Todo fue muy rápido y urgente; Lun cogió un cuchillo, y Blanca reunió en una bolsa sus pertenencias más preciadas. No pensaba volver a aquella casa nunca, nunca más.
Muchas de las criaturas les observaban en silencio, deseosas de tener su suerte; aunque no iba a ser libre, al menos Lun iba a salir de allí por un tiempo. Eso era un privilegio.
Ishe se acercó, envuelta en hojas de sauce que se meneaban con el viento. Sonrió con agradecimiento y admiración a Blanca y con respeto a Lun. Luego, se arrodilló junto a Michael y le besó en la pálida frente. Una brisa cálida envolvió el cuerpo del joven, devolviéndole un tanto el color, sin duda obra de la magia de la ninfa. Ishe sonrió al inerte arpa-yinn con cariño y luego, con los ojos llenos de lágrimas, se alejó de allí.
- Tardaremos días si vamos a pie, mucho más de dos días…- inquirió Blanca. Lun sonrió, de buen humor.
- Vamos a pedirle a la náyade maga, Elwen, que me ayude a hacer una puerta tridimensional. Estaremos al instante en el bosque Lapicklázury, donde vive Michael.- y a la joven le pareció una idea excelente. Estaba nerviosa, tenía ganas de ver el hogar de Michael… Sin embargo, también tenía sus temores. ¿Qué pasaría allí? ¿Qué diría de ella la familia de Michael? ¿Qué iba a pasar con Lun? Y, sobre todo, ¿se curaría Michael…?
- ¿Crees que Michael se curará?- preguntó entonces Blanca, preocupada. Lun asintió con la cabeza, con una seguridad sorprendente.
- No tengo la menor duda.
En aquel momento, Elwen surgió de entre la maleza. No había estado presente antes; vivía en un estanque, muy en lo profundo del bosque, y raras veces salía de allí. No le gustaba pisar la tierra. Era realmente muy bella; alta y esbelta, con una melena cobriza, húmeda y rizada que trotaba salvaje por su espalda erguida. Su piel era tersa y bronceada, sus manos y sus pies palmeados, y sus ojos de color azul muy intenso, grandes y hermosos. Llevaba el cuerpo mojado cubierto por un improvisado vestido, aunque Blanca sabía que las náyades solían ir desnudas.
- Lun.- saludó ella, con una inclinación de cabeza. Su voz era algo grave, suave y agradable, algo así como el sonido del agua, con un acento susurrante.
- Elwen.- Lun la saludó cortésmente.- Necesitamos tu ayuda.
- Siempre.- Blanca no entendió si aquel “siempre” se refería a que siempre necesitaban su ayuda, o a que siempre estaba dispuesta a ayudarles.- Queréis que abra la puerta, ¿verdad?
- Por favor.- respondió Lun. Elwen observó a Michael con curiosidad y desolación, y luego a Blanca con la misma curiosidad y con simpatía. Recordó cuando estuvo cerca de morir, nada más llegar, y la pequeña niña que hoy era una chica de 20 años había estado a su lado y la había cuidado, salvándole la vida. Lo cierto era que desde entonces no la había vuelto a ver; se sorprendió de su cambiado aspecto.
- Hola, Blanca.- dijo la náyade. La joven sonrió e inclinó la cabeza.
- Encantada de verte de nuevo, Elwen.- y ella asintió con la cabeza, demostrando su conformidad.
- Cuando quieras, Elwen. Ábrela ahora y yo la volveré abrir cuando tenga que volver.- rogó Lun. La náyade le miró con sus ojos turquesas, detenidamente, muy seria. Lun aguantó la mirada, con gesto de ¿arrepentimiento? Elwen cerró los ojos entonces. Parecía derrotada.
- No lo hagas.- pidió, en un susurro. ¿A que se refería? Se preguntó Blanca. Empezó a inquietarse ante la posibilidad de más problemas.
- No hay otra opción. No quiero seguir.
- Cobarde.- le reprochó la náyade. Blanca se alteró; jamás había visto a nadie referirse al elfo de aquella manera con tanta sencillez y despreocupación… y tampoco había visto nunca una actitud similar del elfo ante aquella situación. Bajó la cabeza y murmuró:
- Lo sé.- Elwen le miró tiernamente, con tristeza, y luego apartó la mirada, sacudiendo la cabeza. Blanca estaba muy confundida, no comprendía nada; pero no tuvo tiempo para intentar comprender. Lun se cargó a Michael sobre los hombros; luego, Elwen dio un paso al frente y alzó las manos hacia arriba. De ellas salió un chorro de luz blanca, que formó en el aire algo así como un portal luminoso.
