La historia dos almas especiales destinadas a amarse, de dos almas gemelas. El dolor y el esfuerzo para conseguirlo, la esperanza y el valor necesarios para salir adelante, la belleza de nuestro mundo y de los mundos paralelos... Y la magia del amor.



sábado, 25 de junio de 2011

Capítulo VI: Ella y su Dulzura

Michael se había convertido en un esclavo del tío Dan. Los meses corrían, y la suerte del arpa-yinn sólo empeoraba. Dan le obligaba a cantar para él muchísimas veces todos los días, a resolver conflictos que tenía y adivinanzas que le proponían a cambio de dinero, le hacía trabajar en la cocina (el arpa-yinn cocinaba mejor que nadie que Blanca hubiese visto) y limpiar. El joven estaba exhausto día y noche, ya que a penas dormía por capricho de Dan, que le obligaba a cantarle nanas hasta que se durmiese. Michael presentaba una imagen algo deteriorada (aunque hermosísima), y siempre estaba cansado. A veces, se derrumbaba de tristeza o de agotamiento, pero volvía a levantarse rápidamente. Cumplía dócilmente todas las órdenes que se le daban, diciendo con humildad: “Sí, señor.” No protestaba ni se quejaba, ni siquiera cuando Dan le golpeaba y le azotaba, a veces sin ningún motivo.
Michael siempre obedecía, daba las gracias y pedía las cosas por favor. Parecía un niño muy bien educado cuando está con alguien importante. Era extremadamente puntual, y hacía todo con una impecabilidad sorprendente. Era perfeccionista y se exigía mucho a sí mismo.

Blanca rabiaba a más no poder al ver al arpa-yinn sufrir de aquella manera, por capricho de su tío. Casi un año después de la llegada del joven, Michael y ella eran ya íntimos amigos, y se conocían perfectamente. El joven encontraba en Blanca mucho apoyo, siendo ella prácticamente su única amiga. Los dos pasaban todo el tiempo que podían juntos, hablando y consolándose. Aunque Michael no se quejaba nunca de su suerte con palabras, Blanca podía leer el dolor y el cansancio en sus ojos. Se prometía a sí misma una y otra vez que iba a ayudarle… Aunque no sabía cómo.

Tina le llevaba cada tres días una muda de ropa nueva al arpa-yinn, que ella misma fabricaba. A Michael le gustaba que fuese todo blanco. Al principio, no usaba zapatos, acostumbrado a no necesitarlos ya que volaba todo el día, pero cuando se vio incapacitado y se resignó, y tuvo que empezar a andar siempre, se dio cuenta de que necesitaba unos. El tío Dan le cedió a regañadientes unos mocasines claros que ya no usaba.




Una noche de septiembre se desató una fría tormenta de verano. El tío Dan había anunciado esa misma tarde que se iba a marchar una semana de viaje a Polinesia, y hacía tan sólo unas horas había abandonado el jardín, dejándolo al cargo de Peter, su ayudante más fiel.
Pero Dan se había encargado de dejar trabajo a todo el mundo, especialmente a Michael. El joven tenía que limpiar los porches, recoger las frutas de los árboles y el polen, la miel de los panales y ocuparse de plantar más especies exóticas. También tenía que limpiar el agua de las piscinas (eran tres), cocinar para todo aquel que estuviese en la mansión, sanar a varios animales que había heridos en la enfermería, limpiar la planta de abajo de la casa y preparar ésta para dos comerciantes que Dan traería consigo.
Pero, cuando sonó un potente trueno y la lluvia empezó a caer repentinamente, con fuerza, todos los habitantes del jardín corrieron a refugiarse a éste, abandonando sus tareas. Los relámpagos iluminaban el cielo, los rayos caían muy cerca de allí y los truenos y la lluvia al caer se oían por encima de todo.
Michael corrió (algo torpemente) al sauce llorón. Se había instalado en él; dormía en un cobijo que formaban las raíces, arropado por las ramas del árbol. También comía subido al sauce, y cuando necesitaba estar solo se sentaba apoyado en el tronco.
Pero las ramas no eran suficientes para evitar que la lluvia golpease a Michael y le hiciese estremecerse de frío. El arpa-yinn se hizo un ovillo, dispuesto a esperar a que la tormenta pasase. No quería meterse en el bosque; aquello estaba limitado, cada pradera y cada árbol era el lugar de una criatura diferente. Michael no quería arriesgarse a meterse en un lío. Ishe, la ninfa guardiana del sauce, ya amiga del arpa-yinn, estaba allí, hecha un ovillo. Sonrió al verle llegar, y él le devolvió la sonrisa. No acostumbraban a hablarse, tan sólo se comunicaban por gestos.
-¡Michael!- le llamó de pronto Blanca desde el porche de la casa. Él levantó la cabeza, bendiciéndola mentalmente. La joven corrió hacia él, con un paraguas.- ¡Ven dentro, te estás empapando!- apremió, por encima del ruido de la lluvia y los truenos.
-Pero… no puedo entrar a la casa sin permiso de tu tío…
-¡Mi tío no está! ¡Date prisa!- y el joven se incorporó, y, tomando la mano de Blanca, corrió junto a ella al interior de la residencia.

Ya allí, Blanca dejó el paraguas. El arpa-yinn la siguió al recibidor de la casa. Iba mojando todo a su paso, pero Blanca le aseguró que no importaba. Cuando el tío Dan había querido verle, Michael había estado allí, pero aún así no dejaba de asombrarse de lo preciosa que era la casa. Le maravillaban los cuadros, y las alfombras le resultaban algo bello pero imposible de hacer. Pero lo más impresionante era el cuarto de Blanca. El arpa-yinn se quedó boquiabierto al entrar a esta.

Era una sala luminosa y amplia, con suelo de madera clara y alfombras blancas y suaves. Había una cama con dosel, de sábanas blancas y doble, justo en el centro de la habitación, y varias estanterías de madera con libros, material para dibujar y objetos que el joven no conocía. Una de las paredes azul clara estaba completamente ocupada por un ventanal, y había otras dos ventanas más, y un amplio balcón de granito veis con cortinas blancas y sedosas. La habitación tenía incorporado un baño precioso.
- Pasa.- invitó la joven.- Quítate esto, estás empapado. Espera, ¿quieres bañarte?
- ¿Ba-bañarme?- Michael estaba desconcertado de nuevo. Realmente, Blanca le sorprendía. No alcanzaba a comprender dónde podía bañarse. ¿Había allí acaso un lago, o algo parecido?
-Sí. Bañarte en la bañera, con agua caliente, sales para que te relajes y burbujas. ¿Te apetece?
-Yo… Vale, gracias… Aunque nunca me he bañado en una…
-¿Te gustaría probar? Es realmente muy relajante.
- Bueno, vale… Muchas gracias…
- Bien. Espera, voy a preparar el agua.
- Vale… Gracias.- balbuceó él. Y, mientras Blanca llenaba la bañera, Michael examinó todos los libros y dibujos que había. La joven era, al parecer, una hábil dibujante, y tenía toda clase de libros. El arpa-yinn leyó sus títulos con curiosidad. Nunca había leído un libro humano, pero sabía leer en español y en cientos de lenguajes diferentes.

