás le corearon, y Michael se sonrojó.
-         Oh, no tenéis que inclinaros.- dijo entre risas un angelito femenino de ricitos ensortijados y negros, pecas en la nariz y ojos grises, de piel oscura. Michael y Blanca se levantaron, sin poder evitar sonreír. El primer arcángel rubio siguió hablando, con una sonrisa.
-         Os hemos estado observando.- informó.- Y nos ha parecido tan hermosa vuestra relación, la forma de la que os habéis protegido el uno al otro, vuestro apoyo en los momentos difíciles y vuestro coraje, que hemos decidido haceros un regalo.- dijo, radiante. La pareja se miró y ambos sonrieron. Michael estaba visiblemente emocionado, y Blanca también.
-         Gracias, Miguel.- respondió Michael. Blanca no cabía en sí de su asombro. ¿Miguel, el arcángel San Miguel, era un niño de seis años? No podía creerlo.- Os agradecemos a todos vuestros halagos… Pero no creo que sea necesaria ninguna recompensa…
-         No lo es, pero a nosotros nos apetece premiaros.- sonrió la niña de ricitos.
-         Uriel tiene razón.- agregó Miguel. Se había referido a la niña como Uriel, el arcángel Uriel. Aquello era imposible.- Es hermoso que seáis felices después del dolor… más de lo que sois ahora.

Entonces, Uriel, Miguel, una niña de trenzas castañas y ojos almendrados con piel color aceituna, un niño de ojos verdes rasgados con nariz recta, y una niña muy pequeña (tal vez tendría cuatro años) con unos preciosos ojos azules con pestañas largas, y rizos dorados, se cogieron de la mano y se acercaron a Michael, formando en círculo con él en medio. El arpa-yinn, nervioso, cerró los ojos y se dejó hacer, sabiendo que estaba en buenas manos. Sintió como cada uno de los arcángeles apoyaba con delicadeza sus pequeñas y cálidas manitas en las heridas de su espalda, y se estremeció. La luz blanca de los arcángeles comenzó a envolverle, en silencio, mientras un estado de éxtasis y de profunda relajación se adueñaba de la mente de Michael... Y, de la manera más dulce, los recuerdos comenzaron a inundar su mente, haciendo al joven olvidarse de todo lo demás.

-         Cuenta tres, arpa-yinn…
-         ¡Se lo ruego!
-         Una…
-         ¡¡Deténgase, por favor!! ¡¡Pare!!
-         Dos…
-         ¡¡No!! No lo haga, se lo ruego… ¡No, por favor!
Y tres.- el arpa-yinn sintió el frío, duro y afilado filo de la sierra en sus tiernas alas.

                                             ***
Y así pasó el tiempo. Michael no supo cuánto, ya que lo único que recordaba y que existía en esos momentos era dolor y tristeza. La garganta le escocía; tenía sed y hambre. Los días avanzaban, y la vida se iba escapando rápidamente de Michael. Su sangre estaba esparcida por todo el suelo rocoso, y empapaba todo su cuerpo, cosa que le hacía tener más frío. La espalda del arpa-yinn estaba inflamada, herida e irritada, además de agarrotada y encogida. Y el contacto con las rocas rugosas y húmedas del suelo sólo lo empeoraba. Los muñones que habían sido alas, envueltos en sangre, estaban algo infectados. La cabeza le estallaba, y temblaba de arriba a abajo.

                                         ***

-         Tranquilo.- le susurró ella, sonriendo, intentando animarle un poco.- No voy a hacerte daño.- pero él no cambió de posición. Tenía las manos cruzadas sobre sus hombros, en gesto protector, aunque lo cierto era que temblaba de miedo. Desconfiaba.
-         No quiero hacerte daño.- repitió la joven. -Me llamo Blanca.- se presentó, amigablemente.- ¿Y tú?- él dudó si responder, pero finalmente dijo:
      -    M… Michael.- tímidamente, algo más tranquilo.
                                                         
                                                         ***

Blanca le meció con suavidad, sonriendo, como quien acuna a un bebé. El arpa-yinn dejó de llorar, y miró con timidez a la joven, algo sorprendido, sollozando. Con una mirada profunda y dulce, pero infinitamente triste. Ella sonrió, en un intento de subirle la moral.
-         Voy a cuidarte. No te preocupes. No va a pasarte nada más malo mientras estés aquí.
-         ¿Tú… tú también eres… una cautiva?- preguntó él, con timidez, secándose una lágrima y apartándose ligeramente del regazo de Blanca, avergonzado por el contacto.