- Adelante.- invitó Elwen. Blanca dudó unos instantes, pero Lun, con Michael a su espalda y sin titubear, cruzó la puerta, que, aunque parecía más bien inmaterial, resultó ser sólida.
- Allá voy.- susurró Blanca para sí misma. Miró atrás un momento, a aquel paisaje donde había pasado 20 años, que conocía de memoria… Luego fijó la vista al frente y dio un paso hacia el interior del portal, dispuesta a no volver jamás.
La joven sintió que todo daba vueltas a su alrededor, y que un fuerte viento soplaba en torno a ella. No había suelo bajo sus pies, parecía estar dando vueltas volando... Pero aquello no duró mucho. Pocos minutos después, Blanca cayó suavemente contra el suelo, un suelo acolchado por la hierba. Antes de poder abrir los ojos, la joven olió el perfume de la naturaleza, fresco y salvaje, y sintió un rayo de sol posarse suavemente sobre su rostro. Luego respiró hondo y abrió los ojos.
Lun estaba de pie a su lado, mirando alrededor. Michael seguía inconsciente, como si nada hubiese ocurrido. Se hallaban en un luminoso bosque iluminado por la luz anaranjada de la tarde, que ya caía, (¿ya estaba atardeciendo en el bosque arpa-yinn?). La flora consistía mayoritariamente de pinos canarienses, eucaliptos y panginos, que susurraban mecidos por el viento. La vegetación no era demasiado espesa y los árboles no estaban muy juntos, de modo que alguien no tendría mucha dificultad en volar por allí… La hierba era abundante y fina, muy alta, decorada con florecillas de colores. Como Michael siempre decía, hacía una temperatura muy agradable. Se escuchaban los pájaros y se oía un río lejano… y se respiraba paz.
- Qué sitio tan maravilloso.- se admiró la joven. Lun asintió, observando con una sonrisa cada rincón.
- Parece sacado de una historia de ciencia ficción. La esencia arpa-yinn puede notarse en el ambiente.
- ¿Dónde está la familia de Michael? No veo a nadie…
- Están aquí cerca, los siento. Saben que han llegado intrusos y se han escondido, son tímidos. Dejemos a Michael aquí y vayámonos lejos, tal vez entonces se acerquen.
- No pienso dejar a Michael aquí solo, Lun.- protestó la joven, pero la mirada del elfo era inflexible.
- Son su familia, Blanca. Este es su hogar. Michael está a salvo aquí más que en ningún sitio. No temas.- y pasó un brazo en torno a los hombros de la joven, en un gesto alentador, obligándola a alejarse unos metros. Ambos se colocaron entre unos matorrales desde donde podían ver a Michael estando algo ocultos, y esperaron a ver qué pasaba.
No tuvieron que aguardar mucho; unos segundos más tarde, comenzaron a escucharse por todos lados fuertes y pesados batir de alas, y susurros musicales, que casi se confundían con el sonido de los árboles y el viento.
Y, entonces, empezaron a aparecer; seres muy similares entre sí (y a Michael), de piel oscura, rizos y vestimentas blancas, y unas alas de pluma blancas y enormes; aunque estaban volando y Blanca no les veía de cerca, apreció que todos eran de una belleza increíble. No eran más de quince.
Se mantuvieron revoloteando en el aire unos instantes, examinando la situación. Blanca y Lun se escondieron mejor para que no les viesen desde arriba y no se asustasen.
De pronto, uno de ellos lanzó un grito de advertencia y señaló hacia donde Michael yacía tendido, en el suelo. Todos soltaron exclamaciones.
La primera en descender al suelo y arrodillarse junto a Michael fue una arpa-yinn madura, esbelta y delgada, con piel oscura y cabellos cortos y negros, con algunas canas (que más que canas parecían destellos plateados en su hermosa melena). Sus ojos eran grandes, profundos y negros. Algunas arrugas marcaban su piel, pero seguía siendo increíblemente hermosa, con una falda blanca y unas majestuosas alas blancas en la espalda. Tenía un brillo especial en la mirada, una luz de armonía, que Blanca distinguía a veces en los ojos de Michael.
