Michael se había convertido en un esclavo del tío Dan. Los meses corrían, y la suerte del arpa-yinn sólo empeoraba. Dan le obligaba a cantar para él muchísimas veces todos los días, a resolver conflictos que tenía y adivinanzas que le proponían a cambio de dinero, le hacía trabajar en la cocina (el arpa-yinn cocinaba mejor que nadie que Blanca hubiese visto) y limpiar. El joven estaba exhausto día y noche, ya que a penas dormía por capricho de Dan, que le obligaba a cantarle nanas hasta que se durmiese. Michael presentaba una imagen algo deteriorada (aunque hermosísima), y siempre estaba cansado. A veces, se derrumbaba de tristeza o de agotamiento, pero volvía a levantarse rápidamente. Cumplía dócilmente todas las órdenes que se le daban, diciendo con humildad: “Sí, señor.” No protestaba ni se quejaba, ni siquiera cuando Dan le golpeaba y le azotaba, a veces sin ningún motivo.
Michael siempre obedecía, daba las gracias y pedía las cosas por favor. Parecía un niño muy bien educado cuando está con alguien importante. Era extremadamente puntual, y hacía todo con una impecabilidad sorprendente. Era perfeccionista y se exigía mucho a sí mismo.
Blanca rabiaba a más no poder al ver al arpa-yinn sufrir de aquella manera, por capricho de su tío. Casi un año después de la llegada del joven, Michael y ella eran ya íntimos amigos, y se conocían perfectamente. El joven encontraba en Blanca mucho apoyo, siendo ella prácticamente su única amiga. Los dos pasaban todo el tiempo que podían juntos, hablando y consolándose. Aunque Michael no se quejaba nunca de su suerte con palabras, Blanca podía leer el dolor y el cansancio en sus ojos. Se prometía a sí misma una y otra vez que iba a ayudarle… Aunque no sabía cómo.
Tina le llevaba cada tres días una muda de ropa nueva al arpa-yinn, que ella misma fabricaba. A Michael le gustaba que fuese todo blanco. Al principio, no usaba zapatos, acostumbrado a no necesitarlos ya que volaba todo el día, pero cuando se vio incapacitado y se resignó, y tuvo que empezar a andar siempre, se dio cuenta de que necesitaba unos. El tío Dan le cedió a regañadientes unos mocasines claros que ya no usaba.
Una noche de septiembre se desató una fría tormenta de verano. El tío Dan había anunciado esa misma tarde que se iba a marchar una semana de viaje a Polinesia, y hacía tan sólo unas horas había abandonado el jardín, dejándolo al cargo de Peter, su ayudante más fiel.
Pero Dan se había encargado de dejar trabajo a todo el mundo, especialmente a Michael. El joven tenía que limpiar los porches, recoger las frutas de los árboles y el polen, la miel de los panales y ocuparse de plantar más especies exóticas. También tenía que limpiar el agua de las piscinas (eran tres), cocinar para todo aquel que estuviese en la mansión, sanar a varios animales que había heridos en la enfermería, limpiar la planta de abajo de la casa y preparar ésta para dos comerciantes que Dan traería consigo.
Pero, cuando sonó un potente trueno y la lluvia empezó a caer repentinamente, con fuerza, todos los habitantes del jardín corrieron a refugiarse a éste, abandonando sus tareas. Los relámpagos iluminaban el cielo, los rayos caían muy cerca de allí y los truenos y la lluvia al caer se oían por encima de todo.
Michael corrió (algo torpemente) al sauce llorón. Se había instalado en él; dormía en un cobijo que formaban las raíces, arropado por las ramas del árbol. También comía subido al sauce, y cuando necesitaba estar solo se sentaba apoyado en el tronco.
Pero las ramas no eran suficientes para evitar que la lluvia golpease a Michael y le hiciese estremecerse de frío. El arpa-yinn se hizo un ovillo, dispuesto a esperar a que la tormenta pasase. No quería meterse en el bosque; aquello estaba limitado, cada pradera y cada árbol era el lugar de una criatura diferente. Michael no quería arriesgarse a meterse en un lío. Ishe, la ninfa guardiana del sauce, ya amiga del arpa-yinn, estaba allí, hecha un ovillo. Sonrió al verle llegar, y él le devolvió la sonrisa. No acostumbraban a hablarse, tan sólo se comunicaban por gestos.