Luego, Blanca le avisó de que el agua estaba lista.
El arpa-yinn entró al cuarto de baño. Las paredes eran de gres hite azul, y el lavabo de piedra. Había un gran espejo. El arpa-yinn observó un largo rato su propia imagen. Era la primera vez en su vida que se miraba a un espejo y no estaba acostumbrado. A veces, se veía reflejado en el agua, pero nunca había visto una imagen suya tan clara.
Curioso, se observó de arriba a abajo. No tenía vello en el cuerpo, únicamente en la cabeza y en la cara. A los arpa-yinn, sólo les salía pelo en el cráneo, en las pestañas y en las cejas. Su piel, perfectamente suave y lisa (aunque algo descuidada por esta última temporada) era color café, y sus ojos grandes, profundos y color chocolate, con pestañas largas. Su nariz no era chata del todo, pero un poco sí, y sus negros ricitos, ya formando una melena, adornaban su hermoso rostro.
Michael, reparó con tristeza en las heridas que tenía en la espalda… Nunca las había visto tan claramente. Se estremeció, deseando poder verse reflejado con sus preciosas alas blancas, grandes y de suaves plumas. Suspiró y se dio la vuelta.
La bañera era ancha y grande, también de gres hite. Michael se quitó la ropa, la colocó sobre un radiador para que se secase, y se sumergió placenteramente en el agua, cálida y cristalina. Nunca se había bañado con agua caliente. Al principio le quemó un tanto, pero luego le resultó muy agradable. La espuma le llegaba hasta el cuello, y le acariciaba suavemente, produciéndole cosquilleos. Las burbujas volaban por toda la habitación. Suspiró ante esa placentera situación. Michael notó las sales de baño en el agua, que hidrataron su piel y abrieron sus poros. Involuntariamente, relajó todo su cuerpo, tenso hasta entonces, y apoyó la cabeza en un borde de la bañera, cerrando los ojos y relajándose completamente. Hacía mucho que no se sentía tan tranquilo y tan bien. Envió un pensamiento de sincero agradecimiento para Blanca.
El sueño le invadió repentinamente, y, sin poder pensar más, se durmió con dulzura sobre el borde de la bañera.

-         ¡Michael!- escuchó el joven que le llamaba Blanca. Abrió los ojos y se incorporó, algo sobresaltado. Ella, asomando la cabeza por la puerta, sonrió, visiblemente aliviada.
-         Me has asustado. No salías, y…
-         Lo siento, me… me he dormido. Aquí se está tan bien…- volvió a recostarse sobre el borde de la bañera, preocupándose en silencio y disimuladamente de cubrir su cuerpo con la espuma que quedaba. Blanca rió ante su gesto y sus palabras.
-         Si quieres dormir, mejor en la cama. Cuando quieras, sal y ven a acostarte.- Michael se sonrojó, con timidez.
-         ¿No… no te importaría?
-         ¡Cómo iba a importarme!- rió ella. El arpa-yinn bajó la mirada.
-         Muchísimas gracias por todo lo que estás haciendo por mí.- murmuró.- En cuanto tenga la mínima oportunidad de agradecértelo…
-         No te preocupes. Además, se lo prometí a Randy, ¿recuerdas?- sonrió la joven, y salió del baño cerrando la puerta tras de sí, para dejar intimidad a Michael. Él pensó que ella era encantadora. Se dio cuenta de que se había ruborizado notablemente, y se regañó interiormente por ello.
Salió un poco a regañadientes de la bañera, tomó una toalla grande y de tacto suave y se secó, disfrutando de cada segundo. ¿Hacía cuánto que no se sentía tan tranquilo y tan bien? Luego, cogió un bote de aceite hidratante que Blanca le había dejado y se dio por todo el cuerpo. Tenía la piel muy seca y castigada, pero la sintió ahora más fresca. Su piel color chocolate brillaba. Se vistió con su ropa, ya seca, se secó los rizos con la toalla y salió del baño, alegre y como nuevo.
-         ¿Mejor?- preguntó Blanca con una sonrisa. Estaba leyendo, tumbada en la cama, vestida con un camisón blanco.
-         Muchísimo.- él le devolvió la sonrisa. -¿Qué lees?
-         Son poemas. Me encantan, y estos son preciosos.
-         ¿Puedo leerlos yo también?
-         Por supuesto. Túmbate, si quieres, y te leeré hasta que te duermas.- ofreció Blanca. Michael sonrió, entusiasmado y asombrado.
-         ¿De verdad harías eso?- Blanca rió.
-         Claro.- y abrió la gran cama. Invitó al arpa-yinn a tumbarse, y él lo hizo, sonriendo. Se relajó en un lado de la cama. La almohada era muy suave y blandita, igual que el colchón. El joven sintió como Blanca lo arropaba con dulzura, con las sábanas ligeras pero cálidas, y le acariciaba la mejilla. Michael cerró los ojos, completamente relajado, y feliz. Aquella sensación era incluso más placentera que la del baño; una sensación de descanso, de paz, de seguridad… de amor. Nunca había estado tumbado en una cama, y era algo nuevo y maravilloso para él. Y Blanca…
La joven comenzó a leer en voz alta un poema de amor, en el que dos amantes se reencontraban después de mucho tiempo separados. Su voz era suave y dulce, melodiosa. A Michael le pareció la voz más bonita que había escuchado nunca.
El poema era precioso. El arpa-yinn sintió una sensación dulce, y en ese momento fue arrastrado suavemente por el sueño. Dejó de ver, de oler y de sentir… pero siguió oyendo a Blanca. Acompasó su respiración, dejó de pensar… y se durmió con una sonrisa de amor en los labios.




viernes, 17 de junio de 2011

Capítulo V: Randy

Dan traía detrás suyo a un niño de unos siete años, muy parecido a Michael, con la piel oscura, cabellos rizados y ojos soñadores, grandes y almendrados. El pequeño tenía unas bonitas y brillantes alas blancas, de plumas, que se ajustaban a su tamaño.
-         ¡¡Michael!!- llamó el niño, con voz suplicante. Estaba muy asustado.
-         ¡Randy!- gritó él, exaltado. Se incorporó deprisa y corrió hacia él. Dan se quitó del medio.
-         Randy, Randy…- murmuró Michael. Ambos arpa-yinn se fundieron en un cálido abrazo.- Oh, Randy, tú no, por favor, tú no…- el joven apretó los dientes. La sangre le hervía. No recordaba haber estado tan furioso nunca. Su punto más débil era, sin duda, su familia. Y dentro de este sector, su hermanito Randy. Cómo le quería… Al nacer el pequeño, Michael se había prometido protegerle, aunque esto le costase su vida. Sentía un cariño especial hacia él. Era tan tierno, tan lindo, tan dulce… Michael lo daría todo por él.
¿Cómo se atrevía Dan a capturarle? ¿Acaso no le bastaba con él mismo? ¿Tenía que tomar a un niño indefenso y pequeño? Qué cobarde, pensó Michael.