Lo que más le sorprendió a Blanca fue que la mujer iba con el torso desnudo. Michael ya se lo había comentado antes, pero a la joven le costaba imaginarlo. El torso de la arpa-yinn era esbelto y con curvas, y con algo de grasa, propia de una mujer madura y que probablemente había tenido hijos.
La mujer tomó el cuerpo de Michael en brazos con delicadeza, visiblemente preocupada. Los demás arpa-yinn descendieron alarmados y se arremolinaron en torno al joven, con gestos de dolor.
-¡Mi hijo! ¡Mi pequeño Michael! ¿Qué le han hecho? ¿Qué le han hecho? ¡Monstruos!- sollozó con desesperación aquella mujer (debía ser la madre de Michael), sosteniendo el cuerpo del joven. Blanca distinguió entonces a Randy, que sollozaba agarrado a una hermosa arpa-yinn, mirando desolado a su hermano.
- Vamos a curarle, mamá. No te preocupes.- animó un joven algo mayor que Michael, apuesto, fuerte y hermoso, con voz grave y calmada, apoyando una mano en el hombro de su madre. Ella asintió, desanimada. Y, entonces, como ejecutando una orden silenciosa, los arpa-yinn rodearon el cuerpo de Michael y colocaron sus manos sobre él. Lun y Blanca dejaron de ver al joven.
De las manos de todos los arpa-yinn salió una luz curativa blanca (esa que Michael usaba a menudo), y esta bañó al joven durante unos segundos, haciendo que Blanca y Lun tuviesen que cubrirse los ojos, cegados por la luz.
Luego, las criaturas retiraron en silencio, anhelantes de alguna señal por parte de Michael. Un muchacho joven abrió los labios de Michael, y vertió en la boca del un poco de agua fresca y cristalina que llevaba entre las manos, con mucha precaución.
Lun y Blanca, también pendientes del joven, se irguieron para poder verle con más claridad. Ya casi no podían ver el cuerpo inerte del arpa-yinn, pues sus familiares les tapaban la vista. Pero ambos pudieron oír con claridad la débil voz de Michael susurrando:
- M… mamá…- apenas audible, pero lo suficiente para que su madre lanzase una exclamación de alivio y abrazase de nuevo a su hijo, con delicadeza. Blanca suspiró aliviada y sonrió, y el resto de los arpa-yinn se apresuraron junto al joven. Un hombre hermoso, atlético y maduro se arrodilló muy cerca del joven y lo tomó en brazos, sosteniéndole con cuidado, mientras su madre le acariciaba las manos.
- P… papá…- murmuró Michael con debilidad. El padre arpa-yinn sonrió, y pareció que se le encendía una luz en la mirada. Acunó al joven con fuerza, intentando protegerlo del mundo en sí, como si fuese la última vez que iba a poder abrazarlo.
- Sí, Michael. Estás a salvo.- le tranquilizó. Su hijo, sintiéndose seguro, apoyó la cabeza en el pecho de su padre y cerró los ojos, acurrucándose en sus brazos. Su madre le besó en la frente, y su hijo se estremeció de gusto. Cuánto había echado de menos aquellos besos…
- Descansa, pequeño.- le susurró ella, y Michael soltó un hondo suspiro.
Los demás arpa-yinn contemplaban al joven con una mezcla de desolación, compasión, alivio y ternura. Comentaban sobre sus alas y su mal aspecto, sobre quién le había hecho daño y cómo.
Hacía unos meses, cuando Randy había sido capturado, todos los arpa-yinn comenzaron, además de continuar buscando en vano a Michael, a tratar de encontrarle. Pero un día el niño llegó volando precipitadamente, envuelto en lágrimas y desesperado. Contó a su familia que había visto a Michael: estaba prisionero de un hombre cruel, presentaba un fatal y enfermizo aspecto y no tenía alas. Por protegerles, había jurado eterna esclavitud. Pero no estaba solo. Una joven humana parecía ser su amiga.
Pero, en aquel momento presente, todos los arpa-yinn se mostraban tan sorprendidos y confusos como si todavía desconociesen la suerte de Michael. No podían asimilarlo, habían tenido la esperanza de que lo que decía Randy no fuese verdad... Pero, por desgracia, así era.