                                                      ***

-         ¡¡Michael!!- llamó el niño, con voz suplicante. Estaba muy asustado.
-         ¡Randy!- gritó él, exaltado. Se incorporó deprisa y corrió hacia él. Dan se quitó del medio.
-         Randy, Randy…- murmuró Michael. Ambos arpa-yinn se fundieron en un cálido abrazo.- Oh, Randy, tú no, por favor, tú no…- el joven apretó los dientes. La sangre le hervía. No recordaba haber estado tan furioso nunca. Su punto más débil era, sin duda, su familia. Y dentro de este sector, su hermanito Randy. Cómo le quería… Al nacer el pequeño, Michael se había prometido protegerle, aunque esto le costase su vida. Sentía un cariño especial hacia él. Era tan tierno, tan lindo, tan dulce… Michael lo daría todo por él.
¿Cómo se atrevía Dan a capturarle? ¿Acaso no le bastaba con él mismo? ¿Tenía que tomar a un niño indefenso y pequeño? Qué cobarde, pensó Michael.

                                                    ***


-         ¿Mejor?- preguntó Blanca con una sonrisa. Estaba leyendo, tumbada en la cama, vestida con un camisón blanco.
-         Muchísimo.- él le devolvió la sonrisa. -¿Qué lees?
-         Son poemas. Me encantan, y estos son preciosos.
-         ¿Puedo leerlos yo también?
-         Por supuesto. Túmbate, si quieres, y te leeré hasta que te duermas.- ofreció Blanca. Michael sonrió, entusiasmado y asombrado.
-         ¿De verdad harías eso?- Blanca rió.
-         Claro.- y abrió la gran cama. Invitó al arpa-yinn a tumbarse, y él lo hizo, sonriendo. Se relajó en un lado de la cama. La almohada era muy suave y blandita, igual que el colchón. El joven sintió como Blanca lo arropaba con dulzura, con las sábanas ligeras pero cálidas, y le acariciaba la mejilla. Michael cerró los ojos, completamente relajado, y feliz. Aquella sensación era incluso más placentera que la del baño; una sensación de descanso, de paz, de seguridad… de amor. Nunca había estado tumbado en una cama, y era algo nuevo y maravilloso para él. Y Blanca…

                                                ***

La joven acercó sus labios a los del joven, y, suave y tiernamente, le besó con brevedad. Los labios del arpa-yinn sabían a dulce jugo de frutas, y eran tiernos y suaves. Michael tembló de arriba a abajo, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Su piel se erizó, pero se dejó llevar. Todo aquel profundo agradecimiento a Blanca, aquel cariño que sentía hacia ella, aquella confianza y sentido de protección, aquella necesidad de hacerla feliz, aquellas ganas de estar con ella… Todo, de pronto, se transformó en amor.
Michael nunca había estado enamorado, ni siquiera había sentido algo más allá del cariño por nadie; era el primer beso que daba y que le daban, y Blanca era la primera chica que tenía una relación tan estrecha y especial… Pero todo aquello le gustó.  Amó a Blanca, y le devolvió el beso, con inseguridad y timidez. No debería estar haciendo eso; su madre le había advertido muchas veces que no debía amar a seres de otras razas; era peligroso, no debían mezclarse. Pero, por primera vez en su vida, Michael no hizo caso a su madre.