-         Michael… te echábamos muchísimo de menos… Jackie decía que tal vez habías muerto, pero yo sabía que no, ¿sabes?- el niño tenía también una voz preciosa y aguda. Abrazaba con fuerza al joven, temblando. Blanca observaba la escena, aún arrodillada. Percibía la rabia de Michael. El joven no dijo nada, metido en sus propios pensamientos, incapaz de hablar sin expresar su ira. Respirando profundamente, estrechó con fuerza a su hermanito.
-         ¡¡¡Michael!!!- se alarmó de pronto el niño, poniendo cara de miedo y horror.- ¡¡ ¿Y tus alas?!- el silencio del joven respondió a Randy de nuevo. Esta vez, Michael bajó la mirada, apesadumbrado. Su hermanito colocó sus manos en la espalda de Michael, donde habrían de estar sus alas. Palpó las cicatrices, y Michael se estremeció de dolor. Randy retiró la mano, asustado y horrorizado.
Entonces, Dan se interpuso entre ambos arpa-yinn, y separó violentamente al niño del cuerpo de Michael. Randy intentó inútilmente aferrarse a la cadera de su hermano mayor, que se encaró al comerciante.
      - Suelte a mi hermano.- casi exigió, con brusquedad. Luego cambió un poco el tono, dándose cuenta de su error.- Por favor. Déjele ir… Yo…
-         Está bien, está bien.- Dan le interrumpió sin prestarle atención, y después, increíblemente, se dirigió a Blanca.- Querida, estarás algo perdida. Randy es otro arpa-yinn, hermano de siete años de tu apreciado Michael. Ronald lo encontró buscando a su hermano en un bosque cercano a su hogar, lo cogió y me lo trajo... Fue algo fácil. Además ahora ya sabemos exactamente dónde están todos los arpa-yinn… Serán nuestros, los tenemos acorralados.- se mofó. Michael abrió mucho los ojos, horrorizado. Un escalofrío recorrió su espalda. Era terrible, terrible. No podían capturar a toda su familia. Dejó escapar una lágrima de rabia y otra de cariño hacia su hermanito, que había partido a buscarle. Intentó cogerle en brazos, pero Dan seguía interponiéndose entre los dos.
-         Déjele ir a él.- rogó Michael, humildemente, tragándose su rabia con cierta dificultad.- Por favor. Yo me quedaré aquí, pero déjele irse a él.
-         ¿Por qué debería hacerlo?
-         Es sólo un niño, señor. Tiene siete años… No puede hacerle eso a un niño pequeño… Por favor, intente entenderlo. Haré lo que quiera si deja a mi familia en paz. Haré lo que me diga.- prometió, controlando como pudo la ira y el llanto. Dan meditó unos instantes, considerando sus posibilidades, y luego sonrió.
-         De acuerdo. Él se marchará, y toda tu familia quedará a salvo, pero tú tendrás que permanecer aquí, en mi jardín… Hasta que yo mismo te entregue la libertad. No podrás hacer intentos de escapar y estarás completamente a mi servicio. ¿Te parece bien?- sugirió. Michael suspiró, anhelante, pero dijo con los ojos cerrados:
-         Sí, señor.- Sabía que acababa de condenarse a la esclavitud eterna, y que en aquel momento estaba renunciando a vivir libremente, ya que Dan nunca le liberaría. Pero por Randy y por su familia haría eso… y mucho más.
Randy se aferró a la cadera de su hermano, si que Dan pudiese retenerle. Tampoco lo intentó demasiado. Dejó que el niño abrazase a su hermano, llorando.
-         ¡No! ¡No hagas eso, Michael!- chilló, pero su él sonrió, resignado. Dan le tendió su mano, y ambos se las estrecharon. Una luz viscosa y dorada mantuvo unidas sus manos unos instantes, y luego dejó una pequeña marca en la muñeca de cada uno, que fue borrándose durante los siguientes segundos. Blanca reconoció la marca del Juramento. Dan la miró, esperando algo. Ella, sabiendo lo que tenía que hacer, asintió, se acercó a la escena y dijo:
-         Soy testigo del Juramento.- Dan sonrió, satisfecho, y se alejó un tanto del arpa-yinn. Michael, visiblemente afligido, con Randy aferrado a su cadera, miró tristemente a Blanca. Ella le abrazó y le acarició los ricitos, susurrándole palabras reconfortantes al oído. Luego se separaron, y la joven compartió una intensa mirada con Randy (que tenía los ojos húmedos), y Blanca le acarició con ternura el rostro. ¡Qué lindo era el pequeño!
-         Gracias por cuidar de Michael.- murmuró su hermano, entre sollozos. La joven le sonrió.
-         No te preocupes, Randy. Le haré lo mejor que pueda.- prometió. Michael sonrió tímidamente, y los tres se fundieron en un cálido abrazo.
-         El niño tiene que marcharse ya.- dijo el tío Dan, observando que el control de la escena se le escapaba de las manos.
Los tres suspiraron. Michael y Randy se miraron profundamente un largo rato. El pequeño lloraba en silencio, sin poder creer lo que estaba pasando. Michael, ¡era Michael quien se estaba condenando a ser un esclavo el resto de su vida, y a aislarse de todos sus seres queridos! Sí, era Michael, su querido Michael, quien solía contarle cuentos, cantarle canciones, ayudarle a volar y jugar con él. Admiró más que nunca a su hermano; qué valiente era, qué amable era, qué dulce era, qué fuerte era, qué perfecto era. No, no podía creerlo. Su hermano mayor no podía estar haciendo eso.
Sacándole de sus pensamientos y haciéndole reaccionar, Michael se agachó, y ambos se abrazaron.
-         No dejaré que esto pase, Michael. No te dejaré. ¿No te das cuenta de que te tendrás que quedar aquí para siempre? ¡No serás feliz!- murmuró Randy, horrorizado.
-         Es lo correcto, Randy. Si no, todos estaréis en peligro. Valen más cincuenta vidas que una…- replicó Michael, con melancolía.
-         No es justo… Deja que me quede yo, Michael. Sólo tengo siete años.
-         No, Randy, no. Precisamente porque tienes siete años, aún te queda mucha vida por delante. Experiencias que vivir, aventuras que correr. Aún eres demasiado joven para esto, mi vida. Lo que no sería justo es que ahora todos los demás (mamá, papá, nuestros hermanos y hermanas…) tengan que ser cautivos sólo porque yo no quiera serlo, ¿entiendes?
-         Tú no eres mucho mayor que yo…
-         Pero un poco sí, ¿no?- sonrió Michael, con amargura. Blanca observaba la escena, intentando quedarse un poco al margen para dejarles intimidad, pero Dan escuchaba todo con avidez, pareciendo disfrutar del momento.
-         ¿Y… y quien me contará cuentos, Michael? ¿Y quién me cantará con una voz como la tuya? ¡No, Michael, por favor, no! Acabo de encontrarte y tengo que condenarte…- sollozó Randy, al borde del llanto. No quería dejar allí a Michael por nada del mundo. Pero su hermano parecía muy convencido.
-         Randy, Randy, pequeño mío, sabes que siempre estaré contigo, aunque no sea físicamente. Lo sabes, ¿verdad?
-         Si no es físicamente no vale, Michael.- protestó él. Michael soltó una risita. Dan, creyendo que la situación se le volvía a escapar de las manos, se puso en medio de ambos, severo.
-         He dicho que el niño tiene que marcharse ya.- dijo, con dureza. Randy subió la vista hacia él, totalmente aterrorizado. Sus ojos mostraban mucho miedo.
-         Señor…- musitó, con su vocecita aguda de niño.- Señor, por favor… No le haga daño a Michael… Por favor, señor… No lo haga sufrir…- su tono era humilde y suave, y sus ojos inocentes y dulces, preocupados. Pero Dan no se dejó ablandar, y le miró con una expresión burlona.
-         Yo haré con tu querido hermanito lo que me convenga y lo que me dé la gana.- respondió, exhibiendo su horrible dentadura. El rostro de Michael se ensombreció, y Randy tembló de miedo. Iba a decir algo, pero Dan se le adelantó:
-         Y si no desapareces ahora, mismo, mataré a Michael en este mismo momento.- amenazó. Los ojos de Randy se llenaron de lágrimas, y se volvió hacia su hermano, muy asustado.
-         ¡No! No quiero esto, no puedo permitirlo... Michael, no te dejaré.
-         Randy, debes hacerlo.- ordenó Michael en un tono más serio, pero suavemente.- Tienes que irte, enanito saltarín. Ahora.
-         Te echaré de menos todos los días y todas las noches, Michael.- sollozó el niño.- Te quiero mucho, Michael. No nos dejes... ¿Qué haré sin ti, Michael?- y dejó escapar un sollozo. Acarició disimuladamente las heridas de la espalda de su hermano, con mucho cuidado, curioso y horrorizado. No podía creer que su querido Michael fuese a dejarle, y que él se viese obligado a abandonarle en aquellas penosas condiciones.
-         Es lo mejor.- sonrió su hermano, con ternura. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Una de ellas resbaló por la mejilla del arpa-yinn, y él se apresuró a detenerla. Randy no debía verle llorar.- Diles a todos que estoy bien, que les quiero mucho y que no os olvido…- se le quebró la voz.- Y ten cuidado. Yo también te quiero, Randy.- y dicho esto, le besó el la frente, se incorporó y susurró a su hermanito:- Márchate, pequeño. Algún día volveré, te lo prometo.- él lloró en silencio, pero batió las alas, y, saliendo por la ventana, se perdió en el horizonte, volando tan rápido como podía. Michael apartó el rostro para llorar. Blanca se acercó a él entonces, y le abrazó con ternura. Ambos juntaron sus cuerpos tanto que parecieron uno. Randy se volvió en ese momento, y se quedó más tranquilo al comprobar que su hermano no estaba del todo solo.