- Creo que será mejor que nos quedemos aquí hasta que Michael despierte.- le susurró Lun a Blanca, detrás de los arbustos. Ella asintió, sin poder apartar la mirada del cuerpo inerte del arpa-yinn. Se sentía algo preocupada. ¿Se acordaría de ella Michael? ¿Querría seguir con ella ahora que estaba con su familia? ¿Volvería a verle y a estar con él después de que llegase a su querido hogar? Lun le dio un apretón de manos y esbozó una sonrisa despreocupada.
- No te preocupes.- la tranquilizó, como si pudiese leerle el pensamiento.- Michael te quiere.
El padre de Michael observó a su hijo descansar, con cariño, sin atreverse a depositarlo en el suelo, sosteniéndolo con devoción. No quería ni siquiera alzar el vuelo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Envolvió el cuerpo de Michael con sus grandes y hermosas alas blancas. La madre del joven acariciaba sin cansarse a su hijo, con lágrimas en los ojos, observando las heridas de su espalda y su demacrado rostro.
- No entiendo cómo pueden ser tan crueles.- murmuró su padre, desolado.- No lo entiendo.
- ¿Porqué Michael, Eimmelt? ¿Por qué él?- sollozó su madre. Eimmelt (así parecía llamarse el padre) le dirigió una sonrisa reconfortante.
- No lo sé, Ahlia. Pero lo importante es que ahora vuelve a estar a salvo, con nosotros.
La tarde cayó, y comenzaba atardecer. Todos los arpa-yinn esperaban a que Michael despertase, sentados y conversando en susurros. Eimmelt y Ahlia seguían en la misma postura que hacía unas horas, mirando con ansiedad a su hijo.
Y, por fin, el joven Michael despertó. Gimió débilmente y se revolvió en brazos de su padre, que abrió las alas para dejarle ver, y luego, lentamente, abrió los ojos. Le agradó tanto ver al despertar a su familia, su casa y sentirse seguro que lloró de felicidad, en silencio.
- Hola, mi vida.- susurró con ternura Ahlia. Parecía que todo el amor del mundo estaba contenido en su voz aguda y clara.
- Hola, mamá…- murmuró él, débil y felizmente. Luego añadió: -Hola, papá…
- Hola, hijo. Ya estás a salvo.- aseguró Eimmelt. Michael asintió y volvió a cerrar los ojos, aspirando el aroma de los pinos, de las flores y de la hierba fresca, de su familia. Los demás arpa-yinn se acercaron con cautela al joven, y lo abrazaron, lo besaron, le acariciaron y le susurraron palabras bonitas. Los arpa-yinn no hablaban muy alto, con voz suave y melodiosa, y ninguno de ellos llevaba nada sobre el torso. Michael se dejaba querer y quería a su vez. Era maravilloso reencontrarse con su familia. Randy se acercó a su hermano y lo abrazó.
- Has vuelto.- le dijo, con una sonrisa.
- Te lo prometí.- recordó su hermano, sonriendo también. Se sentía mejor, más descansado y menos débil, pero la cabeza le dolía mucho. Randy sonrió, radiante, y besó a su hermano mayor el la frente.
- Michael.- le susurró al oído el pequeño.- Te he echado tanto de menos que me estaba muriendo sin ti.- afirmó, con su vocecita aguda y tono inocente.- Menos mal que has vuelto.- Michael esbozó una sonrisa cansada y débil, pero sincera, y acarició la mejilla de su hermanito, con dulzura.
- Te quiero, Randy.- murmuró.- Tenía que volver para estar contigo.- y cerró los ojos, con la sonrisa aún en sus labios, aún cortados, pero gruesos, carnosos y deseables, como siempre.
Pero de pronto cayó en la cuenta de algo, y abrió rápidamente los ojos, alarmado. Los miembros de su familia se apartaron un tanto de él, extrañados. Michael se incorporó con dificultad y miró a su alrededor. Todo le daba vueltas, pero al joven no le importó.
- Blanca.- murmuró. Luego repitió el nombre de la joven más alto.- ¡Blanca!