-¡Michael!- le llamó de pronto Blanca desde el porche de la casa. Él levantó la cabeza, bendiciéndola mentalmente. La joven corrió hacia él, con un paraguas.- ¡Ven dentro, te estás empapando!- apremió, por encima del ruido de la lluvia y los truenos.
-Pero… no puedo entrar a la casa sin permiso de tu tío…
-¡Mi tío no está! ¡Date prisa!- y el joven se incorporó, y, tomando la mano de Blanca, corrió junto a ella al interior de la residencia.
Ya allí, Blanca dejó el paraguas. El arpa-yinn la siguió al recibidor de la casa. Iba mojando todo a su paso, pero Blanca le aseguró que no importaba. Cuando el tío Dan había querido verle, Michael había estado allí, pero aún así no dejaba de asombrarse de lo preciosa que era la casa. Le maravillaban los cuadros, y las alfombras le resultaban algo bello pero imposible de hacer. Pero lo más impresionante era el cuarto de Blanca. El arpa-yinn se quedó boquiabierto al entrar a esta.
Era una sala luminosa y amplia, con suelo de madera clara y alfombras blancas y suaves. Había una cama con dosel, de sábanas blancas y doble, justo en el centro de la habitación, y varias estanterías de madera con libros, material para dibujar y objetos que el joven no conocía. Una de las paredes azul clara estaba completamente ocupada por un ventanal, y había otras dos ventanas más, y un amplio balcón de granito veis con cortinas blancas y sedosas. La habitación tenía incorporado un baño precioso.
- Pasa.- invitó la joven.- Quítate esto, estás empapado. Espera, ¿quieres bañarte?
- ¿Ba-bañarme?- Michael estaba desconcertado de nuevo. Realmente, Blanca le sorprendía. No alcanzaba a comprender dónde podía bañarse. ¿Había allí acaso un lago, o algo parecido?
-Sí. Bañarte en la bañera, con agua caliente, sales para que te relajes y burbujas. ¿Te apetece?
-Yo… Vale, gracias… Aunque nunca me he bañado en una…
-¿Te gustaría probar? Es realmente muy relajante.
- Bueno, vale… Muchas gracias…
- Bien. Espera, voy a preparar el agua.
- Vale… Gracias.- balbuceó él. Y, mientras Blanca llenaba la bañera, Michael examinó todos los libros y dibujos que había. La joven era, al parecer, una hábil dibujante, y tenía toda clase de libros. El arpa-yinn leyó sus títulos con curiosidad. Nunca había leído un libro humano, pero sabía leer en español y en cientos de lenguajes diferentes.
Luego, Blanca le avisó de que el agua estaba lista.
El arpa-yinn entró al cuarto de baño. Las paredes eran de gres hite azul, y el lavabo de piedra. Había un gran espejo. El arpa-yinn observó un largo rato su propia imagen. Era la primera vez en su vida que se miraba a un espejo y no estaba acostumbrado. A veces, se veía reflejado en el agua, pero nunca había visto una imagen suya tan clara.
Curioso, se observó de arriba a abajo. No tenía vello en el cuerpo, únicamente en la cabeza y en la cara. A los arpa-yinn, sólo les salía pelo en el cráneo, en las pestañas y en las cejas. Su piel, perfectamente suave y lisa (aunque algo descuidada por esta última temporada) era color café, y sus ojos grandes, profundos y color chocolate, con pestañas largas. Su nariz no era chata del todo, pero un poco sí, y sus negros ricitos, ya formando una melena, adornaban su hermoso rostro.
Michael, reparó con tristeza en las heridas que tenía en la espalda… Nunca las había visto tan claramente. Se estremeció, deseando poder verse reflejado con sus preciosas alas blancas, grandes y de suaves plumas. Suspiró y se dio la vuelta.