sábado, 11 de junio de 2011

Capítulo IV: Crueldad Humana

En aquel momento, una mujer madura y rechoncha irrumpió en la escena. Su cabello desdeñado y pelirrojo estaba recogido en una larga trenza. Y sus ojos eran negros y bondadosos. No llevaba la ropa muy limpia, como criada que era.
-         Niña.- se extrañó la mujer.- ¿Qué haces aquí?
-         Hola, Tina, buenos días.- saludó Blanca. En ese momento, Michael levantó la cabeza, con lágrimas en el rostro al recordar su antigua vida. Tina abrió mucho los ojos.
-         Un… ¡un arpa-yinn! No puede ser…- y se acercó.- ¿Cómo te llamas, hijo?
-         Michael.- respondió él obedientemente, como un niño bueno.
-         Oh… Bueno, hola. Yo soy Tina, sirvienta de Dan.- hizo un mohín de asco, y Blanca rió por lo bajo.
-         Encantado.
-         Lo mismo digo. Pero, ¿no te han traído compañero ni compañera?- preguntó alarmada, mirando alrededor, y Michael negó, con una sonrisa amarga.- Dios  mío.
-         ¿Qué?- preguntó Blanca, mirando a uno y a otro.
-         Que los arpa-yinn aborrecen la soledad. La temen. Algunos incluso mueren de pena si están solos.- y la joven se estremeció. Michael bajó la cabeza.
-         Odio a Ronald. Y también a mi tío.- comentó, furiosa. ¿Por qué eran tan crueles? ¿Por qué no pensaban que todas las criaturas tenían una vida, unos sentimientos y una personalidad que él destrozaba? No era justo, no.
-         Es un tipo asqueroso.- Tina le dio la razón. Michael no dijo nada. Miraba al horizonte.
-         No estés triste, precioso. Te encontraremos un hueco entre los que somos felices aquí, más o menos.- prometió Tina. Él asintió.
-         Gracias.- dijo, aunque sin mucha alegría ni convicción.
-         Te he traído algo de comer… estarás hambriento.- anunció Tina, con amabilidad. Michael medio sonrió.
-         Sí, gracias.- la sirvienta depositó frente a él un plato sucio en el que había dos sardinas, una costilla reseca y alas de pollo sin brillo, sin ninguna salsa.
Michael se sintió enormemente mal. No quería ser escrupuloso ni herir los sentimientos de nadie, pero él era vegetariano.
-         ¿Qué ocurre?- preguntó Tina, al ver que titubeaba y miraba la comida con reparos.
-         Yo… soy… soy vegetariano…
-         Oh… Lo siento. La mayoría de los seres que vivís aquí lo sois… Pero a Dan le da igual… ¿De qué suele alimentarse tu raza?
-         De fruta.- respondió Michael. La sirvienta se encogió de hombros.
-         Lo siento.- se disculpó de nuevo.- Intentaré no traerte carne ni pescado… pero me será difícil.
-         Muchas gracias.
-         ¿No quieres comerte esto?
-         No, gracias. Si puedes dárselo a alguien que pueda apreciarlo más que yo…