La joven, que había estado observando la escena angustiada, se tranquilizó y sonrió. Michael la recordaba, se preocupaba por ella. Aliviada, se mordió el labio inferior para no soltar una carcajada de alegría. Lun la miró sonriendo, con cariño.
Edel, una joven hermosa, con una melena color azabache que le trotaban por los hombros colocó su fina mano en el hombro de Michael.
- ¿Qué ocurre, Michael?
- Blanca… ¿Dónde está?- el arpa-yinn trató de ponerse en pie sin conseguirlo. La bella joven le ofreció una mano y le ayudó a levantarse. Su hermano se tambaleó y se apoyó en ella, pero en seguida se soltó y avanzó unos pasos torpes, llamando a la humana, inquieto.
- No vimos a nadie contigo, Michael.- le respondió su hermana. El horror se pintó en el rostro del arpa-yinn.
- No puede ser. ¡Blanca! ¿Dónde estás?
En su escondite, Blanca se volvió a Lun.
- ¿Salgo?- le consultó, clavando sus ojos verdes en los grises y profundos del elfo. Él asintió con la cabeza, con una media sonrisa.
- Yo esperaré aquí. Cuando lo crea preciso, apareceré.- indicó. Blanca asintió, se puso de pie y salió de su escondite.
- Aquí estoy, Michael.- dijo, en voz alta pero humilde. Michael se volvió hacia ella, y su rostro mostró tranquilidad y amor. Ella corrió a su encuentro, y el arpa-yinn permaneció en el sitio impaciente, apoyado sobre Edel. Michael la estrechó entre sus brazos, jadeando. La meció y la acarició, apoyándose en ella disimuladamente, a punto de derrumbarse por la fatiga. La joven reparó en que las yagas casi habían desaparecido, y que las manchas que marcaban antes su piel eran prácticamente invisibles. Qué poderosa era la magia de quince arpa-yinn llenos de amor. Pero el joven seguía teniendo unas profundas ojeras, y un gesto de extremo agotamiento. Los demás arpa-yinn parecieron alarmarse ante la escena. Sus rostros se mostraron turbados.
- Una humana…- comentaban.
- Michael y una humana. Quién iba a decirlo…
- Michael. ¿Quién es ella?- preguntó con desconfianza pero sin violencia Eimmelt, aproximándose a ambos. Su tono expresaba más bien miedo. Su hijo le dirigió una mirada que intentaba tranquilizarle, y su padre le devolvió una preocupada.
- Ella es Blanca, una humana. Y ella es mi… mi pareja.- aclaró, ruborizándose un tanto. Un coro de murmullos alarmados se elevó en el aire. A la familia de Michael no pareció gustarle la idea. Blanca, de la mano de Michael, se escondió un tanto detrás de él.
- Es humana, Michael. ¿Qué te he repetido tantas veces…?- suspiró Ahlia, resignada.
- Lo sé, mamá. Pero dejadme contaros algo.- y, alzando un poco la voz, relató:
- Aquel coleccionista me llevó a Issengard y me cortó las alas. Luego, viajé con él hasta Luhtën. El viaje fue horrible, y yo estaba al borde de la muerte. Por fin, llegamos a un jardín donde había más cazas, todo tipo de seres sobrenaturales. Y… empecé a pertenecer a un tipo llamado Dan, el tío de Blanca.- los arpa-yinn escuchaban atentos, casi sin pestañear.- Él era repugnante. Me maltrataba, me hacía trabajar y me pegaba, y sólo podía comer cada tres días, la mayoría de las veces cosas que mi organismo no toleraba.
>>Pero Blanca siempre fue mi consuelo. Desde el primer momento me ayudó y me tranquilizó, me amparó y me cuidó tanto como pudo. Me curaba las heridas, intentaba alimentarme como es debido y cuidar de mi salud. Me ayudaba en mis tareas siempre que podía, me enseñaba todo lo que sabía y me daba refugio en las noches húmedas y frías. Me leyó libros, escribimos historias juntos y me enseñó a dibujar. Me dejó bañarme con agua cálida, dormir en su cama y recuperarme. Fue la primera en darse cuenta de mi enfermedad, y ella fue mi único refugio allí. Siempre tenía una sonrisa para mí, unas palabras bonitas o de ánimo y amor que darme.