Blanca se separó de él, suavemente, con los ojos cerrados. Michael jadeaba, y la abrazó, sin querer que el momento acabase. Mantuvieron sus cuerpos juntos, dándose calor, y continuaron acariciándose. Ninguno abrió los ojos, pero Michael murmuró, casi inconscientemente:
-         Te quiero…- ambos abrieron lentamente los ojos, y compartieron una mirada profunda. La joven sonrío, y él también.
-         Yo sí que te quiero.- respondió Blanca, con ternura, despeinando los rizos de él. Y se quedaron así, abrazados, perdiendo la noción del tiempo.


                                                    ***

-         Les odio.- Michael apretó los puños, y Lun tomó sus manos y le obligó a abrirlas.- Son malvados, crueles… Juro que…- el arpa-yinn apretó los dientes.
-         Michael, tranquilízate, por favor, me estás abrasando las manos.- pidió Lun con total tranquilidad. Él, horrorizado, retiró rápidamente sus manos de las del elfo, enrojecidas.
-         Oh, lo siento.- murmuró. Lun sacudió la cabeza con despreocupación y se llevó las palmas de las manos a los labios, aliviando un poco el dolor. El elfo le limpió las lágrimas suavemente, con sus dedos finos y delicados.
-         Sé que es duro para ti, Michael. Sé que es difícil, lo es para todos…
-         Él me hizo una promesa… Me prometió…- Michael gimió, desesperado. Si alguien hacía daño a su familia… Pero, ¿cómo podía impedirlo él? ¿Qué podía hacer? Nada.
-         Todos los humanos son mentirosos y traidores, deberías saberlo.- le reprendió Lun. Michael negó con la cabeza.
-         No. Todos no. Ella no lo es.

                                                          ***

-         Michael.- susurró Blanca, de pronto.- Quiero algo.
-         Lo que sea.- murmuró él, sonriendo.
-         Vamos a hacer el amor.- pidió ella. Michael la miró interrogante; no parecía saber lo que era aquello. Se sonrojó un tanto al no saberlo, pero Blanca le sonrió, tranquilizándole.
-         Enséñame.- susurró él, y Blanca sonrió.


                                           ***
- Tu historia es triste, Lun.- comentó Michael en un susurro. El arpa-yinn parecía sobrecogido.
- Lo es.- admitió el elfo. Luego miró a Michael a los ojos, culpable, desolado.- Pero siento que desperdicié tu vida, Michael.
- ¿Mi vida? ¿Por qué?
- Tú te sacrificaste para que yo pudiese vivir, ¡moriste por mí! Y mira cómo lo he aprovechado… Llevo 70 años aquí prisionero, en vez de vivir la vida que tú me cediste…- los ojos grises de Lun mostraban tristeza y culpabilidad. Michael le dirigió una sonrisa tranquilizadora.

                                                     ***

-         Estás en la frontera entre la vida y la muerte; van a llevarte con tu familia, eso te salvará; pero puedes morir en el viaje. La decisión es tuya, Michael… Elige tu destino.
-         ¿Morir o vivir? Creo que ya lo he decidido…
      -      Piénsatelo muy bien, Michael…


                                                      ***

Yo te amo, Blanca…


El torrente de recuerdos que le invadía con fuerza, de manera abrumadora, se detuvo, y Michael salió de su ensueño, estremeciéndose. Estaba en un estado de relajación extremo; apenas podía ver, oír, oler o sentir… Su mente estaba en paz. Miguel y Uriel tomaron sus manos, una cada uno, y los otros tres arcángeles colocaron sus manitas uno en su espalda herida, otro a la altura de su corazón y otro en su frente.
Blanca observaba la escena en silencio, con curiosidad y conmoción. A su lado, los angelitos que no participaban en la ceremonia sonreían y miraban la escena.