Un hombre de unos 35 años, moreno y con la piel curtida se aproximó a los tres en aquel momento. Vestía ropas de jardín, y tenía el pelo grasiento.
-         Arpa-yinn.- le dijo a Michael, con sequedad.- Tu amo quiere verte. Acompáñame.- le ordenó. El joven asintió, dócilmente. Blanca y él se levantaron, y Tina se marchó. La pareja siguió a aquel hombre, que les condujo dentro de la lujosa casa de Dan. Michael nunca había visto nada así, y se detenía a observar cada cuadro, cada estatua y cada jarrón, cada puerta, cada alfombra y cada mueble. El sirviente le ordenaba que le siguiese.
Michael tropezó unas cuantas veces; no estaba acostumbrado a andar. Blanca le sujetaba, y acabó agarrándole del brazo, para que no cayese.
El tío Dan estaba sentado en un sofá, frente a un balcón.
-         Señor, aquí está el arpa-yinn.- informó el criado, haciendo una ligera reverencia. El tío Dan se volvió y sonrió, complacido.
-         Gracias, Peter. Retírate.- y el criado se marchó. Dan se levantó y se dirigió a Michael, ignorando por completo a su sobrina.
-         Bienvenido, Michael. Siento que hayas tenido que esperar tanto para reunirte conmigo, he estado ocupado.- le dijo como presentación, amigablemente.- Ahora perteneces a mi bosque de reservas, como ya sabrás. Bien, antes de nada, quiero que sepas que hay unas normas que debes respetar: no salgas del bosque sin permiso, no uses la violencia contra nadie, no te metas en el estanque y no comas frutas de los árboles, ya que son venenosas. ¿Está claro?
-         Sí, señor.
-         Bien. Soy consciente de que tienes inmensos poderes, pero te has visto privado de algunos de ellos al sufrir mutilación y debilidad. ¿Correcto?
-         Sí, señor.
-         Ahora, quiero al menos que cantes una canción para mí.-ordenó el tío Dan, caprichoso. Michael se ruborizó.
-         ¿Qué… qué tipo de canción quiere, señor?
-         La mejor.- fue la respuesta. Visiblemente incómodo, el arpa-yinn se aclaró suavemente la garganta, y entonó una breve y preciosa canción en inglés, una canción suave y melodiosa, que incluso sin ningún instrumento sonaba perfecta. A través de la ventana abierta, algunos pajarillos revolotearon cerca de allí al oír la melodiosa voz del arpa-yinn, y la corearon con píos. Un grupito de hadas también se detuvo en el aire a escuchar, y bajo el balcón se reunió una multitud de criaturas que disfrutaban con una sonrisa de aquella hermosa canción. Cualquiera hubiese dicho que era un ángel quien la interpretaba. Michael cantaba con los ojos cerrados y poniendo toda su alma en la balada. Estaba algo sonrojado, pero se le veía feliz. Se notaba que le encantaba cantar.
Cuando la voz de Michael se extinguió, todos quedaron maravillados. El arpa-yinn abrió los ojos poquito a poco, volviendo a la realidad, y mantuvo la mirada baja. Las criaturas que escuchaban fueron alejándose una a una, todas con una sonrisa.
-         Muy bien, arpa-yinn, muy bien.- alabó Dan, rompiendo el silencio.
-         Gracias, señor.- respondió el joven. El comerciante pareció tener una idea de pronto. Sonrió.
-         ¿Sabes cocinar, Michael?- preguntó entonces.
-         Podría probar, señor.
-         Acompáñame pues.- ordenó, y los tres se dirigieron a la cocina, unos pisos más abajo. Cuando estuvieron cerca, un delicioso olor a tortilla les llegó, y a Michael se le revolvieron las tripas. Tenía tanta hambre…
-         Entra.- masculló Dan, abriendo la blanca puerta. El joven intentó ignorar su voraz apetito y pasó a la sala.

La cocina estaba formada por varios poyetes con tablas y cuchillos, y una gran cocina con fogones eléctricos. Una mujer con el pelo negro y corto guisaba algo, vestida con un delantal algo manchado. Se volvió al oírles.
-         Hola, Rosa, querida. Venimos de visita.- dijo Dan con tono dulce. La cocinera podría ser hermosa si su rostro no se mostrase malhumorado y tosco, con una ligera mueca de asco.
-         Un placer veros.- respondió, con palabras vacías.
-         Mira, Rosa, este es Michael. Vamos a ver si sabe algo o no.- y ella examinó al arpa-yinn de arriba a abajo, sin sorprenderse por su raza.- ¿Nos ayudas?- inquirió Dan. Ella se encogió de hombros.
-         Veremos. Haber, tú.- se dirigió a Michael. -¿Sabes guisar o freír?
-         No.- fue la respuesta.
-         ¿Pelar, batir, hornear…?
-         Nunca he cocinado nada.- admitió con suavidad Michael. Rosa resopló, poniendo los ojos en blanco.
-         Pues entonces…- dijo, con desgana.
-         Pero estoy seguro de que si pruebo a hacer algo podría salir rico.- sugirió humilde y dócilmente Michael. A la cocinera aquello pareció divertirle.
-         Oh, está bien. Ocúpate del postre, pues.- accedió, mofándose. Dan tomó una silla y se sentó a observar, interesado. Rosa miraba descaradamente al arpa-yinn, y Blanca, de pie en un rincón, estaba segura de que conseguiría hacer algo.

Michael fue a la despensa, que distinguió por el montón de comida que allí había. Se le hizo la boca agua, pero no dijo nada.
Después de examinar todos los alimentos que allí había, tomó varias piezas de fruta. Volvió a la cocina, las colocó encima de una tabla que encontró, las peló (se hirió varias veces los dedos, aunque no protestó) y las cortó en trocitos. Al terminar tenía nuevas heridas en las manos, pero parecía no notarlo.
-         ¿Dónde puedo encontrar una fuente para esto?- le preguntó con dulzura a Rosa. Ella señaló de mala gana un armario, y el joven tomó una. Luego, fue a la nevera y buscó zumo. Echó un poquito encima de la fruta, con cuidado, y luego puso dos uvas como adorno.
-         ¿Esto le sirve?- le preguntó a Dan, humildemente. Él negó con la cabeza.
-         No. Quiero algo más elaborado.- exigió. A Blanca no se le escapó el discreto suspiro resignado y decepcionado del arpa-yinn.

Michael pasó unas decenas de minutos más cocinando, hasta que al final acabó algún tipo de tarta. Tanto Dan como Blanca como Rosa (aunque ella lo ocultaba) estaban fascinados. El arpa-yinn nunca había cocinado nada, pero su capacidad para realizar las cosas perfectamente era muy efectiva.
Dan se acercó a la tarta que Michael había preparado, e introdujo un dedo en ella, llevándoselo a la boca. Estaba deliciosa y en su punto.
-         Está bien, Michael, está muy bien.
-         Gracias, señor.
-         Vale. Ahora, volvamos a mi estudio. Tengo más cosas que pedirte.- y los tres dejaron a Rosa sola, más malhumorada aún que antes.