>>Yo… la amo, y creo que ella me ama a mí… Y por eso me gustaría…- rectificó.- Os ruego que le deis una oportunidad… Dejadle estar aquí un tiempo, y podréis daros cuenta de lo maravillosa que es… Por favor.- rogó.
Se hizo el silencio, mientras los arpa-yinn se miraban unos a otros, dudando. Michael esperaba una respuesta afirmativa, ansioso. Pero…
- Es humana.- protestó Eimmelt, tozudo.- Es sobrina de aquel que te hizo tanto daño… En los humanos no se puede confiar.
- ¡No tiene nada que ver!- protestó Michael, con dulzura.- Ella no es como él, papá… Ella es diferente. He estado conviviendo con ella todo este tiempo…- se tambaleó y Blanca le sujetó con cariño.
- Es humana. No y no. Ya sabes cómo son lo humanos, Michael; hacen cualquier cosa por dinero, son crueles y no se puede confiar en ellos. Se aprovechan de los demás para sus propios bienes. El amor humano no es sincero y es peligroso.- repitió secamente Eimmelt. Blanca escuchaba la conversación con humildad, ocupándose de sostener a Michael, avergonzada. Pero agradecida; a pesar de que los arpa-yinn estaban discutiendo por ella, Eimmelt no le había dirigido ni una mala mirada, borde, despectiva o antipática. Al contrario, mostraba miedo y curiosidad.
- Papá, ella es diferente, de verdad… Yo respondo de ella.
- Es por tu bien, hijito. No. Ella tiene que marcharse.
- Bueno, si ella no puede quedarse…- amenazó Michael, con el ceño fruncido.- Me iré a donde ella vaya.
- ¡Eso es una locura! ¿No ves que lo hago por tu bien, Michael? ¡Sufrirás a su lado! ¡Estás loco!- dijo su padre. No alzó la voz; su tono mostraba más incredulidad, preocupación y temor que enfado o rabia.
- No está loco.- intervino entonces Ahlia dulcemente, colocando una mano en el hombro de su marido.- Está enamorado. Tienes que entenderle… Recuerda todas las cosas que hicimos nosotros para conseguir estar juntos.- sonrió con dulzura.
- Ahlia… No me vengas tú también, por favor…
- Démosle una oportunidad, Eimmelt.- rogó Ahlia.
- Pero…- protestó él, pero Edel, la hermosa hermana de Michael, se adelantó y se colocó junto a su padre.
- Papá, si Michael se ha enamorado de ella será por algo… Vamos, ya es mayor, sabe lo que hace y de quién se enamora.- y le guiñó un ojo a su hermano, con complicidad.
- Venga, papi, yo he visto que Blanca es muy buena.- saltó de pronto Randy, desde un segundo plano. Ninguno de los presentes pudo evitar sonreír. Blanca se quedó fascinada de cómo tenían a Randy en cuenta. A pesar de lo pequeño que era, su opinión contaba como la de los demás.
Eimmelt miró a su esposa, a sus dos hijos, a su hija y luego a Blanca. Suspiró, resignado.
- Bienvenida, pues.- dijo, con una sonrisa. Blanca sonrió aún más.
- Gracias.- se admiraba de lo bien que se trataba allí a todo el mundo, fuese un niño de ocho años o una extranjera en la que nadie confiaba hasta hacía unos segundos. Era maravilloso.
Michael, radiante, abrazó a Blanca con todas tus fuerzas.
- Porque… bueno, en realidad no te he preguntado si quieres quedarte…- le dijo, con un hilo de voz, inseguro de pronto y a punto de desplomarse.
- Ni hacía falta que lo hicieras.- y se besaron. Todos los arpa-yinn, que sonreían en silencio, se pararon a mirarles, curiosos y aún algo alarmados. Michael, entre beso y beso reía, feliz por fin.
Entonces, Lun salió de entre los matorrales, elegante y serio, como siempre. Todos los arpa-yinn lo miraron admirados y con respeto.
- Mira, Ledie, un elfo.- susurró una arpa-yinn pequeña a su hermana mayor.
- Lun.- Michael sonrió sinceramente al ver al elfo. Se separó un tanto de Blanca y corrió a abrazarle.- Me has salvado.
- No es verdad. Yo sólo te he traído hasta aquí. Has sido tú quien ha decidido vivir.
- Engañaste a Dan, ¿no es así?
- Lo hice.- confesó Lun, con una media sonrisa.