La bañera era ancha y grande, también de gres hite. Michael se quitó la ropa, la colocó sobre un radiador para que se secase, y se sumergió placenteramente en el agua, cálida y cristalina. Nunca se había bañado con agua caliente. Al principio le quemó un tanto, pero luego le resultó muy agradable. La espuma le llegaba hasta el cuello, y le acariciaba suavemente, produciéndole cosquilleos. Las burbujas volaban por toda la habitación. Suspiró ante esa placentera situación. Michael notó las sales de baño en el agua, que hidrataron su piel y abrieron sus poros. Involuntariamente, relajó todo su cuerpo, tenso hasta entonces, y apoyó la cabeza en un borde de la bañera, cerrando los ojos y relajándose completamente. Hacía mucho que no se sentía tan tranquilo y tan bien. Envió un pensamiento de sincero agradecimiento para Blanca.
El sueño le invadió repentinamente, y, sin poder pensar más, se durmió con dulzura sobre el borde de la bañera.
- ¡Michael!- escuchó el joven que le llamaba Blanca. Abrió los ojos y se incorporó, algo sobresaltado. Ella, asomando la cabeza por la puerta, sonrió, visiblemente aliviada.
- Me has asustado. No salías, y…
- Lo siento, me… me he dormido. Aquí se está tan bien…- volvió a recostarse sobre el borde de la bañera, preocupándose en silencio y disimuladamente de cubrir su cuerpo con la espuma que quedaba. Blanca rió ante su gesto y sus palabras.
- Si quieres dormir, mejor en la cama. Cuando quieras, sal y ven a acostarte.- Michael se sonrojó, con timidez.
- ¿No… no te importaría?
- ¡Cómo iba a importarme!- rió ella. El arpa-yinn bajó la mirada.
- Muchísimas gracias por todo lo que estás haciendo por mí.- murmuró.- En cuanto tenga la mínima oportunidad de agradecértelo…
- No te preocupes. Además, se lo prometí a Randy, ¿recuerdas?- sonrió la joven, y salió del baño cerrando la puerta tras de sí, para dejar intimidad a Michael. Él pensó que ella era encantadora. Se dio cuenta de que se había ruborizado notablemente, y se regañó interiormente por ello.
Salió un poco a regañadientes de la bañera, tomó una toalla grande y de tacto suave y se secó, disfrutando de cada segundo. ¿Hacía cuánto que no se sentía tan tranquilo y tan bien? Luego, cogió un bote de aceite hidratante que Blanca le había dejado y se dio por todo el cuerpo. Tenía la piel muy seca y castigada, pero la sintió ahora más fresca. Su piel color chocolate brillaba. Se vistió con su ropa, ya seca, se secó los rizos con la toalla y salió del baño, alegre y como nuevo.
- ¿Mejor?- preguntó Blanca con una sonrisa. Estaba leyendo, tumbada en la cama, vestida con un camisón blanco.
- Muchísimo.- él le devolvió la sonrisa. -¿Qué lees?
- Son poemas. Me encantan, y estos son preciosos.
- ¿Puedo leerlos yo también?
- Por supuesto. Túmbate, si quieres, y te leeré hasta que te duermas.- ofreció Blanca. Michael sonrió, entusiasmado y asombrado.
- ¿De verdad harías eso?- Blanca rió.
- Claro.- y abrió la gran cama. Invitó al arpa-yinn a tumbarse, y él lo hizo, sonriendo. Se relajó en un lado de la cama. La almohada era muy suave y blandita, igual que el colchón. El joven sintió como Blanca lo arropaba con dulzura, con las sábanas ligeras pero cálidas, y le acariciaba la mejilla. Michael cerró los ojos, completamente relajado, y feliz. Aquella sensación era incluso más placentera que la del baño; una sensación de descanso, de paz, de seguridad… de amor. Nunca había estado tumbado en una cama, y era algo nuevo y maravilloso para él. Y Blanca…
La joven comenzó a leer en voz alta un poema de amor, en el que dos amantes se reencontraban después de mucho tiempo separados. Su voz era suave y dulce, melodiosa. A Michael le pareció la voz más bonita que había escuchado nunca.
El poema era precioso. El arpa-yinn sintió una sensación dulce, y en ese momento fue arrastrado suavemente por el sueño. Dejó de ver, de oler y de sentir… pero siguió oyendo a Blanca. Acompasó su respiración, dejó de pensar… y se durmió con una sonrisa de amor en los labios.