Michael comenzó a sentir la energía fluyendo por todo su cuerpo, provocándole hormigueos en las yemas de los dedos. Percibió que algo crecía en él, una nueva fuerza, y tuvo ganas de moverse y saltar… tuvo ganas de volar. Se removió, rebosante de energía, pero los arcángeles le sujetaron por los hombros, inmovilizándole suave y dulcemente. Algo avergonzado, intentó relajarse e ignorar los cosquilleos.
Y entonces, sintió que las heridas de su espalda se abrían, dolorosamente. El arpa-yinn soltó un gemido dolorido, y el niño que tenía las manos en su espalda le rozó con sus deditos las heridas, suavemente. Dejaron de dolerle inmediatamente. Notó su espalda algo más pesada… Y experimentó esa sensación tan amada que hacía tanto que no podía sentir y que pensó que no volvería jamás; tener seis extremidades y no cuatro, poder volar hasta las nubes, sentirse completo, más ágil, más ligero…
Libertad.
Todos los arcángeles se retiraron de su lado, y la luz blanca se extinguió. Michael se atrevió a abrir los ojos, confuso, y vio que Blanca le miraba asombrada, pero radiante. Todos los angelitos sonreían.
Se atrevió entonces a mirar para atrás, a su espalda… Y no pudo reprimir un grito de euforia el ver dos preciosas alas blancas, de plumas suaves, que le crecían de la espalda, donde estaban las suyas antiguas.
Riendo a carcajadas y llorando de felicidad, alzó el vuelo. Oh, qué maravilloso era. Había olvidado aquella sensación; ver todo desde arriba, sentir los rayos del sol más cerca, juguetear con las nubes, ir al lado de los pájaros, sentir el viento en su rostro, ser libre… Era perfecto. Perfecto.
Agitando sus alas a más no poder, llegó hasta las nubes más altas en cuestión de segundos, y las deshizo, riendo sin parar. Luego bajó en picado, como un rayo, plegando las alas, y dio vueltas alrededor del claro donde estaban Blanca y los ángeles. Luego se adentró en el bosque, dirigiéndose hacia donde estaba su familia, durmiendo en las copas de los árboles.
-¡¡Mamá!! ¡Mamá, mira!! ¡¡Puedo volar!!- gritó, revoloteando alrededor del pino donde su madre y su padre dormían. Ambos abrieron los ojos y se incorporaron, sobresaltados.- ¡¡Papá, tengo alas!! ¡¡Mira, papá!!- el joven estaba eufórico. Toda su familia se había despertado, y le observaba revolotear de aquí para allá, riendo.
Algunos de sus hermanos se le unieron por unos instantes, pero luego le dejaron disfrutar del vuelo solo. Michael iba de aquí para allá, riendo alegremente.
Pero de pronto su alegría se vio eclipsada. Dejando de sonreír, descendió rápidamente hacia el claro donde los ángeles y Blanca estaban, y le observaban maravillados. La joven sonreía ampliamente, pero Michael estaba angustiado.
-         ¿Y ella?- preguntó suavemente a los arcángeles, señalando a Blanca y jadeando.- ¿Qué pasará con Blanca? No puede quedarse sin alas cuando todos los demás volamos…
-         Claro que sí, Michael.- se apresuró a intervenir ella.- Toda mi vida he estado yendo a pie…
-         No, Blanca, no es lo mismo. Sé que si tengo alas nos distanciaremos, aunque sea involuntariamente… Ya no seremos iguales, no será lo mismo…
-         Si prefieres estar con Blanca, tu regalo puede ser retirado.- dijo la niña arcángel más pequeña, con una sonrisa adorable.- No pasa nada.
-         ¡Sí pasa!- exclamó Blanca.- Michael ha estado desde que le cortaron las alas queriendo volver a volar, deseándolo con toda su alma. Y ahora que tiene la oportunidad de ver su sueño cumplido…
-         Tú eres mi sueño cumplido.- interrumpió Michael, con una sonrisa.- Y si para que todo siga como ahora debo renunciar a mis alas… Lo haré.- dijo, con firmeza.- Estos instantes de gloria han sido suficientes.- afirmó, pero esta vez la duda ocupó su voz.