-          Ahora, vas a hacerme otra demostración.-  pidió Dan, una vez allí.- Quiero que atraigas a un colibrí de esos del jardín aquí, dentro de esta jaula, para que sus plumas adornen el postre que acabas de cocinar.- y señaló una preciosa y amplia jaula de oro.
-         Pero, señor…- Michael palideció. No quería hacer eso. Sería traicionar a un ser lindo e inocente, que además seguramente le habría ayudado. Tenderle una trampa. Estaba a costa de su naturaleza.- Señor, no puedo hacer eso…
-         Si no lo haces, será tu sangre el postre, y estará aún así adornado con plumas de colibrí. ¿Qué prefieres?- Michael bajó la cabeza, apenado, y sintiéndose muy culpable. Luego, imitó a la perfección el canto de un diminuto colibrí. Otro canto le respondió desde el jardín, cerca del balcón. Michael siguió piando, hasta que un bonito y diminuto colibrí entró por la ventana y se dirigió al arpa-yinn, cantando alegremente.
Pero nunca llegó hasta Michael. Una jaula cayó justo encima de él, que pió desesperado, pidiendo ayuda. Sólo durante unos segundos, ya que luego un dardo envenenado, que venía de la mano de Dan, lo silenció para siempre.
Michael sollozó y se dio la vuelta. Acababa de matar a su amigo. Aquel era el colibrí que había ido a recibirle y que había pasado toda su primera noche con él, tranquilizándole y haciéndole compañía. Hasta el joven se había atrevido a ponerle “Colorines” de nombre.
Michael lloró como si fuese un niño pequeño. Su llanto era suave y puro, y a Blanca le recordó a la lluvia.
Se cubrió el rostro con las manos, sintiéndose un traidor. Blanca le pasó un brazo por los hombros, para consolarle.
-         No llores, arpa-yinn.- dijo fríamente Dan - La sensibilidad no es buena.
-         Era… era mi amigo… Le he engañado…- se lamentó él.
-         He dicho que dejes de llorar. Ahora, quiero que des con la solución de todo lo que yo te plantee.- ordenó el tío Dan, y le citó a Michael acertijos, problemas y cuentas de matemáticas y enunciados de lógica. Él, aún entre lágrimas, adivinaba la solución correcta con una rapidez impresionable.
-         Formidable.- se admiró el tío Dan, visiblemente satisfecho. Pero aún quería ver más.
-         Enséñame ahora las heridas de tu espalda.- le dijo al arpa-yinn. Él titubeó unos instantes, pero luego se acercó un poco más a Dan y le mostró su espalda herida.
-         Bien.- sonrió el propietario, y rozó con las yemas de los dedos el lugar herido donde debían de estar las alas de Michael. Él se estremeció y gimió ligeramente.
-         ¿Te duele?- preguntó Dan. El joven asintió tímidamente.
-         Están mejor que cuando llegaste. Mucho mejor.- notó el hombre, y el arpa-yinn asintió.
-         ¿Quién te las ha curado, arpa-yinn? Estas heridas han sido sanadas por alguien. Contesta, que le mataré. Advertí a todos que no se acercasen a ti hasta hoy. Dime quien te ha ayudado.
-         Yo… Nadie, señor… Nadie.- mintió Michael, mientras la sangre se le helaba en las venas.
-         Dime la verdad, arpa-yinn.
-         Se… se la he dicho, señor.
-         ¿De qué conocías a éste colibrí, pues?
-         Yo… Esta mañana él me… me advirtió que las frutas del jardín estaban envenenadas cuando… fui a probarlas, señor…- inventó Michael, visiblemente nervioso, tartamudeando. Era muy malo para mentir, cosa que Blanca consideró una buena señal. No estaba acostumbrado a engañar a nadie.
Dan miró a Michael con desconfianza, dudoso. Era evidente que no le creía.
-         Me estás engañando.
-         No, señor. Le estoy diciendo la verdad. Ya sabe usted que mi capacidad curativa está desarrollada.- el tío Dan observó a Michael con el ceño fruncido, pero al final desistió a seguir con aquel estúpido diálogo, sabiendo que Michael jamás le confesaría la verdad. Pasó del tema, pero una cruel sonrisa se pintó entonces en sus labios.

-         Espera aquí, arpa-yinn. Ahora vuelvo.- ordenó, y se marchó por una puerta cercana a la ventana, sin indicar dónde iba realmente. En cuanto cerró la puerta tras de sí, Michael se precipitó sobre el inerte cuerpo del colibrí. Tomó al animalillo en sus manos, con delicadeza, y lo envolvió en una luz blanca que salió de ellas. Blanca había aprendido que aquella energía era sanadora.
Pasados unos instantes, las alitas del colibrí zumbaron y el pájaro se movió, abrió los ojos y alzó el vuelo. Michael y él se miraron uno largo rato, como hablándose con la mirada. Luego, Michael sonrió ligeramente, con una sonrisa encantadora y adorable, y el colibrí pió felizmente y se marchó volando por el balcón.
El arpa-yinn se quedó sentado en el suelo, jadeando suavemente. Revivir al colibrí le había costado bastante de su energía vital, pero había merecido la pena. El joven mantenía la sonrisa feliz en su rostro, satisfecho de haber ayudado a su amigo y enmendado su error.
Blanca se arrodilló junto a Michael y le sonrió, admirada. Pero, en aquel instante, la magia que empezaba a crearse se esfumó.
-         Mira a quién te he traído, arpa-yinn.- dijo de pronto Dan gravemente detrás de la pareja, sobresaltando a Michael, que se dio la vuelta. Sus ojos parecieron abrirse a más no poder, apretó los puños y los dientes, espantado y visiblemente enfadado.



miércoles, 8 de junio de 2011

Capítulo III: La Vida Más Pura

Aquí os dejo el capítulo III, especialmente para Adia... Es bastante largo! Espero que os guste! :)