- ¿Qué?- exclamó Blanca, confundida.
- Michael no habría muerto.- explicó el elfo a la joven.- Si tu tío le hubiese dado comida, agua, le hubiese dejado descansar y tú hubieses estado junto a él, Michael habría sobrevivido, creo, y en unos meses estaría totalmente recuperado.
- Oh… Así que le engañaste porque…
- … Porque vi la mejor oportunidad para que Michael fuese libre, no podía desaprovecharla.
- Eres grande, Lun.- murmuró Michael, emocionado, abrazando de nuevo al elfo. La familia arpa-yinn escuchaba y miraba en silencio, sin intervenir.
- Te prometo que te sacaré de esa prisión, Lun. No es justo que tengas que volver allí...- empezó Michael, pero el elfo le interrumpió.
- No pensaba hacerlo.- se hizo el silencio un momento, pero luego Blanca, confundida, preguntó:
- ¿Y entonces?
- Voy a destruir el chip localizador. No me fío de la palabra de Dan, cuando lo tenga en sus manos sabrá donde he estado, y no quiero arriesgarme a que pueda venir aquí.
- Pero… si destruyes el localizador, morirás envenenado.- murmuró Michael, helado. Lun les miró gravemente y no respondió. Y entonces ambos se dieron cuenta de la terrible realidad.
- Oh, no, Lun… No, no, no, ¡no!- horrorizado, Michael se aferró con fuerza al elfo.- No lo hagas Lun, te lo ruego, por favor…
- No tengo nada, Michael.- respondió el elfo con amargura.- Ya no me queda nada. Arwina, lo que yo más amaba en este mundo, está muerta, yo estoy condenado, y no quiero pasar el resto de mis años en esa cárcel…
- Tus hijas, Lun. ¿Qué será de ellas?
- Mis hijas apenas me conocen, Michael. Tienen poco menos de 100 años y yo llevo 70 sin verles, habrán hasta olvidado mi rostro…
- Lun, por favor.- intervino Blanca.- Has salvado la vida de todos nosotros, no puedes acabar con la tuya de una manera tan simple…
- ¿Se te ocurre alguna mejor?- inquirió el elfo, desolado.
- Quédate con nosotros, Lun.- invitó Michael. Miró de reojo a su padre, buscando su apoyo, y el arpa-yinn asintió levemente con la cabeza.- Te ocultaremos y si Dan viene a hacerte daño, te protegeremos.- pero el elfo negó con la cabeza.
- No. No quiero que os arriesguéis por mí. Además, no quiero conducir a Dan hasta aquí, Michael.
- ¡No es justo!- protestó él.- A costa de liberarme, ahora vas a morir. ¡No debiste hacerlo, Lun!
- Tú lo hiciste una vez, Michael.- le recordó el elfo, y el arpa-yinn se acordó de la historia que Lun le había contado sobre ambos. Tenía razón, pero no era justo. Blanca les miró confundida, pero ahora no había tiempo para explicaciones.
- ¡Olvida eso! Lo hice porque debía hacerlo, Lun… Pero tú… ¡tú tienes otras opciones, puedes tener una vida tranquila y feliz aquí!
- No, Michael, no… Mi vida ya no es feliz. Ya he vivido lo suficiente, he visto muchas cosas, se acabó. Estoy cansado, muy cansado.- Michael bajó la mirada entonces, resignado. Aquello era decisión de Lun, no suya. Ya había hecho todo lo que había podido.
- Te echaremos de menos, Lun.- musitó Blanca, afligida. Él esbozó la sonrisa más dulce y cariñosa que ambos le habían visto.
- Y yo a vosotros, no os imagináis cuanto. Pero recordad que no es un adiós…- el elfo sonrió con una sonrisa lobuna y les guiñó un ojo.- Sólo es un hasta pronto…
- Buena suerte, señor elfo.- dijo Eimmelt desde un segundo plano, y Lun sonrió.
- Gracias, buena suerte también a vosotros… Cuidad de Michael y de Blanca.- y los padres del primero asintieron sonriendo. Luego, Lun se volvió hacia Blanca, y ella abrió los brazos. Se abrazaron.
- Gracias por todo, Lun. Nunca podré agradecerte todas las cosas que has hecho por mí… Por nosotros.- miró también a Michael.