Blanca estaba horrorizada, Michael se mostraba serio y firme, pero a la vez rebosante de amor, y todos los angelitos sonreían. Uriel soltó entonces una breve carcajada.
-         Qué hermoso.- dijo.- Cada vez estoy más convencida de que merecéis una recompensa.- se volvió hacia Michael.- Michael, eres generoso y flexible.- y luego a Blanca.- Y tú, Blanca, no menos que Michael. Así que…- la niña se volvió hacia Miguel, y él asintió con la cabeza, aprobando algo.
-         Así que puedes quedarte con tus alas, arpa-yinn. Mientras que tú, Blanca… ¿Te gustaría tener unas también?- preguntó. El rostro de la joven se iluminó, y sonrió ampliamente, ilusionada.
-         Me encantaría.- confesó con una sonrisa. Michael se mostró sorprendido pero muy feliz.
-         Eso sería maravilloso.- murmuró, emocionado.

Entonces, los cinco arcángeles se acercaron a ella, creando un círculo a su alrededor. Comenzaron a entonar una suave y melodiosa canción que, cantada por sus voces infantiles, quedaba perfecta. Blanca cerró los ojos y se dejó hacer.
La chica sintió que Miguel le tomaba con delicadeza ambas manos, se acercaba aún más a ella y le susurraba al oído:
-         Imagínate a ti misma con unas alas, las que más te gusten. Imagínate volando por las nubes al lado de Michael.- su voz era como el viento. La joven le obedeció, y se imaginó con unas alas similares a las de Michael, volando de la mano de él entre las nubes de algodón. Retuvo esa imagen alentadora en su mente, mientras sentía las suaves manitas de los arcángeles niños retirando su camiseta y dejando su torso desnudo.
Todos los arcángeles soplaron en su espalda, a la altura de los omóplatos…
Y entonces Blanca lo sintió: su piel se abrió, sin ningún dolor, y dos enormes alas comenzaron a crecer en su espalda. La joven se había imaginado que pesarían bastante, pero no era así; sólo se sentían allí, pero eran livianas. La sensación de tener seis extremidades le resultó muy extraña, pero agradable; se sentía más fuerte, más segura. Era fantástico.
Los cinco niños se apartaron de ella, sonriendo, y Blanca abrió los ojos. Como había hecho Michael unos minutos antes, la joven, algo dudosa, miró hacia atrás… Unas alas blancas y enormes, de plumas suaves, crecían en su espalda, majestuosas.
Radiante, Blanca se volvió hacia Michael. El arpa-yinn lloraba de emoción y sonreía. Varios miembros de su familia se habían acercado, y contemplaban la escena, fascinados.
-Yo…-balbuceó la joven, dirigiéndose a los arcángeles.- Muchas gracias… Gracias, gracias, gracias…- todos, incluidos los angelitos que no habían participado, sonrieron.
- No hay de que.- respondieron todos a coro.- Disfrútalas.- y dicho esto, todos alzaron el vuelo. Gabriel se volvió y les dirigió una sonrisa a todos los arpa-yinn allí presentes. Luego, aquella cálida luz blanca que envolvió por completo el paisaje… y los ángeles y arcángeles desaparecieron, con su brisa y sus aromas, con sus cantos y su magia, tan rápido como habían llegado.

El silencio reinó durante varios instantes en el claro del bosque. Nadie sabía que decir ni qué hacer. Michael observaba maravillado las alas de Blanca, y ella estaba intentando asimilar lo que acababa de pasar. Eimmelt y Ahlia y los demás arpa-yinn contemplaban las alas de ambos, embelesados. Todos sonreían.
En otros tiempos, Blanca habría roto el silencio diciendo algo. Pero ahora había aprendido que en algunos casos las palabras sobraban y el silencio era hermoso.
Michael fue el primero en reaccionar; sin decir nada pero sonriendo, alzó el vuelo. Blanca no necesitó las palabras de él para saber que le estaba pidiendo que le acompañase.

La joven agitó sus alas. Era algo maravilloso, como andar; casi se movían solas, y volar era muy fácil. Se elevó rápidamente (más de lo que hubiera querido, siendo su primera vez) y sintió esa fantástica sensación de libertad, el cosquilleo en el estómago debido a la altura, el viento en su rostro…
Rió de euforia, y fue coreada por Michael, que le tendía la mano. Blanca se la dio; y juntos y completamente felices, ambos volaron hasta las nubes del horizonte, donde amanecía silenciosamente.