A la mañana siguiente, Blanca se despertó bastante temprano. Casi sin atención, se puso un vestido azul y se aseó. Había pasado mucho tiempo despierta la noche anterior, cavilando sobre la nueva criatura del jardín divino, e incluso había soñado con él.
Bajó apresuradamente las escaleras, descalza, cogió una rosquilla de la despensa y salió a toda prisa al jardín, masticando aún, esperando sólo ver al arpa-yinn. Temía por él.
Michael estaba sentado al pie de un árbol, con las piernas cruzadas. En su mano se había posado un colibrí, que parecía estar cómodo. Miraba al arpa-yinn, agitando de vez en cuando sus alitas de colorines. Michael lo observaba a su vez, y sonreía ligeramente. Parecía que ambos se entendían, e incluso que disfrutaban de la presencia del otro.
Michael advirtió sobresaltado la presencia de Blanca (que suspiró aliviada cuando le vio bien), y se puso alerta; pero se tranquilizó un tanto al ver que era ella. Se revolvió un poco, un esbozó una sonrisa pequeñita pero dulce.
El joven presentaba mucho mejor aspecto que la tarde anterior, parecía más sereno, alegre y descansado. Blanca se acercó lentamente y se sentó junto a él, sonriendo.
-         Buenos días.- saludó.
-         Hola.- respondió él, con timidez, algo incómodo por su presencia. Le intimidaba. El colibrí salió volando, y el arpa-yinn le observó marchar.
-         Te has levantado pronto.- le dijo Blanca.
-         Es costumbre de mi raza acostarnos con el crepúsculo y levantarnos al alba.- o bien Michael era alguien de pocas palabras, o era tímido o aún no confiaba en ella. Pero realmente dijo aquello para que Blanca no se diese cuenta de que apenas había dormido, aunque tenía mejor aspecto. Los demás seres del jardín habían hecho un gran trabajo, y le habían ayudado bastante; sus heridas estaban notablemente mejor.
Blanca, al notar la tensión, pensó que tal vez debía dejar al joven solo, ya que él parecía algo incómodo con su presencia, y se levantó, con cierta vergüenza.
      - Bueno… Adiós, luego nos vemos.- dijo de pronto. Michael la miró incorporarse y atusarse el vestido. De pronto, la retuvo, cogiéndola de la mano.
-         Espera… no te vayas.- pidió. Ella le miró, extrañada. Aquel chico era una caja de sorpresas. El joven suspiró y bajó la mirada.- Lo siento… Es que… bueno, no… no estoy acostumbrado a tratar con seres diferentes a mí… pero no quiero que te vayas… Me…- se ruborizó notablemente.-… me gusta tu compañía.- Blanca sonrió ampliamente.
-         Está bien.- y se volvió a sentar de nuevo a su lado, sonriendo. Michael pareció complacido, aunque no dijo nada. Miraba a unas hadas que revoloteaban junto a sus manos, con timidez. Blanca, también en silencio, le miraba a él, con disimulo. Un hada niña que había nacido aquella mañana (pero que ya tenía, más o menos, diez años) murmuró algo en un idioma misterioso y musical, desconocido para la joven. Michael respondió brevemente y bajito, también en ese idioma. Sus palabras parecían aún más hermosas en aquella lengua. Blanca observaba atentamente la escena, sin entender.
-         ¿Qué… qué dicen?- se atrevió a preguntar.
-         Me preguntan que dónde están mis alas.- respondió él, con timidez, mirando al suelo. Ella se sintió incómoda, y Michael suspiró, anhelante.
-         ¿Puedo preguntarte que qué pasó con ellas?- inquirió Blanca, despacito, con vergüenza. Era muy curiosa. Al instante se arrepintió de haberlo hecho, pero ya era tarde. Michael bajó la cabeza, apesadumbrado, pero empezó a relatar, en voz baja y suave:
-         Un coleccionista… una vez, un coleccionista, encontró nuestra casa, y capturó a mi hermana pequeña. Y yo estaba con ella. Y, no sé… tal vez, como yo era mayor… no sé, me dijo que la liberaría si ocupaba yo su lugar…
-         Y aceptaste.- casi afirmó Blanca, y el arpa-yinn asintió.
-         Acepté. Ella es una niña, es tan pequeña… Y yo, bueno… Entonces, me llevó a una cueva, en el bosque… Y me encadenó a la pared. Luego…- Michael hizo una pausa, y explicó.- Está bien, para cortarle las alas a un arpa-yinn, el método menos… doloroso… es aplicarles agua de lavanda, y luego jugo de rosas… Es como… como una anestesia, ¿sabes? Y luego las cortas con un filo de oro o de plata… Y, ya cortadas, le lavan las heridas con agua salada y cálida… Pero aún así duele muchísimo, ¿sabes? Y es algo totalmente cruel… Los arpa-yinn apenas andamos… Pasamos casi todo el tiempo volando…- el joven comenzó a retorcerse un rizo, con timidez. No miraba a Blanca a los ojos. Ella reparó en que había visto a Michael andar con cierta torpeza, pero había pensado que era por el cansancio. Después, el joven prosiguió, con suavidad.- Bien, pues él no siguió ninguno de estos métodos… Me encadenó, me… me humilló todo lo que quiso, cogió una… sierra, simplemente, y me… me cortó las alas.- relató, y tragó saliva.
-         ¿Y… te dolió?- se atrevió a cuestionar la joven. Él asintió.
-         Terriblemente. Más que todos los dolores que he experimentado juntos. Y luego… el coleccionista se marchó y me abandonó allí. Recuerdo que sentí la sangre abandonando mi cuerpo, y la infección de las heridas quemándome toda la espalda… Estaba medio inconsciente, pero el dolor seguía allí, ¿sabes? Es lo más horrible que me ha ocurrido nunca… Estuve moribundo…
-         ¿Y… cómo volviste a tu casa?- se hizo el silencio. Michael bajó aún más la cabeza, y luego susurró:
-         Nunca volví… Ronald me encontró allí unos días después. Yo seguía medio inconsciente, y apenas podía moverme. Así que me dio de beber algo asqueroso… pero me sentí mejor, al menos. Luego… me metió en su camioneta y me trajo aquí.
-         Podría haberte llevado a tu casa… Pero no quiso, ¿verdad?- masculló Blanca, apretando los dientes. Michael bajó la cabeza y negó.
-         Se lo pedí… Se lo rogué…- murmuró.- Pero me dio latigazos… Y no, no quiso. Recuerdo que cuando entró a la cueva donde yo estaba… Tuve una chispa de esperanza, y pensé “Por favor, por favor, necesito salir de aquí…” y…- rió, can la sonrisa vacía.- Salí de allí, pero… no como yo habría deseado.- murmuró. Blanca odiaba a Ronald. Interiormente, le maldijo. Era un demonio.
-         Lo siento. Y… ¿cómo te trajo aquí?
-         En su camioneta. Pero apenas recuerdo el viaje…Estaba muy asustado y me dolían las heridas terriblemente. No tenía siquiera fuerzas para cicatrizarme un poco las heridas… Y me mareé. Nunca antes había… viajado en coche, y además me aterraba irme lejos…- contó él. Iba perdiendo la vergüenza poco a poco.- Pero ayer por la noche, descansé mucho, y los habitantes de este lugar estuvieron ayudándome, y… supongo que estoy mejor.- la joven asintió percatándose de que las heridas de su amigo habían mejorado.
-         Me alegro mucho, de verdad.
-         Gracias… ¿Sabes? Cuando Ronald me dijo que me iba a regalar a otro comerciante, yo…- hizo una corta pausa.- Yo me quedé aterrorizado, y me dio mucho miedo… Pero luego te vi, y…- se interrumpió rápidamente. “Modera tu lengua”, se recordó. La joven sonrió, sonrojándose.- Bueno, creo… que esto es mucho mejor… de lo que yo creía…
-         Eso espero. No te preocupes, aquí estarás más o menos bien.- le tranquilizó Blanca, sonriendo. Michael asintió, sin mucha convicción. Se rascó con fuerza todo el torso y se desabrochó los botones de la camisa.
-         Dios mío.- murmuró. –Qué agobio.
-         ¿Por qué?- le preguntó Blanca, confundida.- ¿No te gusta el algodón?
-         ¿El… qué?
-         El algodón. El material del que está hecha tu camisa.
-         Oh, no, no es eso. Es que… no estoy acostumbrado a llevar nada sobre el torso…-confesó. Blanca le miró, asombrada.
-         ¿No?
-         No. Con mis alas, me era imposible ponerme ninguna camisa, o camiseta…
-         Oh, es verdad. ¿Y no pasabas frío en invierno?
-         Donde yo vivo casi siempre hace calor.- dijo él, con una sonrisa encantadora. Entonces, a la joven se le ocurrió algo.
-         Las mujeres arpa-yinn… ¿Llevan camiseta?- inquirió, con cuidado. Michael negó con la cabeza.
-         No. Les pasa lo mismo que a nosotros…
-         Y… ¿no les da vergüenza?- preguntó, asombrada.
-         ¿El qué iba a darles vergüenza?- respondió Michael, inocentemente.
-         Pues… no sé, enseñar sus pechos…- el arpa-yinn soltó una carcajada.
-         No creo.-rió.- Por eso, no entiendo cómo los humanos podéis aguantar con esto puesto todo el día.- Blanca se encogió de hombros.
-         Supongo que somos algo más pudorosos que los arpa-yinn…- Michael sonrió tímidamente, pero no respondió.
-         ¿Cómo es tu casa?- quiso saber Blanca. El arpa-yinn esbozó una encantadora y tímida sonrisa al recordar, y respondió:
-         Es un bosque. Le llamo mi casa, aunque debería decir mi hogar. Es un bonito bosque donde vivimos hadas, animales, duendes, ninfas y arpa-yinn juntos, en armonía. Hay flores de todos los colores, árboles de todos los tipos, seres de todas las razas. Hay una temperatura agradable, y a veces llueve y sale después el arco iris…- No continuó. Michael se estremeció y se cubrió el rostro con las manos.- Pero me temo que ya nunca volveré…- y se le quebró la voz. Tensó todos los músculos para contener el llanto. La joven se compadeció de él. Le habían capturado, torturado, le habían alejado de su familia y amigos y le habían condenado a estar en un paraíso… pero cautivo. ¿De qué servían en el jardín hermosísimo de su tío las flores, los árboles, la hierba, los estanques y la magia de la naturaleza si todo el mundo allí estaba triste y vivía cautivo? Con el sello que grababa el tío Dan en todos los que allí estaban, nadie podía abandonar el jardín. Hasta los pájaros y las mariposas eran prisioneros.