- Oh, faltaría más. Ha sido un placer. En todos estos años prisionero… He aprendido más que en mi vida entera. Cuídate mucho.- Lun besó a Blanca en la frente y luego se volvió hacia Michael que, débilmente, se apoyaba en su padre.
- Michael…- se dirigió hacia él y lo envolvió en sus brazos, lo abrazó como hacía tiempo que no abrazaba a nadie. Oh, ¿cómo podía haberle cogido tanto cariño? Sintió la humedad de las lágrimas de Michael mojando su túnica, pero no le importó. Se separó de él y le observó de hito en hito: iba mejorando muy rápidamente, la energía sanadora de los arpa-yinn iba curando y depurando su interior. Alto (¡cómo había crecido en esos cuatro años!), con ese gesto dulce y amable, dócil, muy guapo, y triste en aquel momento.
- Prométeme que volveremos a vernos.- sollozó Michael, bajando la cabeza para que el elfo no viese sus lágrimas. Lun asintió.
- Te lo prometo.- le tomó por la barbilla, obligándole a alzar el rostro, y le limpió las lágrimas con suavidad.
- Estaré mejor.- le dijo al arpa-yinn.- No tienes por qué entristecerte.- Michael asintió, poco convencido.
- Gracias, Lun. Sin ti, yo… seguiría prisionero, o estaría muerto, o enfermo…
- Yo también.- replicó el elfo. Michael esbozó una sonrisa triste.
- Te deseo lo mejor.- susurró el arpa-yinn. Lun asintió y pestañeó. Sus ojos estaban húmedos.
- Oh.- miró a Michael y le rogó:- No lo hagas más difícil, Michael.- él asintió y volvió a abrazar al elfo. Entonces, este le puso algo en la mano, y Michael, sorprendido, le miró y luego contempló lo que su amigo le había regalado. Era una gargantilla de oro blanco, con una piedra amatista incrustada en el centro. Estaba un poco vieja y tal vez algo descolorida, pero seguía siendo una joya muy bonita. Michael la reconoció; según el relato de Lun, había pertenecido a Mikel, el humano; después a Arwina, la elfa, y ahora a Michael, el arpa-yinn. Miró a Lun, emocionado.
- Gracias, Lun.
- Guárdala bien.
- Lo haré.- prometió el joven. El elfo sonrió, dirigió a todos una mirada de despedida y luego se internó en la maleza, sin decir una palabra. Todos le observaron marchar, con el corazón encogido.
Ya solo, sintiendo el aliento de la muerte en su nuca, Lun comenzó a correr. Salió del gran bosque de los arpa-yinn corriendo lo más rápido que podía, sintiendo como el mundo se volvía difuso a su alrededor, dejando todo atrás. No le apetecía recordar, no le apetecía imaginar, no le apetecía pensar ni razonar. Sólo observar todo lo que había a su alrededor, sentir el aroma de la naturaleza, la tierra virgen bajo sus pies, el aire limpio y fresco, los cálidos rayos de sol, el cielo despejado. Miró a cada rincón, cada ser vivo, cada detalle de cada lugar… Y se despidió del mundo. Muy pronto volvería a él, pero no recordaría nada de su vida anterior. Muy pronto volvería a vivir, por eso a Lun no le asustaba la muerte.
Cuando ya estuvo lo bastante lejos del bosque de los arpa-yinn y empezaba a adentrarse en la árida tierra de los volcanes, Lun se detuvo, jadeante. Se sentó en una roca, observando cómo un volcán entraba en erupción, unos kilómetros más lejos. Empezó a preguntarse cómo iba a destruir el chip, ya que estaba incrustado en sus músculos y tendones, y sería demasiado doloroso. Se le ocurrió una única idea. Haciendo un acopo de voluntad, sacó su daga del cinto y colocó la punta sobre su piel, justo encima de donde sentía la vibración y el zumbido del chip localizador. Miró al mundo una vez más, tomó aire y se clavó la daga con toda la fuerza que pudo, atravesando el chip que, siendo destruido, comenzó a envenenar la sangre del elfo. Lun sonrió, se tumbó y cerró los ojos, mientras Ella surgía de la nada, hermosa, serena y seria, elegante y fría como siempre. La Muerte le tendió la mano y Lun la tomó, en paz por fin.