-         Otra cosa.- sonrió Blanca, unas horas después. Seguía hablando animadamente con Michael. Se preguntaban cosas el uno al otro, con curiosidad.- ¿Cómo mides tú el tiempo?
-         Del mismo modo que tú.- contestó Michael. Seguía triste y decaído, pero se iba animando, poco a poco. Le gustaba la compañía de Blanca.- Una hora son 60 segundos, un día son 24 horas, un mes aproximadamente 30 días, un año son 12 meses y 365 días.
-         Entonces, ¿cuántos años tienes?- le preguntó Blanca.
-         Veintiuno, más o menos. ¿Y tú?
-         Dieciséis y ocho meses. Y… ¿cuándo es tu cumpleaños?
-         ¿Mi qué?- Michael se mostró confuso.
-         Tu cumpleaños. El día en el que naciste.- explicó Blanca. Él sonrió.
-         Nosotros no nacemos como vosotros.
-         ¿No?
-         No. Nuestros padres nos crean… con amor.
-         No entiendo…
-         Si ellos sienten amor el uno por el otro, y sentirán amor por el bebé que van a crear, pueden sacar ese amor que sienten y crear a partir de él un bebé.
-         Es maravilloso.- se admiró Blanca.- Entonces, nadie puede obligar a una mujer a tener un hijo…- el rostro del arpa-yinn se crispó en un gesto de horror.
-         Por supuesto que no. Qué cosa tan malvada.
-         En este mundo hay gente que lo hace.
-         ¡Es terrible!
-         Ya lo sé…
-         ¿A ti… te han obligado alguna vez?
-         ¡Por supuesto que no! Es algo… no sé, humillante y doloroso… Y sólo los hombres realmente malvados lo hacen…Espero que no me lo hagan nunca…
-         Yo también lo espero… Siento haberlo preguntado.
-         No te preocupes.- rió ella.- Oye, y… ¿cómo nacéis?
-         Cuando los padres están del todo preparados para que su hijo o hija llegue… Simplemente se arrodillan en una nube a la puesta de sol y le piden al alma del niño que les acompañe en esta vida… Al día siguiente, con el amanecer, el hijo o hija aparece en la nube, como un bebé recién nacido.
-         Qué hermoso.
-         Lo es. Respecto a mi cumpleaños… Creo que no sé la fecha exacta.
-         Mm… Otra pregunta… ¿No sabes andar?- Michael sonrió ligeramente.
-         Andar, andar… sí que sé… Pero verás, en mi raza vivimos en las alturas, ¿sabes? Nuestros nidos están en las copas de los árboles, y cuando bajamos al suelo apenas caminamos, sino que volamos muy bajito… Por eso me cuesta andar… Pero supongo que tendré que acostumbrarme…
-         Es fácil, no te preocupes.- y ambos sonrieron. Permanecieron un rato saboreando el silencio, hasta que la joven le preguntó:
-         ¿Es verdad que los arpa-yinn sois los seres que mejor cantan en este mundo, y que tienen la voz más bonita?- él se encogió de hombros, humildemente.
-         No sé… Nosotros nacemos con unas cuerdas vocales especiales, diferentes a las vuestras, que hacen la voz más aguda, ¿entiendes? Y… nuestro cerebro es capaz de aprender y memorizar cientos de lenguajes diferentes, que nos enseñan en la infancia. Tanto de humanos como de otros seres… Mi madre suele… solía cantarme canciones en diferentes idiomas, y yo me las aprendía todas… Así que ahora me sé unas cuantas… Por eso, aparte de nombres arpa-yinn, algunos de mis hermanos y yo tenemos nombres ingleses… A mi madre le encanta el inglés. A mí también, y me gusta inventar canciones nuevas…
-         ¿Tú solo?- se sorprendió Blanca, fascinada. Michael asintió, tímidamente.
-         Me encanta hablar en inglés.- confesó.- Me parece un idioma muy misterioso y que suena genial. También me encanta el élfico.
-         Yo sólo sé hablar español y francés…- se avergonzó la joven.
-         No hace falta más.- le sonrió él.
-         ¿Me cantarás algún día alguna canción que hayas inventado tú?
-         Si quieres…- respondió él, suavemente, sonrojándose. Blanca sonrió, satisfecha, y cambió de tema.
-         ¿Cuántos hermanos tienes?
-         Diez.
-         ¡¡Diez!! Yo daría lo que fuera por tener uno… Y me conformo.
-         Diez hermanos, veinte primos en total, cinco tíos por parte de mi padre y tres por parte de mi madre… Dos abuelos y cuatro sobrinos.
-         Dios mío… Qué familia tan numerosa…
-         Realmente sí, pero es maravilloso. Vivimos todos como una comunidad, todos nos llevamos bien, nos queremos, nos ayudamos y vivimos en armonía… No puedes imaginar lo maravillosa que era mi vida hasta hace unos días, lo feliz que yo era y lo afortunado que me creía...- Michael tomó aire para decir esta última frase sin que le temblase la voz, y aún así los ojos se le humedecieron. Blanca bajó la mirada y colocó una mano en su rodilla.
-         Aquí te sentirás bien, sólo es cuestión de tiempo…